A contrapunto

Pedro Molino

Si "me amas", por qué me matas

Hay palabras que hieren y otras que curan, creencias que pueden agravar o, por el contrario, solucionar los problemas

 Si "me amas", por qué me matas

Foto: EXTRA JAÉN

Policías en Villanueva del Arzobispo en el primer crimen machista de este año en la provincia.

“Si me amas, por qué me matas”. (Tal vez esta frase pudo haber pasado por la cabeza de Rosa, Mari Fe o Sandra, las tres últimas mujeres fallecidas a causa de la violencia machista en Villanueva del Arzobispo, en Sevilla y en Granada. Después se les sumó una mujer más en Girona). Volviendo a la pregunta del titular, la respuesta parece evidente: si las maltrataban, si las mataron… es porque sus asesinos “íntimos” no las amaban ni las amaron nunca. Pero, tendríamos que profundizar mucho más en el análisis de este complejo y terrible cáncer social de la violencia de género, porque es consecuencia de la cultura patriarcal, de la desigualdad de género manifiesta en muchos otros campos, de la impulsividad emocional incontrolada y de la agresividad de determinados homus primarius.

“Dos personas no pueden seguir juntas, como pareja, si una de ellas no quiere”. Esta frase, por el contrario, por sencilla y básica que parezca, asumida como fórmula de aceptación tras una ruptura por parte de ambos miembros, podría evitar muchas frustraciones y, con ello, la respuesta de ira que la impotencia emocional genera en el miembro más agresivo. “Si alguien te ama, te respeta”. “Nadie es propiedad de nadie”… ¿Cómo no difundir estas ideas cuando sigue creciendo el porcentaje de separaciones y divorcios por encima del número de matrimonios anuales?  



LOS DATOS: las cuatro mujeres que sangran aún entre estas frases ya forman parte de una terrible estadística, son 44 las asesinadas de este año 2023, más de una por semana en los ocho meses transcurridos, 16 en Andalucía, cuando se cumplen 16 años del número telefónico 016 de auxilio a las víctimas, con cerca de un millón de consultas, lo que no ha impedido que asciendan a 1226 las asesinadas desde 2003. Las denuncias previas aumentan progresivamente y tan solo un 0,05% son denuncias falsas.  Por otra parte, se duplica el número de casos de agresiones sexuales perpetradas por menores a menores en el último lustro, según el informe de la Fiscalía General del Estado, entre otras causas, por influencia del visionado de pornografía en internet, por el mal uso y abuso de redes sociales,  y por falta de educación afectiva-sexual y en valores de respeto, ejemplo e igualdad en las familias y en los centros educativos.

LA EMOCIÓN: escribo estas palabras con el corazón en la mano por el respeto que me merecen estas mujeres que, sin conocerlas, requieren compasión, reclaman justicia y nos exigen hacer algo más que minutos de silencio y declaraciones institucionales. Es decir, buscar sendas más eficientes de solución para invertir la tendencia y reducir en todo lo posible el número de mujeres y niños en riesgo.

MIS PREGUNTAS: ¿Podemos hacer algo, por poco que sea, para reducir esta terrible lacra? ¿Qué están haciendo las administraciones por su parte? ¿Es suficiente la ley, la vigilancia policial y la acción judicial?¿Podemos seguir judicializando siempre el fracaso del desamor? ¿Influye la desigualdad económica o la violencia es un efecto del machismo patriarcal en todas las clases sociales? ¿Debemos prevenir con más y mejor educación por la igualdad si ya sabemos cómo hacerlo en la práctica? ¿Puede la lectura en niños y jóvenes mejorar la empatía y reducir la impulsividad? ¿Podemos sistematizar el análisis para aplicar las soluciones correctas a cada tipo de casos?

MIS ARGUMENTOS: Toda violencia es condenable si valoramos la dignidad que merece cada persona, por el hecho de serlo partiendo del marco ético de los Derechos Humanos. Podríamos hablar de muchos tipos de violencia pero hoy es preciso hablar de esta. En este campo, es innegable que la violencia contra las mujeres tiene unos rasgos comunes que nos repelen especialmente porque, en la mayoría de los casos, se desencadena por personas que un día les prometieron amor a las víctimas (ante un altar, ante un juzgado civil o ante la sociedad). Desde esta perspectiva y reconociendo que es un problema complejo y sistémico, debemos deducir como si fuésemos detectives que, cuando hay un tipo de crímenes de similar génesis, podríamos aplicar medidas preventivas comunes más eficaces, aunque nunca llegaran a serlo en el cien por cien de los casos.

El número de víctimas crece y se multiplica, porque el dolor es inmedible para el entorno familiar, infinito, cuando se produce violencia vicaria también sobre los hijos. Por eso, negar la violencia contra las mujeres, por el hecho de serlo, es gravísimo, porque lleva a la sociedad a la pasividad, al inmovilismo y la irresponsabilidad frente al drama privado e íntimo, como si fuese siempre inevitable, cuando —por el contrario, queramos o no, como demostró la pandemia— todos estamos vertebrados en un modelo de sociedad global, francamente mejorable, y lo que le ocurre a una mujer inocente desconocida puede ocurrirle también a alguien de nuestro círculo más cercano. Vivimos en una sociedad sistémica y compleja de madejas enmarañadas por culturas diferentes (recuerden: cultura = ideas, valores y actitudes) donde predominan hebras irracionales dominantes, entre ellas, las impregnadas por la rancia esencia del patriarcado, por el sesgo social heredado de la desigualdad tradicional de las mujeres, por la inversión de valores: narcisismo individualista, tener más que ser, competir más que compartir, criticar más que proponer, derribar antes que crear, etc.

