El bar de la esquina

Antonio Reyes

Gatos callejeros

Existen unos clientes habituales en las terrazas de los bares. Otean desde la distancia el comportamiento de los de dos patas, los huelen y examinan sus...

Existen unos clientes habituales en las terrazas de los bares. Otean desde la distancia el comportamiento de los de dos patas, los huelen y examinan sus rostros, imagino que para comprobar si son buenas personas o no.

Se acercan sigilosos y ponen cara del Gato con Botas de Shrek. Otros esperan a ver si cae algo al suelo o a los comensales les da por ofrecerles lo que les sobre del tapeo. Personas compasivas les ofrecen una pizca de pan, esperando que se les pase el berrinche. La mayoría, directamente pasan del tema. «Si quieren pan que se busquen una casa, un dueño».

Gatos callejeros que malviven de la voluntad de la gente que acude a las terrazas, que confían en que su constancia les hará tener su ración de comida diaria. Animales que comen de lo que les sobra a otros. «¿Por qué siempre son ellos los que están sentados a la mesa y no nosotros? ¿Es que no ven que vivimos en la calle, rapiñando algo que llevarnos a la boca?», supongo que pensarán los felinos al mirar hacia arriba.

No nos damos cuenta, pero la vida de estos gatetes es igualita a la de Jaén. Somos los que vagabundeamos por las mesas de los mejores restaurantes, esperando que se caiga algo al suelo. Arriba, con sus buenos vinos y menús especiales, Sevilla y Málaga, las niñas mimadas.

Hay muchos gatos en España y Andalucía, pero qué más da. Otras provincias están igual o peor que nosotros. Somos un mar de carroñeros que se tiene que rifar esas migajas. Lo peligroso, lo terrorífico, es que los que están comiendo a mesa y mantel son los que más lloran por los gatos, pero solo ciertos días señalados del almanaque.

Es muy sencillo. A los gatos de las terrazas no nos quieren, porque para que haya regiones ricas nosotros tenemos que existir. Así siempre tendrán a personas que quieran largarse a trabajar a sus regiones por un salario con el que ni siquiera podrán vivir con dignidad.

No quieren oír hablar de distribución de la riqueza, ni reestructuración fiscal, ni hostias. Quien gato nació, que gato se muera. La España vaciada está repleta de felinos que se dejan llevar por comensales alérgicos a los animales callejeros. «Si quieres comida, caza ratones». Ellos a lo suyo, que bastante tienen con hacernos creer que se merecen lo que tienen. «España, qué gran país», nos dicen desde lejos.

Es demoledor ver cómo, día sí, día también, nos siguen dando gato por liebre. Y eso, amigos, se llama canivalismo.