¿De dónde viene la tradición de las mantillas en Semana Santa?
Un vídeo promovido por la Caja Rural de Jaén y la Diputación Provincial
Video: EXTRA JAÉN
Las mantillas.
Un elemento distintivo de la Semana Santa es una prenda de respeto: la mantilla. Las mantillas que se utilizan para procesionar en Semana Santa suelen ser de blonda, que es un encaje realizado con hilo de seda; chantilly, llamado así por ser un tejido fabricado en esa ciudad francesa o tul y suelen ser de pañoleta con tres picos o de toalla, también llamada granadina que tiene forma rectangular.
Los orígenes de la mantilla pueden remontarse a la cultura ibérica, en la que las mujeres usaban velos y mantos para cubrirse y adornarse la cabeza.
A finales del siglo XVI el uso del manto, denominado ya por aquella época mantilla de aletas, se generalizó en toda España al considerarse una prenda más dentro de los trajes populares. Es el caso del manto o toca del traje de pastira.
En el siglo XVII empiezan a usarse las mantillas de encaje, como se aprecia en algunos retratos femeninos de Velázquez, formando parte del guardarropa de algunas mujeres elegantes. Sin embargo, su uso no se generalizó a las damas cortesanas y de alta condición social hasta bien entrado el siglo XVIII, pues hasta entonces la mantilla era usada casi exclusivamente por las mujeres del «pueblo». Fue también en este siglo cuando las mantillas de paño y seda fueron sustituidas totalmente por las de encaje.
Su uso no se generalizó entre las mujeres de la nobleza y alta burguesía hasta finales del este siglo (como se aprecia en varios retratos pintados por Francisco de Goya entre ellos el de la duquesa de Alba), costumbre que continuó Isabel II, gran aficionada a los encajes, y a adornarse con tocados. Ella impulsó en gran manera el uso de la mantilla. Solía sujetarla al cabello con una pequeña peineta redondeada. Las damas de la corte, por agradarla e imitarla empiezan a usar también esas peinetas pero, con el fin de destacar sobre las demás empiezan a alargar el tamaño de la peineta hasta límites imposibles para parecer más altas y estilizar la figura.
A partir de 1868 el uso de la mantilla se abandonó en algunos lugares. No obstante, se siguió usando como prenda para asistir a misas y eventos religiosos, con o sin peineta.
El empleo de la mantilla estaba tan arraigado a las costumbres que las damas de la nobleza madrileña la convirtieron en símbolo de su descontento durante el reinado de Amadeo de Saboya y su esposa María Victoria. El rechazo hacia ellos y a las costumbres extranjeras que pretendían imponer fue protagonizado por las mujeres, que se manifestaron por las calles madrileñas llevando, en lugar de sombreros de plumas, la clásica mantilla y peineta española y con pendientes, colgantes o broches del estilo que la reina solía llevar, para sujetar la prenda que tanto detestaba. Un hecho que pasó a la historia como «la conspiración de las mantillas». A las joyas que se suelen llevar con la mantilla se les sigue llamando “Saboyanas”.
En el siglo XX, las damas de alcurnia vuelven a recuperar la tradición de la mantilla y la peineta para actos importantes o fiestas principales.
Como curiosidad decir que las mantillas han pasado tradicionalmente de generación en generación y se convirtieron en objetos de gran valor. En algunas cartas de dote y contratos matrimoniales de finales del XVIII aparecen como parte del ajuar de la novia. Las más baratas serían las de raso o seda estaban entre los 60 y 200 reales, y las más costosas eran las de encaje de blonda francés (Chantilly) que podía costar 900 reales, una verdadera fortuna.