No debería, pero una día es un día. Hoy hablaré de mí y de Jaén.
Esta semana, el miércoles 30, se han cumplido 33 años de mi llegada a Sevilla procedente de Jaén, adonde había llegado como cinco años antes desde las estepas manchegas para ejercer de redactor jefe de Diario Jaén.
30 de noviembre de 1989, pues. Visto lo que mi carrera ha dado de sí en estas tres décadas largas, no es probable que la fecha pase a la historia del periodismo andaluz; aunque las cosas salieran más bien regular, supongo que me vine a la capital para triunfar, como hacían en el pasado los literatos de provincias.
Ahora apenas quedan literatos de provincias, aquellos letraheridos desvinculados del mundillo literario de lo que en otro tiempo se llamaba ‘el todo Madrid’. Hasta, digamos, bien entrados los noventa era importante pulular por la capital y cultivar amistades literarias para dar impulso a una carrera en las letras; luego, con las redes y los ciberespacios y demás, las provincias como tales dejaron de existir como periferia literaria. Ahora toda España, en realidad todo el globo, es una maldita provincia.
Lo malo de haber vivido en Jaén sin poner empeño alguno en labrarse más allá de Despeñaperros una carrera literaria es, por ejemplo, que ¡todavía hoy! es bastante desconocido en España, incluso entre los buenos lectores de poesía, un nombre como el del gran poeta jiennense Manuel Lombardo Duro. Ellos se lo pierden. El tiempo se ocupará de ponerlo en el sitio que su talento merece.
La alusión a los poetas de provincias viene a cuento porque los pobres siempre tendían a creerse con menos talento que quienes vivían en Madrid. Entre los periodistas pasa también. Quienes trabajan en medios nacionales en la capital suelen creer que han acabado en Madrid porque son los más listos, cuando en realidad es al revés: son los más listos porque trabajan en Madrid. Y quien dice Madrid dice Sevilla. No emigras a Sevilla porque seas más listo que tus compañeros de Jaén, sino que el hecho mismo de trabajar en Sevilla te hace creer a ti y les hace creer a ellos que eres más listo.
Aunque he desempeñado puestos directivos, lo mejor de mi trabajo, en Sevilla o en Jaén, siempre fue mandar sobre periodistas que eran mucho mejores profesionales que yo aunque, por fortuna para este cronista, ellos nunca lo supieron.
En todo caso, mis tiempos ya remotos de Jaén, algo golfos pero tampoco mucho, fueron buenos tiempos porque con 30 años no hay tiempos malos; o si los hay, es como si no los hubiera por se tiene energía bastante para combatirlos. Y fueron buenos también y sobre todo gracias a Jaén mismo.
Después de haber vivido más de 30 años años en Sevilla y apenas cinco en Jaén, siempre me sentiré más de esta ciudad que de aquella. A una la llevo en el corazón y a la otra en el costado. Sevilla siempre se les antojó demasiado teatrera a mis hechuras mesetarias. Sevilla se parece a Manuel Machado y Jaén se parece a su hermano Antonio; sin ser solo eso, Manuel es ingenioso, divertido y ocurrente, pero Antonio es más de fiar.
Transcurridas más de tres décadas desde aquel noviembre lluvioso en que mi novia de arena y yo dejamos Jaén, y cercana ya la edad de la jubilación, no puedo evitar preguntarme si durante todos estos años habré hecho bien mi trabajo. Mejor dejar la pregunta sin respuesta. O mejor aún, dejemos que la respondan estos versos antiguos de Lombardo en los que donde él escribe “poeta” estamos, por una vez y sin que sirve de precedente, autorizados a leer “periodista”: “El poeta/dice las cosas lisa y llanamente,/no interpreta nada/: Solo que unas veces las encoge/y otras las ensancha”. Encoger unas noticias y ensanchar otras: más o menos en eso viene a consistir nuestro oficio.