García Lorca, la estela de la pena negra jiennense
Hoy se cumplen 88 años del asesinato del poeta, que visitó en varias ocasiones Jaén, donde fraguó buena parte de su "Romancero gitano"
Hoy se cumplen 88 años del asesinato de Federico García Lorca.
Un día como hoy hace 88 años los proyectiles que acabaron con la vida de Federico García Lorca tiñeron de sangre no solo la vega granadina, sino la Senda de los Huertos de la capital jiennense, la Carrera de Jesús, la tierra seca de labranza y la Loma olivarera y fría de las madrugadas de agosto, y con ellas, quedaron presos de rabia y dolor todos aquellos amigos que durante casi dos décadas el poeta hizo en este terruño hospitalario y desmemoriado, acogedor y silente, como un trueno.
“¡Dale café, mucho café!”, dijo Queipo de Llano cuando los sublevados en Granada preguntaron qué hacían con el poeta de Fuentevaqueros (1998-1936) tras su detención. Hoy se cumplen 88 años desde que fuera fusilado alrededor de las cinco de la madrugada del 18 de agosto de 1936, en el camino que discurre de Víznar a Alfacar, en Granada. Sus restos yacen en una fosa común junto al del maestro Dióscoro Galindo y los de los banderilleros anarquistas Francisco Galadí y Joaquín Arcollas, pero su ubicación es aún incierta.
Un año después de su muerte Antonio Machado escribiría su poema “El crimen fue en Granada”, recordando al joven poeta que conoció en 1916 en Baeza, cuando ya ocupaba la plaza de catedrático de lengua francesa en el Instituto General y Técnico.
Aquella fue la primera estancia de Federico García Lorca en Jaén, con 18 años recién cumplidos y “con ocasión del viaje de estudios que realiza a Baeza y Úbeda en compañía del catedrático de la Universidad de Granada, Martín Domínguez Berrueta. La huella que dejó este viaje en su formación temprana ha sido ya suficientemente puesta de relieve por diversos críticos”, relata el estudioso y escritor Francisco Chica en el boletín del Instituto de Estudios Giennenses número 146 de 1992 bajo el título, “Jaén en Federico García Lorca”.
De hecho, sus estancias en Jaén forman parte de las rutas literarias que la Diputación Provincial puso en marcha como un recurso turístico más hace unos años.
Primera visita
De aquella primera visita a Baeza y Úbeda nacerían los textos “Impresiones del viaje II. Baeza: La ciudad”, publicado en 1917 en la revista granadina Letras. Estos textos fueron posteriormente reelaborados en su primer libro “Impresiones y paisajes” (1918) con el título de “Ciudad perdida”, incluyendo una dedicatoria a María del Reposo Urquía, hija del director del instituto baezano y una de sus primeras amistades en Jaén.
García Lorca llegó a Baeza el 8 de junio, pero no es hasta dos días después que coincide con Antonio Machado en su visita, tras haber estado también conociendo Úbeda, al instituto donde impartía clases y donde lee a los alumnos granadinos varios poemas de "Campos de Castilla" y recita algunos versos de Rubén Darío, que había fallecido recientemente.
En aquellos momentos García Lorca estaba más interesado en la música que en la literatura y concluye la jornada en el Casino de Artesanos de Baeza, en el que interpreta al piano una selección de piezas clásicas y algunas suyas.
El poeta de la generación del 27 acudió en más ocasiones a Baeza como estudiante y más tarde por puro placer, tal y como recogió su hermano Francisco García Lorca en su obra “Federico y su mundo” en 1980. “...era cuestión de vivir la pequeña ciudad, callejeando, asomándose al paisaje, entrando en el casino, charlando con los amigos locales que ya Federico tenía (...). No olvidaré la noche de grandes nubes y luna llena, sentados en la fuente de la Plaza de la Catedral. Un fuerte viento jugaba con las nubes y oscurecía e iluminaba alternativamente el paraje, ocultando o dando espectral relieve a la Catedral y el Palacio de Jabalquinto. Alguien evocó en aquel sitio la figura de San Juan de la Cruz. A pesar de la superior belleza y monumentalidad de Úbeda, nosotros preferíamos, sin saber bien por qué, el ambiente más recatado de Baeza".
