“Guerra cultural”, mentira o potsverdad, ignorancia programada, propaganda sin programas, pantallas adictivas, palabras trucadas, ceremonia de confusión… ¿a quién beneficia el caos infra-cultural actual, a quién perjudica?
No hay peor costumbre que acostumbrarse a la crueldad de las guerras reales. Nada tan terrible como ver ahogarse a inocentes en el negro mar de la indiferencia huyendo de la geografía del hambre. Y nada más insano que asumir como propias las mentiras propagadas, como virus letales sobre las conciencias, para generar odio, conformismo y pasividad.
La realidad cuantificable existe (aunque siempre nos faltarán datos). Existe la realidad pese a quien no quiera verla, o pese a quienes intenten disfrazarla con los colores del cristal subjetivo de sus creencias, y pese a quienes quieran comprarnos barato nuestro voto con sus “relatos” reduccionistas y demagógicos.
Hay grupos de interés que fomentan un caldo de ideas erróneas, mejunje acrítico que fermenta mejor en la ignorancia de quienes no quieren saber ni comprender la realidad global (incierta, compleja y volátil) y su efecto local en cada uno de nuestros entornos (empresa, ciudad, comunidad o país).
De un tiempo a esta parte se ha hecho común en los medios de comunicación el término “guerra cultural” como evidencia de que el poder juega su partido en el delicado e íntimo espacio de nuestra mente, en el cerebro fragmentado e irracional de las pasiones. Un camino seguro a la manipulación si se saben tocar las teclas del engaño, del miedo y del odio. Su objetivo final e internacional, mantener privilegios y lograr neo-dictaduras por vías democráticas.
¿Y si todo fuese cuestión de Cultura(s)?
Negar la violencia contra las mujeres rechazando la palabra “género” (cuando, por término medio, cada diez días muere una de ellas a manos de un hombre maltratador).
Extirpar departamentos y leyes de Igualdad en las instituciones (cuando más necesitamos un mundo de equidad y de razonable justicia entre mujeres y hombres).
Ignorar el cambio climático (contra la evidencia de los datos y de los estudios científicos sobre el grave calentamiento del planeta, el desequilibrio ecológico y sus efectos de forzada movilidad demográfica).
Censurar obras de teatro y de arte cuando la libertad de expresión y de creación es más necesaria que nunca para favorecer un pensamiento crítico, dialogante y constructivo.
Utilizar la propaganda y la analítica digital para manipular con cientos de miles de mentiras propagadas por medios, radios, tertulias sesgadas, redes sociales, memes y robots programados para usar y abusar de nuestros datos.
¿Nos engañan o nos dejamos engañar?
Quieren hacernos creer que son más importantes los símbolos que las personas. Que es mejor estar callados y abstenerse de opinar (o votar) que buscar juntos la mejor solución para cada problema. Son síntomas muy graves de una sociedad enferma de “confusionitis”, al borde de una nueva era tecnológica que precisaría ciudadanos más inteligentes, proactivos, cooperadores y éticos. ¿Y no es este último el objetivo de la mejor Cultura?
¿Pero, de qué hablamos cuando hablamos de cultura o culturas?
Cada cultura es un sistema de ideas, valores y actitudes que se materializan en obras o acciones concretas. Todas las que existieron o existen son culturas. Pero, no todas las culturas son iguales. Su valor depende de la calidad humana de sus ideas, sus valores y sus actitudes.
Hay culturas integristas que intentan imponerse, desde la “religión” propia y desde el autoritarismo dogmático, sobre las demás culturas justificando la represión, la fuerza y la violencia.
Hay culturas estáticas, tradicionales, que conservan, repiten y añoran sus costumbres, manifestaciones y fiestas, que unen a las sociedades pero las anclan o frenan en el tiempo.
Y hay culturas dinámicas, desde tiempos de la Ilustración, que buscan el progreso desde el conocimiento. Que apuestan —no sin contradicciones— por la verdad de la ciencia, la belleza del arte y el difícil equilibrio de la libertad, la igualdad y la fraternidad, como tres objetivos de convivencia hacia el respeto a los Derechos Humanos y la ética.
La mayoría de políticos tradicionales o pseudo-progresistas han subestimado gravemente la importancia de la Cultura, entendida simplemente como un adorno de su gestión pública. Ahora hemos llegado al extremo de lo irrelevante o lo cómico (Cultura como apéndice de la Consejería de Turismo y Deportes en la Junta de Andalucía; faena de aliño para consejeros, toreros nostálgicos del franquismo, en Valencia…). Mientras, se siguen cerrando librerías emblemáticas en Sevilla y San Sebastián… heridas de muerte por el exceso de atención a las pantallas.
Parece mentira que aún no hayamos aprendido que no todas las culturas son iguales, ni comprendido que la evolución cultural es la que permitió a la Humanidad progresar. Especialmente, y de forma más acelerada, desde que se descubrió la escritura, se fijaron conocimientos en los libros, se promovió la lectura y se generalizó la educación pública.
Existe lucha de intereses y sería legítima si esa lucha fuera transparente, como un partido con reglas de arbitraje… pero, hay quien prefiere el caos y el engaño para ganar en todos los campos de juego: el económico, el ideológico y el político. Sí, lamentablemente, nos van ganando en la llamada “guerra cultural” porque, poco a poco, hemos ido abandonando el papel crucial de la Lectura, la Educación, la Cultura y la Creatividad. Campos conectados que exigen coordinación, colaboración y compromiso.
De todo eso quisiera hablarles en una serie de artículos que escribiré para este medio, “Extra Jaén”, porque yo no me resigno a la impotencia de lo que ocurre; ni que nuestra provincia se vea derrotada por su “reto demográfico”; de que nuestra Andalucía siga desvertebrada como teselas dispersas en reinos de Taifas; de que nuestro país pierda la senda de un país moderno, integrador, equitativo y culto.
“Lucho contra tres gigantes, querido Sancho, el miedo, la injusticia y la ignorancia”, hermosa frase atribuida al Quijote, que siempre recuerdo en mis conferencias para promover la lectura y la creatividad en cada municipio. Porque tengo claro, parafraseando a mi amigo José Antonio Marina, que: “la ciencia explica, el arte expresa, la educación transmite o recrea y la ética transforma”.
Mejorar la sociedad es la cuestión ética inalienable de la mejor Cultura. El camino puede parecer largo y lento, pero creo sinceramente que es la senda más razonable y segura. Hablaremos de cómo hacerlo con propuestas prácticas.