El sábado pasado reflexionaba mientras veía la entrega de los premios de cine que en muchas ocasiones es mejor ver una película o leer un libro sin ninguna referencia, porque lo que imaginamos y lo que después esperamos puede que no coincida con lo que después nos encontramos, nos emociona, nos trae o nos lleva. La mirada limpia para disfrutar de una película, de una obra de teatro, de un cuadro o de un libro.
Hace unos meses, volviendo de un viaje en la radio del coche, escuché una entrevista a uno de mi pueblo, y nada más oírlo y aunque apenas lo conocía, empecé a sentir un profundo afecto y admiración por el joven que llevaba quince años escribiendo una novela que acababan de publicarle. La entrevista emotiva, sincera me hizo sentirlo como si fuera de la familia, como si fuera además de paisano, algo mío.
No quería perder ni un día para leer su libro. Pregunté entre mis amistades, que son muy lectoras, si lo tenían y, al día siguiente me lo prestaron. Empecé a leerlo inmediatamente, como si estuviera escarbando tierra para encontrar un tesoro, pero me atascaba con cualquier adjetivo, con cualquier verbo, con ese hueso de albarillo.
Ya me había pasado antes con el primer libro de Saramago y con El corazón helado de Almudena Grandes. Por eso, lo dejé dormir después de leer sus primeras setenta páginas. No porque no me gustara, era porque me perdía, me entretenía entre la magia y mis expectativas, porque me desconcentraba.
Con quien hablaba del libro me decía que era maravilloso, que atrapaba desde el comienzo, que era lo mejor que se había escrito en mucho tiempo, que se emocionaron leyéndolo, que lo mismo se rían, que lo mismo lloraban, que cada página era una obra de arte.
El libro sigue durmiendo y yo sigo imaginando el libro, porque no dejo de escuchar más entrevistas y de leer más críticas, incluso una entrevista de alguien que no había leído La península de las Casas Vacías.
Una buena amiga, también muy lectora, me dijo que había que leerlo como se lee algo que no sabes de que va. Ay, por eso está durmiendo… Estoy segura que me va a gustar, que me va a emocionar cuando transite por él sin esa imagen que yo me he hecho.
Tengo y quiero agradecer a David Uclés, a nuestro paisano ubetense, que haya escrito un libro que todo el mundo valora y que tan buenas críticas ha recibido. Gracias, porque nos ha puesto en el mapa de gente joven con talento y con profesionalidad literaria. Gracias, también por por ser tan cercano y llevar tan a gala la sencillez en el trato como el trabajo encomiable de haber hecho una obra maestra.
Estoy deseando leer La Península de las Casas Vacías y escribir lo que me ha parecido su lectura, sin duda, me pasará como con Saramago y con Grandes que esta primera me llevará a leer todo lo que publique David Uclés.