García Lorca en la capital
En 1925 viajaría de nuevo a Jaén, otra vez por placer, en este caso a la capital, junto a unos amigos. Se alojaron en la encalada casa de Manuel Montero Solá, situada en el número 41 de la Carrera de Jesús, que aún puede verse y que perteneciera a Manuel Montero Garzón, hijo del poeta Manuel María Montero Moya (Andújar, 1826-Jaén, 1914). Desde su terraza descubre el viejo Jaén presidido por la catedral que se precipitaba hacia la Senda de los Huertos y el barranco de los escuderos con su desaparecido acueducto romano.
A su regreso a Granada Lorca escribe algunas misivas a amigos, contándoles sus impresiones sobre el viaje, entre ellos al pintor jiennense Manuel Ángeles Ortiz, gran colega del poeta. "Manolo. Hemos venido en auto a Jaén, que es tu tierra. ¡Una maravilla!...". En una tarjeta postal a su amigo Melchor Fernández Almagro, residente en Madrid, hijo de jiennense, y en cuya casa de Úbeda se había hospedado en aquel primer viaje con la Universidad, se refiere al acueducto romano del Carmen.
Todas aquellas visitas a Jaén influyeron en el universo poético de García Lorca hasta el punto de que su famoso "Romance de la pena negra" ("Romancero Gitano", 1924-1927) se titulaba en una versión inicial "Romance de la pena negra en Jaén", según lo señaló el propio Lorca a Fernández Almagro en 1926, si bien, finalmente decidió suprimir la localización en el título que se publicó.
Jaén, además del olivar y el costumbrismo en su primera etapa poética, también está presente en la música de Federico García Lorca. En 1931 graba cinco discos gramofónicos junto a Encarnación López “La Argentinita”. Entre las piezas se encontraba “Las morillas de Jaén”, poema popular del siglo XV. “La Argentinita” puso la voz, el zapateo y las castañuelas y Federico García Lorca la acompañó al piano.
Francisco Chica asegura en su estudio sobre Jaén y Lorca: “Si Granada y Sevilla suponen para el poeta el encuentro con la cultura árabe, Córdoba la afirmación del elemento romano y Málaga, la mediterraneidad; Jaén se ha demostrado trascendental para la producción literaria de Federico García Lorca, tanto por el rumbo que toma potenciando su vocación como escritor, como por la propia obra que desarrolla hacia una estética cerrada y furiosa”.
Fue en Granada, hoy hace 88 años.
Romance de la pena negra
Las piquetas de los gallos
cavan buscando la aurora,
cuando por el monte oscuro
baja Soledad Montoya.
Cobre amarillo, su carne,
huele a caballo y a sombra.
Yunques ahumados sus pechos,
gimen canciones redondas.
Soledad, ¿por quién preguntas
sin compaña y a estas horas?
Pregunte por quien pregunte,
dime: ¿a ti qué se te importa?
Vengo a buscar lo que busco,
mi alegría y mi persona.
Soledad de mis pesares,
caballo que se desboca,
al fin encuentra la mar
y se lo tragan las olas.
No me recuerdes el mar,
que la pena negra, brota
en las tierras de aceituna
bajo el rumor de las hojas.
¡Soledad, qué pena tienes!
¡Qué pena tan lastimosa!
Lloras zumo de limón
agrio de espera y de boca.
¡Qué pena tan grande! Corro
mi casa como una loca,
mis dos trenzas por el suelo,
de la cocina a la alcoba.
¡Qué pena! Me estoy poniendo
de azabache carne y ropa.
¡Ay, mis camisas de hilo!
¡Ay, mis muslos de amapola!
Soledad: lava tu cuerpo
con agua de las alondras,
y deja tu corazón
en paz, Soledad Montoya.
*
Por abajo canta el río:
volante de cielo y hojas.
Con flores de calabaza,
la nueva luz se corona.
¡Oh pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
¡Oh pena de cauce oculto
y madrugada remota!