Sobre nuestras piedras lunares

Manuel Montejo

No queremos este aeropuerto

Mientras los titulares se llenan de discursos sobre dignidad provincial, los trenes siguen sin llegar, las carreteras se desmoronan, etc

En Jaén hemos alcanzado una nueva cima del surrealismo político: discutir el nombre de un aeropuerto que, en realidad, está en Granada. Sí, el aeropuerto de Granada-Jaén, que apenas tiene vuelos y que, de “jaenero”, solo tiene la coletilla tras un guion. Pero ahí estamos, en pie de guerra, elevando el asunto a símbolo de identidad, orgullo y reparación histórica. Como si cambiar unas letras en una terminal fuera la venganza perfecta contra décadas de abandono institucional.

El problema no es que a Jaén le falte orgullo. El problema es que sobra humo y faltan obras. Mientras los titulares se llenan de discursos sobre dignidad provincial, los trenes siguen sin llegar, las carreteras se desmoronan, el tranvía cumple 14 años parado y la tasa de paro continúa entre las más altas de España. Y aún hay quien cree que el verdadero problema de Jaén es el guion del aeropuerto de Granada.



Resulta grotesco que, en una provincia que lleva décadas pidiendo un ferrocarril digno, sigamos aplaudiendo que se nos conceda la gracia de figurar en el nombre de una infraestructura que ni siquiera usamos. Nuestro tren a Madrid tarda más que hace veinte años, los horarios son un chiste y el servicio a Córdoba o Sevilla parece diseñado para disuadir a cualquier viajero. Pero eso sí, el orgullo nos lo mide un cartel en el aeropuerto de otra provincia. Y a eso se dedican todos los partidos de Jaén.

Por no hablar de la falta de industria, que es la verdadera losa que arrastramos. Durante años se nos prometieron polos industriales, planes de reindustrialización, incentivos para el empleo…y aún seguimos soportando promesas espurias todos los meses. Pero lo que tenemos es un desierto laboral maquillado con cifras estacionales. Miles de jóvenes se marchan porque no hay alternativas, y los que se quedan viven de la agricultura o del sector público. Mientras tanto, los partidos locales —tan activos para exigir letras en un aeropuerto— guardan un silencio sepulcral ante la falta de inversiones que sí podrían cambiar algo.

Y si alguien pensaba que el populismo simbólico era monopolio de unos, de los de siempre, Jaén demuestra que aquí se reparte bien. “Jaén Merece Más”, que nació como un movimiento ciudadano harto de abandono, se apuntó desde su reconversión en partido a las cruzadas absurdas e insustanciales, las que no nos dejan dinero, pero sí titulares. Ahora participa del debate nominalista, defendiendo con entusiasmo el guion y la identidad... mientras acepta sin rechistar que el Ayuntamiento ceda el servicio de recaudación a la Diputación, es decir, renuncie a gestionar uno de los pocos resortes que le quedan para fortalecer su autonomía y su capacidad económica. Un ejemplo perfecto de cómo algunos confunden orgullo con rendición.

Porque claro, es mucho más cómodo posar con un hashtag o una pancarta que remangarse de verdad, no para Facebook, exigiendo al Ministerio de Transportes una línea ferroviaria moderna, o a la Junta un plan serio de inversión industrial. Y más fácil aún es proclamar que “Jaén merece más” cuando se hace tan poco para que realmente lo tenga.

El colmo del absurdo es que discutimos por un aeropuerto que Jaén ni siquiera necesita. ¿De verdad queremos otro edificio vacío, otra infraestructura sin vuelos, sin pasajeros, sin sentido? No nos “merecemos” aeropuertos como éstos. Tal vez deberíamos invertir el esfuerzo en mejorar lo que ya tenemos: conexiones por tren y carretera, transporte público urbano que funcione, servicios sanitarios, educación y oportunidades de empleo. Un aeropuerto no soluciona el aislamiento cuando ni siquiera hay conexiones suficientes para llegar a él.

Y no nos engañemos: el problema no es solo Madrid o Sevilla. También lo es la Jaén política, esa que durante décadas ha votado disciplinadamente a los mismos partidos sin exigirles resultados. La que aplaude los gestos y se conforma con promesas vacías. La que hace de la resignación una forma de identidad, como si la autocompasión fuera una seña de orgullo local.

Mientras tanto, seguimos acumulando monumentos a la ineficacia: un tranvía que lleva 14 años parado y oxidándose; una red ferroviaria digna del siglo XIX; proyectos industriales que nunca pasaron del PowerPoint; un centro de la ciudad que pierde población cada año; y una juventud que ve cómo su única vía de progreso está en hacer las maletas. Pero el gran debate del momento es el guion del aeropuerto. En eso se nos va la energía, el tiempo y la dignidad política.

Quizá sea hora de admitirlo: Jaén no necesita más símbolos, sino más decisiones valientes. Menos debates sobre nombres y más acción sobre necesidades. Menos victimismo y más planificación. Menos fotos y más resultados.

Porque la identidad de Jaén no se construye con un rótulo compartido con Granada, sino con inversión, empleo y servicios públicos. Lo que nos hace falta no es un aeropuerto con nuestro nombre, sino un tren que funcione, un sistema sanitario que no colapse, una industria que dé trabajo y una clase política que deje de pensar en titulares para empezar a pensar en Jaén.

Hasta que eso ocurra, seguiremos donde estamos: discutiendo símbolos mientras seguimos atrapados en el mismo atasco de siempre. Con mucho orgullo, sí. Pero sin tren, sin industria y sin futuro, participando de debates que nos hacen perder el norte. Quizás deberíamos empezar a decir: “Paco, Julio, Agustín, Juanma, etc.: no queremos ni merecemos este aeropuerto.”