Cuando lo cotidiano se hace lirismo y lo extraordinario diario

Martín Lorenzo Paredes convierte lo cotidiano en “Vivir en tu invierno” en una crónica íntima y elegíaca a su esposa e hijas

 Cuando lo cotidiano se hace lirismo y lo extraordinario diario

Foto: EXTRA JAÉN

Martín Lorenzo Paredes Aparicio firma uno de sus poemarios en la presentación.

Vivir en el invierno de Natalia, Julia, Emma o Martín es vivir en tu propio invierno con algunas variaciones. Para ellos, a veces otoñal, otras, primaveral, o evocador de un océano atlántico de canícula, como un lisboeta perdido en una plaza del Jaén ardiente o un jiennense despistado en La Alfama.

“Vivir en tu invierno” (Ediciones Rilke 2025), el último poemario de Marín Lorenzo Paredes Aparicio, es un paseo por los solsticios, la candelaria, el culto pagano a Ostara, para desembocar en la propia voz, hallada y fijada, de un poeta siempre de plaza, pluma y daga, que dedica esta obra a quien pasa con la levedad de lo cotidiano por las estaciones, las plazas y el reflejo del espejo como un vencejo detenido siempre en su vuelo.



Leer el invierno de Martín Paredes es acariciar con voz inmaculada el amor más puro y sereno que alguien puede dedicar a su esposa, sus hijas y su vida. Nadie como el autor sabe convertir lo cotidiano en lirismo ni lo extraordinario en diario.

Tras fijar al lector en el tiempo de la pandemia con Natalia camino del hospital (“Pronto volverán a la ternura de sus hogares. La llama de la victoria destruirá las células del miedo”) y los endecasílabos de su poema “Natalia”, el poeta comienza a recorrer el sendero que los une por la otra vereda del río, paralela a las batas y las soledades, porque “Vivir en tu invierno” es la otra mitad del corazón de Natalia, que guardaba Martín en el brezo del hogar incompleto y temeroso cada día y cada noche.

El poemario se divide en cuatro partes, solsticio, candelaria, Ostara y poemas de Julia y Emma, sin títulos, numerando cada poema, como si fueran los 68 pasos (en realidad 69, se salta uno tal y como bromeó el autor en la presentación) que conducían a Natalia por su odisea, como un Ulises que regresa a su Ítaca cada día hasta que el paso del tiempo confunde si el camino es de ida o vuelta.

La intimidad y el lirismo, que en momentos traslada al lector el mejor Salinas, se construye desde lo cotidiano, desde la plaza vacía, las noches de insomnio, los desvelos de las niñas y el espejo como única puerta que te devuelve la cruda realidad de que no hay más de lo que ves, que nadie puede atravesar el reflejo de lo que fue frecuente porque lo común ahora es la soledad vencida solo por el amor y el recuerdo de un océano de otra ciudad, por ejemplo, Lisboa, como metáfora de lo perdido, amado y guardado.

A veces, en mitad de esa realidad, aparece el Martín Paredes más social, más transgresor y crítico: “Caminas despacio/ por la ciudad que tu abuelo te contó./ Sin embargo, no la encuentras./ El humo de un cigarro en la oscuridad/ delata la impostura de una tierra que nunca aprenderá”.

Dice el poeta que “el amor es una deuda que hay que pagar”, no con gravedad, sino como un deudor agradecido que Martín Paredes salda en “Vivir en tu invierno” como una crónica íntima y elegíaca. Porque al final del camino, contados los desvelos, las copas de vino y la angustia, solo quedan Natalia, Julia y Emma, en un eterno retorno.

“La Luz caída de la lámpara, el salón de una ciudad de interior son tu refugio. Desde la ventana, ves el Valle del Guadalquivir, ahí, Jaén se hace provincia. Al alba, vences el miedo y cruzas el umbral del nuevo día. Mientras, el poeta imagina historias, quizá verdaderas, pero siempre honestas. Más de dos meses encerrado, entre libros y visiones, entre copas de vino, y rosas en las macetas. Y Julia y Emma revelan el sentido de la vida”.

Natalia, esta voz es a ti debida.