El Expositor: Apagón, té y magdalenas
Crónica política de la semana de Manuel Expósito Moreno

Puesto de mando durante el apagón masivo.
El miedo ancestral a la oscuridad absoluta. El arrullo en las faldas de la abuela, regazo protector, remanso de paz, acurrucándote, mientras ella repetía la causa del lamento, quebranto archiconocido: “Señor, Señor, otra vez ha vuelto a irse la Sevillana”. Irse, apagarse, desaparecer, fundirse en negro, hundirse en el cero, volatilizarse… Aquel antecedente regional de Endesa, proveedor monopolista de la precaria luz eléctrica en la subdesarrollada Andalucía. “Abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir”. Madrugada del lunes 28 al martes 29. “Aquel fondo de silencio que no absorbía nada, los rumores más lejanos, que debían de venir de jardines situados al otro extremo del pueblo”. Relees ‘Por el camino de Swann’, de Marcel Proust, a la luz de una vela. El recóndito recuerdo infantil de un sabor y un temor perdidos: la magdalena mojada en té y la tenebrosidad de algo que acaba de perder ancla a una gran profundidad. “¿Cómo llegar a aprehenderlo?”. El apagón masivo sembró de niños insomnes la noche cerrada, boca de lobo, estrellada, pero sin luna. La inmensidad de la más vieja y renegrida superstición. Una incomunicación tecnológica plena, una tormenta de oscuridad perfecta, sólo rota por la radio a pilas o el televisor con antena, audazmente enganchado a un generador de corriente. “La balsa de piedra peninsular quedó a la deriva”, escribe Santiago Carcar, en ‘El País’. “La ausencia de certezas sobre la causa última del apagón ensancha el hueco por el que se cuelan discursos oportunistas para denostar la transición energética y defender las tecnologías convencionales, en particular las térmicas y nucleares”. No hay mal que por bien no venga. Oportunidad pintiparada para reclamar desde el oligopolio, que controla de facto la energía patria, la excepción ibérica, la excepción que confirma la regla, una vuelta de tuerca más: el fin del control público de Red Eléctrica Española, encargada de gestionar la infraestructura de transporte eléctrico, y donde el Estado, a través de la SEPI, mantiene todavía la presidencia y el 20 por ciento de las acciones.
El proceso de privatización de Endesa se puso en marcha en 1988, gobernando Felipe González, eufemísticamente ‘desinversión estatal’, a través de un lanzamiento inicial a Bolsa del 18 por ciento que alcanzaría hasta el 25%. En 1997, ya con José María Aznar en La Moncloa, se concretó la macrooperación de venta de la totalidad de las ‘joyas de la corona’ del sector público: Endesa, Repsol, Telefónica y Red Eléctrica, trasladándose propagandísticamente que los precios de mercado serían más competitivos, en beneficio de los consumidores. Nada más lejos de la realidad. Posteriormente, los gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero no revertirían el modelo privatizador y los de Mariano Rajoy introducirían, incluso, en 2013, la reforma del mercado eléctrico haciendo pagar a la ciudadanía el déficit de tarifa acumulado por las empresas, estimado en 30.000 millones de euros. A la postre, control omnímodo por parte de las cinco grandes compañías energéticas -casi el 90 por ciento del mercado eléctrico español- y aumento de los precios. El 67 por ciento de las acciones de Red Eléctrica Española, hoy por hoy, pertenecen a inversores institucionales privados, con fondos como BlackRock y empresarios de referencia del tipo de Amancio Ortega. Merced a las puertas giratorias, recuérdese el ominoso dato, Felipe, en 2010, se incorporó como consejero independiente de Gas Natural Fenosa y, un año más tarde, Aznar fue nombrado asesor externo de Endesa. España es el segundo país de la OCDE con mayor grado de privatización energética, con sólo un 5 por ciento de generación eléctrica en manos públicas. Y, aun así, en su natural proceso biológico, los pueblos progresan a pesar de sus gobernantes. A la luz y a la sombra, descarnadamente, se retratan. Goethe atizaba: “Puedo comprometerme hasta ser sincero, pero no me pidáis que me comprometa a ser imparcial”.
Jaén se volvió a sentir paria, una de las últimas provincias en recuperar la normalidad, entre las 15 y las 23 horas de apagón, llevándose la palma, entre los municipios más poblados y de mayor actividad empresarial, Linares, Alcaudete y Úbeda. Un déficit crónico en líneas de alta tensión y autopistas eléctricas que lastran el despegue industrial de la provincia. El CES de Manuel Parras y la CEJ de Bartolomé González están hartos de incidir, a golpe de estudios e informes, actualizados y comparativos, en la urgente necesidad de las nuevas subestaciones eléctricas de Úbeda y Mazuelos/Alcalá La Real, así como el refuerzo de la línea de 400 kv de Guadame-Andújar. El PP de Erik Domínguez, el viernes, en rueda de prensa, a rebufo del anuncio realizado, sólo unas horas antes, por Santana Motors, S.L. (mercantil controlada por el empresario argentino Eduardo Blanco, con intereses asimismo en la renacida Ebro, en la Zona Franca de Barcelona, donde se montan, desde finales del año pasado, dos modelos de SUV de la empresa china Chery) y de las asiáticas Zhengzhou Nissan y Anhui Coronet (Joint venture, o empresa conjunta, para fabricar, en Santana Factory, 4 x 4 disruptivos), de suscripción de una alianza estratégica para ensamblar vehículos todoterreno en Linares, a partir del último trimestre de este año, con una inversión mínima de 5 millones de euros, subrayaba la misma imperiosa exigencia que desatendieron los populares, años atrás, cuando ocuparon ministerios y pergeñaron presupuestos generales del Estado. Los unos por los otros. Al socaire de los incentivos/Next Generation de la Junta de Andalucía a la inversión proveniente de China y de los aranceles estadounidenses de Trump, el subconsciente colectivo, con enchufe o sin él, con claridad o a oscuras, sin precaverse y para que se sepa, resucita en el fondo de nuestro ser el instante antiguo, reflejo neutro, ¿autoengaño?, de cuando creíamos ser felices. Apagón, té y magdalenas. Sentir, al fin y al cabo, es lo único que cuenta.