Alfonso Fernández Malo afila el colmillo en su último poemario

“Corte de colmillo” es mucho más que un exabrupto literario, heredero de la poesía social, es también un testamento vital, notarial, de Alfonso Fernández Malo

 Alfonso Fernández Malo afila el colmillo en su último poemario

Alfonso Fernández Malo tras la presentación firmando un ejemplar.

Causa, cuanto menos, estupor que sea un escritor que va a cumplir 86 años quien empuñe la pluma para, a golpe de verso y tinta roja, nos enseñe el valor de la lucha, el desprecio al abuso de poder y la necesidad del inconformismo social, reivindicativo y sobre todo, justo.

Alfonso Fernández Malo (Jaén, 17 de abril de 1939) acaba de presentar su último poemario, “Corte de colmillo” (Madara Editoras), un compendio de sonetos que por encima de todo es un canto a la libertad y un alegato a la adormecida lucha de clase que propició todos los derechos que ahora nos permiten gritar ¡no hay derecho! Dice el autor que habla mal de todo el mundo, de los banqueros, de los abogados (profesión que ha ejercido durante más de cinco décadas), de los curas. “De los malos, hablo mal de los malos, de los buenos no tengo nada que decir”, arguye Fernández Malo sin sorna. Se declara agnóstico por mucho que su hija le repita una y otra vez que es ateo, pero no, ateo no es, por si acaso.



Presentado por otro activista literario incansable y mejor poeta, Sergio Franco recorrió lo sustancial del poemario y desnudó con los propios versos del autor la última obra de un Fernández Malo que no contento con ser dueño de una de las mejores prosas de la literatura andaluza de finales del siglo XX, agraria, aterrada y costumbrista, ha venido a embarrar una parte de la adormecida escena poética de lindeces, luces, noches, atardeceres, y resplandores que copan las redes vacías de peces.


Si paradójico fue que un pequeño ensayo como “¡Indignaos!”, de Stéphane Hessel (1917-2013), con 93 años cuando lo escribió, se convirtieran en el germen de un movimiento revolucionario de millones de jóvenes en buena parte del mundo, también lo es que un octogenario sacuda las conciencias de acuarela con un lienzo al óleo intenso.

Pero “Corte de colmillo” es mucho más que un exabrupto literario, heredero de la poesía social de José Hierro, Blas de Otero o Ángela Figuera Aymerich, que rompe con lo insustancial y anodino e hirvana un discurso paralelo a los Francos, Damianis, Fabrellas, Lombardos o Ruiz Amezcuas universalmente locales.

Este corte de colmillo afilado, ya desgastado por el uso y quebrado de hastío, es también un testamento vital de Alfonso Fernández, que dedica por primera vez una obra, a sus abuelos, a su abuelo Juan, que le enseñó a montarse en borrica; y a su abuelo Luis, al que ellos le fusilaron; impuesta, según él, pero claramente notarial.

Empieza el poemario recordando su infancia, su llegada a Sevilla siendo un niño procedente de “La Torre” (Torreperogil): “No nací en patio alguno de Sevilla, /no fui capitán con mando en plaza, /solo esclavo de todo lo que arrastra /un chiquillo obligado, de visita”, para adentrarse de lleno en la trinchera política y rural: “Confunden adjetivo con sustancia, /la vaca añosa con becerra, /unos tragos de vino con jumera, /el Dios de arriba con ¡Arriba España!

Y de lo rural a la usura urbana, como la vida: “Soy víctima del fondo-buitre-banco: /por ir contracorriente, por okupa/ de un okupa legal y victimario”; y de su profesión, la abogacía: “Hablo del lodazal donde se enroca/ la palabra vacía de la impostura, /de individuos que reptan bajo toga”.

Y poco a poco aparece un Alfonso Fernández Malo notarial, nostálgico y fatigoso que rememora su vida con la pluma frágil del hombre, ¿tal vez roto?: “Me apalabré con labios defensivos, /vacié mi soledad de brotes verdes, /fui sangre rota, abierta al enemigo”.

“Te busco, Libertad, tarde y mañana, en el trajín oscuro de las horas, /esclavo de mi espera y tu distancia”.

Y como un arado que labra en tierra yerma (“Y vas al paso lento de los burros /con cadencia de lomo bajo albarda,/ del hombre vivo con rostro de difunto”) alcanza, como una piedra firme e inquebrantable al final de su poemario al Fernández Malo de la esperanza, el gin-tonic, la salud, la república y el Betis.

Por fin he regresado a mis razones, /he devuelto la entrada de este circo,/ tengo mi edad, dejé de ser un niño / y quiero caminar hombro con hombre. […]

¡Para acabar ahormando, /en mi jardín de ortigas y de sombras, /el juego de la paz, nuevas historias!”