José Tomás en Jaén

Crónica de la visita de José Tomás al coso de la Alameda

 José Tomás en Jaén

Foto: TAUROEMOCIÓN

José Tomás

El hijo insumiso de Sartre, Jean Cau, dejó dicho: “Amar los toros es, cada tarde, a eso de las cinco, creer en los reyes Magos e ir a su encuentro”. Esa ilusión en la víspera hacia el Misterio no puede ser más latente que en una corrida de José Tomás. Así estaban las más de diez mil personas que acudieron a la plaza este domingo -y también las que no estuvieron allí-.
La plaza de toros de Jaén, obra del arquitecto Antonio María Sánchez a principios de los años sesenta, en la Alameda, en el barrio de San Idelfonso junto al convento de las Bernardas, fue, este 12 de junio a más de cuarenta grados, lugar y centro universal durante unas horas. Llena hasta la bandera estaba preciosa y procuraba fotografías muy cinemáticas por el dinamismo de su andanada saliente de hormigón coronada por una techumbre en voladizo.


Sonó Churumbelerías del maestro Cebrián -como no podía ser de otra manera para enraizar con lo local- mientras rompía el paseillo. Tocaba la Banda Sinfónica “Ciudad de Jaén”, no la municipal.



José Tomás iba de tabaco habano y oro, morillas blancas y cabos verdes.
Salió el primer toro al ruedo y aún continuaba gente entrando en la plaza y sin ubicar durante el saludo capotero. Eso (mal) predispone. Público que olvidó eso de “en los toros no se habla”, como decía Almudena Grandes para que después, la emoción te muerda o no (“si te ha mordido una vez, la razón nunca te servirá ya para nada”). Se hace difícil con ruido propiciar ese pellizco individual y colectivo. Así transcurría la lidia con falta de conexión y mucha polvareda mientras el diestro hacía su obra, tanta que hubo que regar el ruedo a mitad del festejo, urgía hacerlo profusamente.

El axioma “si hay toro, hay emoción” lo es por tan evidente que no requiere demostración, si no, no sería axioma -ni habría que estar recordándolo-. Es lo que pasó: Los toros no transmitieron. Ninguno de los cuatro de tres ganaderías distintas. Los de Victoriano del Río, Álvaro Núñez, Victoriano de nuevo y Juan Pedro Domecq (dichos en orden de lidia) estuvieron faltos de transmisión y de fuerza y fueron muy protestados en cuanto a presentación por el público. El segundo y el tercero, pitados en el arrastre. No presentaron pelea en el caballo ni dieron juego en banderillas -por cierto, preciosos rehiletes de color blanco con finas bandas en sus extremos, rojas y verdes, bandera mexicana, que no todos los subalternos atinaron a colocar bien-.

En estas, José Tomás toreó y fue, en todo momento, sincero.
A todos los lidió en los medios, en ningún momento faltó a cargar la suerte ni a llevarse al burel tras la cadera ni a coger el estaquillador por donde hay que cogerlo, siempre se puso en su sitio y no se alivió aunque el toro tocara trapo, no forzó gestos, alternó tandas por ambas manos, no llegaron a tocarle ningún aviso, impidió que algún toro fuera al caballo al relance, se dejó la montera puesta durante la faena de muleta con el tercero -en el cual acabó metido entre los pitones- y tiró la oreja concedida en ese mismo toro al escuchar unos pitos de disconformidad (el reparto de trofeos de la tarde fue: silencio, silencio, oreja que no paseó, oreja).

Conforme pasen los días los que estaban lo recordarán mejor, se acordarán de cómo, con unos pocos naturales, levantó los tendidos como si tuvieran un resorte o de aquel quite por gaoneras y rebajarán cierta acritud que quedó flotando. ¿Alguien piensa que te van a regalar un toro más de lo pactado?