Mediodía en la provincia de Jaén

Juan Jurado

Entre Úbeda y Baeza

La opinión de Juan Jurado


El día amanece con un sol desvergonzado. Las lomas, roturadas de olivos, hacen incisiones al azul. El ambiente, por fin frío en este invierno olvidadizo y enfermo. Una mañana de agradecer si no fuera por el déficit hídrico que se arrastra. Siento nostalgia de otro tiempo, de otros tiempos en que la nieve, la escarcha o el barro eran los protagonistas. Tiempos duros de sabañones, de lumbres entre olivos, de voces ligadas al vareo.

No he hecho más que iniciar el camino cuando me saluda la figura taciturna del poeta con una voz casi imperceptible, que es hombre de palabra sombría y luminoso pensamiento. Aun así, la percibo cansada, será su caminar eterno, me digo, su huida en la soledad de un paisaje cómplice del alma atormentada. A mi espalda queda, con su aliento inicio el primer repecho hasta llegar al alto en que unos versos me detienen: Entre Úbeda y Baeza —loma de las dos hermanas: Baeza, pobre y señora; Úbeda, reina y gitana—.



Con la última rima, el camino ha dejado de ser camino, mis pies se han liberado del peso del cuerpo y el sendero surca el tiempo. En mi quimera, quiero ver el paisaje que abrigó al poeta, los encinares que lo rompían, los viejos olivos que, hoy, se me aparecen sobre un suelo sin hierba, arrasado por la avaricia ciega de la superproducción. En mi obsesión, lo alfombro, y en el deseo, el pasado se me hace presente. Es lo que tiene viajar con pies ligeros. Tal y como me recuerda el poeta, unos metros más adelante, justo cuando Baeza asoma tras la última colina: Yo voy cantando viajero a lo largo del sendero.

Y la canción suena nostálgica, compartida. Antonio, son tus huellas mi camino. Y nada más…