Mismo perro, mismo collar

Carlos Oya

Croatoan

La palabra “Croatoan” grabada en un poste. Eso es lo único que encontró en el verano de 1540 John White de Roanoke, colonia de Nueva Inglaterra...

La palabra “Croatoan” grabada en un poste. Eso es lo único que encontró en el verano de 1540 John White de Roanoke, colonia de Nueva Inglaterra (concretamente en una isla frente a Carolina del Norte) de la que era gobernador y a la que retornaba con suministros desde la metrópoli. Esa desaparición o desvanecimiento sin dejar ninguna pista sigue sin ser totalmente aclarada aunque todo apunta que los colonos terminaron asimilándose a las tribus indígenas (no sabemos si obligados o “motu propio”). Bien, pues todo lo contrario ocurre en estos lares por estas “entrañables fiestas”. Aparecen multitudes como setas con un ¡PLOP! que copan las calles de las urbes y hacen de ellas portadas románicas en las que todo está apiñado, encabalgado, superpuesto, enmarañado sin un pequeño roal para respirar. Peregrinan las multitudes de asentamientos cercanos para asistir al espectáculo de luz cansino y repetitivo como si fuera un concierto de Jean Michel Jarre, también un buen plomo éste, o se expusiera la “Sábana Santa” para los fieles (un pequeño apunte, ¿a nadie se le ocurrió que con la que estaba cayendo hubiera sido mejor no inventar nuevas atracciones que atraigan a las masas?). Espera, que es gente de los pueblos que viene a ver a la familia...pero es que luego te vas a esos pueblos y también está todo hasta la bola, ¿entonces?. Debe haber algún sitio desértico demográficamente que yo todavía no he descubierto de donde sale toda esta peña. Empiezo a sospechar que estas multitudes que toman la ciudad y normalmente se enseñorean por sus calles siempre comiendo algo a ser posible de azúcar y sin control de calidad ( almendras garrapiñadas, castañas, una palmera de chocolate como tu cabeza, pipas y las cáscaras al suelo como manda la tradición) son especies silvestres de temporada, concretamente Navidad, Semana Santa y Feria que toman aspecto humano, como las vainas de “La invasión de los ultracuerpos”, se hacen con la “muy noble y leal” ciudad con la estrategia de la hiedra para una vez despachados los fuegos artificiales desaparecer de una forma tan pasmosa como los colonos de Roanoke. De un modo general los que frecuentamos la ciudad y sus bares todo el año solemos alejarnos de estas aglomeraciones y abandonar nuestros rincones favoritos en barbecho hasta que escampe el temporal, nos retiramos a casa a escuchar música sacra y beber “Castillo de Jaén”. No obstante una ligera comezón persiste al ver los lugares amados ahora invadidos por los bárbaros: masas anónimas, intercambiables y muchas veces maleducadas que por no saber no saben ni embombarse. ¡Qué coño, las calles ( y los bares) para los que los trabajan todo el año!