¿Por qué el ayuno y la abstinencia?

Segundo vídeo especial de la Cuaresma promovido por la Caja Rural de Jaén y la Diputación Provincial

Video: EXTRA JAÉN

Ayuno y abstinencia.

La Cuaresma (del latín: quadragesima ‘cuadragésimo día’) es el tiempo litúrgico del calendario cristiano destinado a la preparación espiritual de la fiesta de la Pascua. Se trata de seis semanas de purificación e iluminación interna, celebrado en las Iglesias católica, copta, ortodoxa, anglicana, incluyendo algunas evangélicas, aunque con inicios y duraciones distintas. En el rito latino, la Cuaresma comienza el Miércoles de Ceniza y se extiende hasta la hora nona del Jueves Santo cuando se celebra la Misa de Oficios.
También es época de sacrificio y se manifiesta aún en muchas familias con la observación del ayuno y la abstinencia.

La abstinencia es la prohibición de consumir productos animales de suelo o vuelo; no solo carne, también otros productos como huevos, lácteos, mantecas, tocinos o grasas animales. El ayuno permite la ingesta de una sola comida al día que, si coincide con abstinencia, también excluye los citados productos cárnicos. Esta práctica religiosa ha generado un amplio recetario que aún hoy en día se mantiene en muchos hogares.
Pero ¿cuál es el motivo de esta observancia y desde cuando se practica?

El ayuno y la abstinencia se practicaban ya en las primeras comunidades cristianas y se extendió en el tiempo como signo de sacrificio y purificación, ya no como práctica voluntaria sino como obligación canónica.



Pero había excepciones. En el siglo XI, el papa Urbano II concedió la “Bula de la Santa Cruzada” que desde la Edad Media recaudaba dinero para la Iglesia y para la lucha contra el infiel a cambio de beneficios espirituales como la absolución plenaria en el momento de la muerte o una reducción del tiempo a sufrir en el purgatorio y se añadía un párrafo para eximir de ayuno y abstinencia a los que luchaban. Con el tiempo esta bula también se aplicó en la península ibérica para sufragar la reconquista.

En 1509, Julio II agregó a la bula una dispensa especial para que los fieles de los reinos españoles pudieran comer carne, huevos y lácteos en algunos días en los que, en teoría lo tenían prohibido. La reconquista había finalizado, pero tres años antes se había iniciado la construcción de la basílica de San Pedro del Vaticano y la Iglesia andaba necesitada de fondos.

En aquel momento se había llegado a un punto de prohibición imposible. Las jornadas de abstinencia de carnes habían llegado a ser de hasta 160 al año, regla que era de difícil cumplimiento pues, casi la mitad del año no se podía consumir la grasa y las proteínas necesarias para hacer frente a la dureza del trabajo físico o manual y en muchos lugares de España era un problema encontrar pescado. La bula de Santa Cruzada no concedía indulto de ayuno sino sólo de abstinencia y tenía que renovarse todos los años por un precio establecido, determinado por los ingresos del padre de familia.

Aún ya en pleno siglo XX, los que no tomaban la bula debían observar 91 días de abstinencia, ayuno o ambas cosas a la vez, mientras que los que pagaban por el papel sólo tenían que sacrificarse 25 veces al año. Por eso era habitual encontrar en algún cajón de la casa la famosa “bula de la carne” que te proporcionaba la parroquia previo pago, porque la iglesia presionaba a los munícipes para que enviaran a los guardias a olisquear por las calles hasta encontrar el pecaminoso olor a tocino en las cocinas.

Como curiosidad decir que existía, desde el siglo XV, un lugar en la península en el que las personas que se encuentran en su término no pecan si consumen carne en cuaresma. Es una pequeña localidad a 35 kilómetros de Madrid que se llama Meco y que sigue disfrutando del privilegio hoy en día. Un antiguo señor de la villa, Íñigo López de Mendoza y Quiñones, solicitó al papa Inocencio VIII una bula para eximir a los habitantes de Meco de la abstinencia de la carne en Cuaresma. La demanda fue otorgada por dos razones. La primera, para compensar los servicios del noble para la Iglesia y, la segunda, porque el pontífice encontró razonable el motivo expuesto por el señor de esas tierras: la dificultad de recibir pescado al encontrarse justo en el medio de la península ibérica.

En 1966, con el Concilio Vaticano II el ayuno y la abstinencia quedan como se les conoce hoy y no se puede poner precio a aquella bula que hoy se llama dispensa. Como dato añadir que en 1965 se estimaba que los ingresos de la iglesia por la “bula de carne” sumaron en torno a los 95 millones de las antiguas pesetas.

Y aunque se crea que con la relajación de la costumbre ya no se solicitan esas dispensas, como anécdota indicar que en la cuaresma de 2019, los alumnos del último curso de derecho de la Universidad de Zaragoza decidieron celebrar la fiesta de graduación en un viernes de cuaresma y solicitaron al arzobispado la dispensa para poder comer carne y festejar. El arzobispado la concedió.