El descenso a los infiernos: adicción y víctima de la violencia machista

Natalia, de 21 años, relata su experiencia desde la comunidad terapéutica de Proyecto Hombre donde lleva ocho meses

 El descenso a los infiernos: adicción y víctima de la violencia machista

Foto: EXTRA JAÉN

Natalia, en la Comunidad Terapéutica de Proyecto Hombre.

Natalia tiene 21 años y lleva algo más de ocho meses en la comunidad terapéutica de Proyecto Hombre. Su lucha ha sido titánica, pero invisible, y sus heridas empiezan a sanar. Su historia comenzó a los 13 años, cuando las drogas y el alcohol se cruzaron en su camino. “Comencé a consumir porque me ayudaban a evadirme de la realidad. Era una escapatoria a todas esas emociones y cosas que pasaban en mi vida, que no lograba entender, pese a ese efecto devastador”. Una escueta pincelada para describirnos cómo fue su descenso al infierno de las adicciones.

De la adicción al alcohol, a la cocaína y al sexo. Recuerda con cierta amargura el distanciamiento con su familia y el inicio de una relación tormentosa que terminó, después de cuatro años, con una denuncia por malos tratos. "Mi día a día era un caos", se sincera. Poco o casi nada queda de aquella adolescente que recurrió a las drogas y al alcohol para huir de situaciones traumáticas: separación de los padres, abusos y violencia física por parte de su pareja, que llegó a dejarla en varias ocasiones inconsciente por los golpes que le propinaba.

La historia de Natalia es la de tantas mujeres que entran en una espiral de autodestrucción y de vulnerabilidad. Pero como en otras tantas historias también hay un proceso de superación. Y en ese proceso se encuentra Natalia. Ahora cuenta con el respaldo de sus padres, de sus amigos y de una comunidad terapéutica con la que está aprendiendo a conocerse y quererse.



“Hace un año era un alma en pena, con un cuerpo lleno de moratones y enganchada a las drogas. Ahora puedo decir que tengo una ilusión y un proyecto para salir adelante. El próximo año comienzo un grado superior de Diseño Mobiliario. No quiero saber nada de la hostelería, ni de ferias, ni de adicciones…”, explica mientras su mirada se nubla cuando recuerda el largo proceso de desintoxicación vivido, no sólo de sustancias sino también de ideas y emociones.

“Aquí he aprendido a quererme, a conocerme mejor y, sobre todo, he empezado a valorarme a misma, cosa que antes no hacía”, nos cuenta Natalia, no sin poner antes el foco en la violencia que sufrió y en cómo llegó a normalizar y aceptar las agresiones físicas de su pareja. “En ningún momento pensé que aquello que me estaba pasando a mi era violencia de género. Fue en los grupos de mujeres cuando me di cuenta o, mejor dicho, las terapeutas y el resto de compañeras contando sus vivencias, me hicieron ver que yo era una víctima más”.

Este proceso de aceptación de la realidad llega, como ella misma reconoce, cuando ingresa en la comunidad terapéutica de la Fundación Proyecto Hombre. “Solo entonces empiezas a reflejarte, por primera vez, en otras mujeres que han pasado por lo mismo y comienzas a entender muchas de las cosas. Empiezas a ser escuchada, apoyada y, sobre todo, arropada”.

Aún queda un largo camino por recorrer, pero lo peor ha pasado. Salir del centro y recuperar su vida es su ilusión a sabiendas de que tendrá que seguir asistiendo a terapias de grupos, una o dos semanales, por otro periodo largo de tiempo; pero la vida le ha dado a Natalia una nueva oportunidad.

“Aberración estadística”

En el informe anual sobre el perfil de las personas con problemas de adicción en tratamiento, la Fundación Proyecto Hombre pone el foco en el aumento de mujeres atendidas en el último año, un 3,86 por ciento con respecto al año pasado. Las cifras son elocuentes. Cerca de un 80% de las personas que reciben tratamiento son hombre, mientras que entre el 15 y 20% son mujeres, es lo que califica de “aberración estadística”. El director en Jaén, Pedro Pedrero, confirma que ellas tardan más en pedir ayuda por la “vergüenza” que les supone reconocer su adicción; “y no lo hacen por el miedo a perder la custodia de los hijos, por los prejuicios sociales, las cargas familiares o bien por el miedo al estigma social”. “El problema, añade, es que su realidad no se visibiliza porque su proceso de adicción es, en teoría, menos disruptivo. Muchas de ellas, incluso, están dentro del sistema de salud”. El alcohol o los psicofármacos son las principales sustancias legales más consumidas por las mujeres, “porque es más fácil conseguirlas y porque no se ven como un factor de riesgo de adicción, lo que conlleva  que accedan más tarde a terapia”. “Las mujeres, explica Pedrero, tienden a consumir drogas legales por ser menos censuradas socialmente. Es importante insistir en el hecho de que esa elección tiene que ver con el papel que nos asigna la sociedad y no con una elección natural”.

A este drama que es de por sí la adicción, hay que sumar la violencia que sufren y “que les lleva tiempo en reaccionar y, por tanto, tiempo en pedir ayudar para salir de esa endiablada espiral”. Este escenario tan complejo ha llevado a Proyecto Hombre a plantear a las administraciones, la necesidad de habilitar plazas en comunidades terapéuticas para abordar esta doble condición debido a la complejidad de su recuperación puesto que requieren una estancia más prolongada.