Estas últimas semanas he tenido constancia personal de un hecho que se da en demasía en nuestro país, he tenido que aguantar demasiados “cuñados”, especialistas de todo tipo, sin preparación ni cualificación para ello.
No importa si hablamos de física cuántica, de la última DANA que amenaza la península, del relevo papal en el Vaticano o de los aranceles al aceite de oliva: aquí cada terraza, cada sobremesa, cada grupo de WhatsApp tiene su propio comité de sabios. Y lo mejor de todo es que no necesitamos datos, ni estudios, ni nada que se le parezca. Nos basta con esa universidad universal que es “lo que me ha dicho a mí un amigo que sabe”.
Somos una potencia mundial en fabricar expertos de barra de bar. Ahora mismo, Jaén —por poner un ejemplo— tiene más climatólogos aficionados que aceituneros. Basta que el cielo se ponga oscuro para que aparezca el colega que predice con absoluta autoridad: “Esta agua ya no viene bien para el campo” o “aún hace falta que llueva un mes más”, pueden estar en la misma reunión y decir una cosa y la contraria.
En política internacional, no nos quedamos cortos. Que si China sube los aranceles, que si Trump esto, que si la OTAN lo otro... Siempre hay alguien que suelta: “Eso nos afecta a nosotros más de lo que parece, ya verás tú el precio del aceite”, y “El CETEDEX nos coloca en la diana de posibles bombardeos”.
Y si hablamos de religión, el nivel es de doctorado. En cuanto suena la palabra "relevo papal", saltan los teólogos de sobremesa: "Este nuevo Papa viene con mano dura, ya verás". “El arzobispo que ha nacido en Sabiote, es demasiado joven, que los prefieren mayores para que no duren mucho”.
La verdad es que en el fondo nos encanta. Porque ser “cuñado”, es una filosofía de vida: no permitir que la falta de conocimiento te impida opinar con rotundidad. ¿Quién necesita datos cuando tiene anécdotas? ¿Quién precisa rigor cuando se tiene carisma? En el arte de hablar de todo sin saber de nada, España —y Jaén, claro— juega en la Champions League.
Siempre tengo la esperanza que como dice el adagio: “el dato mata al relato”, aunque para una buena teoría, los datos deben aportar al relato para que sea certero y conveniente.