Perros viejos del rock para un festival, el Púa, que cumple una década

Panzer no defraudó a toda una generación que creció con sus himnos y su leyenda negra en una noche de auténtico heavy

La memoria tiene en la música y la literatura una poderosa máquina del tiempo que despierta los sentidos dormidos y latentes del pasado, ya saben, siempre mejor, siempre por empeorar, que traslada al oyente y al lector a los colores, los sabores y los olores de lo vivido, y que, generalmente, con el paso de los años tiende a sublimar, a convertirse en apoteosis, en un tiempo feliz.

Las apenas cuarenta almas que desde hace diez años mantienen vivo el Festival Rock la Púa en Villargordo, con la exigua colaboración de una única administración, la de su Ayuntamiento, propiciaron ayer que una pequeña parte de una generación cumpliera el sueño de ver sobre el escenario a una de las bandas míticas del heavy rock español de los años ochenta, Panzer. Por un instante, lo que dura un concierto, hicieron que el público del festival, ya ‘perros viejos’, viajaran a una década preñada de futuro y quizá la más libre y contestataria que ha vivido este país en sus últimas décadas.

Panzer y su leyenda negra, la gran banda del incipiente heavy español de los ochenta, siempre a la sombra de Barón Rojo, primero, y Obús, después, pero primera en los corazones de millones de seguidores en todo el país, demostraron por qué cada vez más grupos de aquellos años vuelven a reunirse: son los maestros, los pioneros, los que abrieron el sendero del rock para cientos de bandas que han llegado después y que, salvo honrosas excepciones, han sido incapaces de aportar un ápice de valor añadido a una industria, la del rock, que deambula entre la niebla opaca de la insignificancia.



El núcleo de Panzer, con Carlos Pina a la voz, Fernando Díaz Valdés al bajo y Rafael Ramos a la batería, y con la incorporación en esta etapa de madurez plena, con sus luces y sus sombras, como siempre fue Panzer, luz y sombra, noche y día, del incontestable guitarra Miguel Ángel López (Chachorro), alquimista en la vuelta a la escena de otras bandas legendarias del país como Coz, Bella Bestia, Rosa Negra, Silver Fist o Chino Banzai, dejó claro sobre el escenario de la Caseta Municipal de Villargordo donde habita el talento, de donde bebieron algunas de las bandas que los acompañaron, como fue el caso de los locales Megascolia, Ciclón o Delalma (lo de Docka Pussel merece mención aparte).
Carlos Pina, como el gran vocalista que siempre fue, condujo a la banda por la memoria de los cuatro discos de estudio que grabaron desde 1982 a 1986, “Al pie del cañón”, “Sálvese quien pueda” (editado también en Inglaterra), ‘Toca madera’ y ‘Caballeros de sangre’, amén del malogrado en cuanto a sonido último disco en directo “Sábado negro”, grabado en la histórica sala Egaleo de Leganés, que puso fin a la carrera de Panzer. Consciente del paso de los años, Pina, moldeó las canciones con maestría evitando aquellos tonos altos de su juventud, de los que nunca, al contrario que otros colegas, abusó.

Empezaron fuerte con ‘Toca Madera’, el himno en el que colaboró Juan Pablo Ordúñez, El pirata, en referencia y guiño a su “gafe”. No faltó “Perro viejo”, el primer himno de la banda junto a su “Panzer” y “Gedeón” del primer disco; ni “Galones de Plástico”, la irrepetible “Junto a ti” o “Sube un escalón” del segundo; ni “Arriba”, “Tú mismo”, “Dios del rock” o “Danza de la muerte”; así como “Caballeros de sangre”, “El innombrable” o “No hay quien nos pare”, del cuarto trabajo, entre otros. Y terminaron de nuevo con ‘Toca Madera’, como empezaron, por si acaso.

La solidez de Fernando Díaz Valdés al bajo y la excelencia de Rafael Ramos, aún uno de los mejores baterías de este país, que deleitó al respetable con un inolvidable solo, unido al carisma de Pina y la maestría de Chachorro en las seis cuerdas, hicieron del bolo de Panzer una clase magistral del buen hacer y de lo que significó el rock para toda una generación en este país.

Si hay que poner una pega solo debe ser las referencias jocosas y desafortunadas de Carlos Pina a Villargordo a propósito de su nombre.

Antes de los maestros se presentó uno de los grupos que más expectación han despertado en los dos últimos años, el proyecto del guitarrista Manuel Seoane, Delalma, con la vuelta a los escenarios del exvocalista de Avalanch, Ramón Lage, que visiblemente emocionado, incluso contrariado por la respuesta del público, que llenó en mayor medida el aforo con que con Panzer, dijo que nunca había pensado volver tras su retirada en 2017. Dignos herederos del heavy melódico, de aquel AOR que brincara a las listas de la radiofórmula de los noventa, Delalma rozaron la perfección a todos los niveles, salvo por una cuestión. Les faltó precisamente alma sobre el escenario, a pesar de que pusieron toda su emoción en él, principalmente Lage. Su directo estuvo carente de la contundencia que se les presume en su primer disco publicado en enero de 2023 y que ha sido calificado como uno de los mejores trabajos heavies del año. Aun así, el público coreó todas las canciones de la banda y Manuel Seoane estuvo al nivel que siempre tuvo acostumbrado a la parroquia heavy.

Docka Pussel
Pero la gran revelación, a pesar de la larga trayectoria de la banda (2012), fue el concierto que ofrecieron los sevillanos Docka Pussel. El psychometal de Zark (voz), Öjka (guitarra), Floho (bajo) y Gorospe (batería) fue una auténtica apisonadora, una revolución musical, nada nuevo, por otro lado, pero que con el carisma de su cantante y su profundo control vocal y la arrolladora presencia del bajista sobre el escenario, amén de la actitud del resto de componentes, fueron sin duda los mejores de la noche con diferencia, a pesar de los problemas durante una pequeña parte del concierto con las luces.

Antes, en pleno siglo XX, Ciclón demostró por qué llevan desde 2006 siendo una de las bandas más solventes del panorama nacional y enarbolando la bandera del heavy más clásico. Ortodoxia metalera pura y dura, sin sobresaltos ni sorpresas.

El concierto lo abrió la banda provincial Megascolia, AOR made in Jaén, que sonaron con fuerza, conjuntados y con un gran potencial, liderado por su vocalista, una carismática joven con un prometedor futuro en la música.

Mucho más dio de sí el Festival Rock la Púa de Villargordo, como mucho más daría con mayor apoyo tanto de las administraciones, como del público. Poco más se le pueda pedir a una asociación que durante diez ediciones ha traído a la provincia a algunas de las mejores bandas del metal español. Solo darles la enhorabuena y mostrar gratitud, una cualidad cada vez más escasa en nuestros días, sobre todo cuando de cultura y música se habla.