Si negar la violencia es favorecerla, admitirla pero no hacer nada políticamente es igualmente grave. Avanzamos en igualdad, pero lentamente y con retrocesos. En el año 2004 se aprobó por unanimidad la Ley Orgánica 1/2004, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, una ley pionera en Europa. Más tarde, se creó el Observatorio contra la Violencia de Género, presidido por Ángeles Carmona. Órgano de vigilancia que estos días ha denunciado la alarmante y creciente tendencia de agresiones y muertes. La ley del “Sí es sí” ha supuesto un paso mucho más importante de lo reconocido en educación, sensibilización y equiparando agresión y abuso sexual, aunque tuviera un defecto técnico reconocido. También desde el Ministerio por la Igualdad se han destinado muchos más recursos a las administraciones autonómicas, pero… ¿Por qué no se están redestinando las Comunidades Autónomas estos medios a las Unidades de Coordinación contra la Violencia sobre la Mujer en cada provincia? ¿Por qué se ha desmantelado parte de la estructura de protección y lucha contra la violencia de género y se ha implantado un teléfono de “violencia intrafamiliar”?

Bien está que se cree un Grupo de Trabajo en el Parlamento Andaluz, y que Moreno Bonilla se sume a esta propuesta hecha por el PSOE, pero no será suficiente si no se aplican los recursos que ya estaban previstos y aún están inmovilizados en Andalucía. Ni será efectivo el cambio de tendencia si no se construye el edificio desde los cimientos de las causas a los tejados de los efectos, y se articulan las medidas necesarias en cada nivel o estadio del complejo sistema a modificar.

SÍNTESIS:  La violencia es solo la punta del iceberg de la desigualdad, pero la gravedad está en la regresión de minimizar una y otra. Erradicar la violencia de género es posible, una obligación de todas y de todos, porque los “hombres por la igualdad” deben ser también parte de la solución. “Que el hombre aprenda a ser respetuoso y a tratar por igual a la mujer, a llorar sus penas sin sentirse menos hombre y a hacerse corresponsable de todo lo que, histórica y culturalmente se ha delegado a la mujer”, como dice mi amiga María Dolores Cabrera, abogada y feminista, es fundamental.  

Manifestar nuestra indignación es lógico, exigir medidas de protección a los gobiernos es imprescindible. Aún así, según mi criterio, analizar “por qué ocurre”, y “cómo prevenirlo” quizás sea la única manera más eficaz de reducir esta lacra, pero quiero dejar claro que nada justifica en ningún caso la violencia.

Hace tiempo que combato el machismo mental, y busco comprender qué lleva a una persona —que dice que quiere a otra— a usar la violencia contra la mujer a la que estaba unido, madre de sus hijos en muchos casos. Me gustaría desarmar la demoledora cadena de ideas que le llevan a encender el volcán de su agresividad, desmontar esa bomba de relojería emocional para que no estalle. Veamos.

Dice el filósofo Fernando Savater que el miedo inconsciente más profundo de toda persona es “que, de niños, no nos quieran nuestros padres y, luego, de adultos, que no nos quiera nuestra pareja”, por lo que, cuando se produce una ruptura matrimonial, se despierta nuestro miedo primigenio, nuestros peores instintos de despecho y, en algunos hombres, sus comportamientos violentos, porque ellos no respetan a la mujer, ni aceptan la separación como algo inevitable. Caso muy distinto es, cuando la separación la inicia el varón y la mujer queda en desventaja, en muchos casos, con la exclusiva responsabilidad de los hijos y en situación de pobreza.

Ese miedo primigenio, según Jorge Bucay , lleva a estos tipos a otra cruel conclusión: “prefiero que me temas, a serte indiferente”, iniciando una escalada creciente de amenazas y agresiones que acaban —por desgracia— en la muerte de la mujer, de sus hijos e, incluso, después, en el suicidio del agresor, bloqueado por la insoportable vergüenza de lo que ha hecho.  Todo sería más sencillo si los hombres asumieran que, cuando uno de los dos no quiere seguir juntos, no tiene sentido mantener una unión de pareja infeliz.

Incrementemos seriamente la educación afectiva-sexual entre jóvenes basada en la inteligencia emocional y social, en la equidad entre hombres y mujeres, en la comunicación inteligente entre parejas… porque todo ello podrá ayudar a los adolescentes a comprender y gestionar sus sentimientos; a no recurrir a la amenaza ni a la violencia; a tener empatía y asertividad; a “saber enamorarse” de chicos o chicas nobles de corazón, no de los chulitos, controladores o posesivos; a saber romper pacíficamente una relación sentimental que no es equitativa y positiva para ambos…

Saber amar es posible si educamos mejor y, se lo aseguro, hay experiencias educativas que nos demuestran que sabemos cómo hacerlo, tanto en Escuelas de Parejas y de Familias como en colegios e institutos (Programas transversales de Igualdad, sin “pin” parental, con responsabilidad social y educativa compartida). ¿Por qué no se potencian y se conocen más estas prácticas de educación activa y en valores?

Ojalá pudiéramos hacer efectivo el enunciado “se acabó” a la violencia contra las mujeres y se erradica, finalmente, más pronto que tarde, esta dolorosa lacra humana hasta eliminarla. Sigamos conversando…