Estaba en las labores de escritura de este artículo cuando algo se me quebró por dentro. Un mensaje de un amigo anunciándome la muerte de su hijo de 26 años. De repente, lo escrito cambió de dimensión, no porque dejara de ser importante. La esencia era la misma, lo acontecido tras las últimas elecciones, pero el enfoque variaba.
La cuestión primordial no era ya el resultado de las municipales, los pactos previsibles, aunque sorprendentes para algunos, en Jaén y Baeza o si la Alcaldía es para fulanito o menganita. Ni siquiera la ausencia de acuerdos sobre proyectos y la prevalencia del reparto de sillones y retribuciones. Es decir, la conversión de la política en un mercado en el que la carne de concejal se vende al mejor postor.
La pregunta que me hago es para qué. O, dicho de otra forma, el futuro. Y todos estaremos de acuerdo, quiero creer, que en ese futuro el objetivo principal es el legado que les dejamos a las futuras generaciones.
Ya sabemos cuál es la forma de actuar de algunos políticos y cómo gustan de mirar atrás, más proclives a destruir que a construir; devotos de la intolerancia y la regresión.
Ahora queda averiguar qué hay en la cabeza de algunos votantes. Esos que no han votado pensando en sus pueblos y en sus ciudades y mucho menos en ese legado que estamos obligado de alguna manera a transmitir a los que vienen detrás. Esos que invaden las redes sociales imponiendo el insulto y la mentira, viendo la paja en el ojo ajeno y ciegos ante la viga en el propio. Esos mismos que crecidos y regodeándose en sus fobias te dan un mitin en el puesto de trabajo, en la cafetería o en la cola del banco; descalificando y repitiendo el mismo mantra que determinados periodistas y medios de comunicación elaboran cada día para favorecer a una minoría en detrimento de los intereses y necesidades de la mayoría de los ciudadanos. Ese otro mercado de la voz del amo.
Pienso en el dolor ante la muerte de un hijo. Pienso en la frustración y, sobre todo, pienso en ese futuro y, de alguna manera, me cuestiono si ante una pérdida de ese calibre merece la pena construir ese futuro. Y la respuesta es sí. Está el compromiso con los que se fueron, pero también con los que están y con los que han de venir.
Sé que nadie quiere cabalgar la ola mala. Así que varas la tabla en la arena y esperas. Sabes que son rachas, pero cuando las tripas queman más que el sol y las lágrimas son más saladas que el agua del mar esa ola mala parece eterna. No lo es. Vendrá la ola buena y volveremos a surfear.
En política, la ola mala dura habitualmente 4 años. Y luego brilla el sol. También lo hará en esta Andalucía que se parece a aquella California de ensueño con música de los Beach Boys. Pero por si acaso, el 23 de julio cuando voten, dejen a un lado las fobias y metan la papeleta en la urna pensando en construir. Porque hay pérdidas imprevistas, pero las otras pueden y deben evitarse.
Recuerden que nadie quiere la ola mala.