Hoy día uno después del apagón Ibérico, a pocos días de inicio del Conclave Papal. Presiento que será un día diferente, cual inicio de la pandemia COVID19.
Volvemos a no saber qué pasa. El país entero sufre los apagones, se cae la red eléctrica, no hay red, cual aldea de la Sierra profunda de Jaén. Se nos acabaron las pilas, no tenemos velas, nos falta la luz. Las redes sociales están calladas, los memes a espera de ser enviados, los "influencers" se ponen nerviosos. La era digital muestra sus fallos. Medidas de la época de la postguerra, juntitos a una radio, esa radio tradicional que nos da un aliento, luz y vida con sus programas informativos.
En casa, nos vemos limitados: los alimentos no los podemos calentar, la vitro y el microondas son bonitos aparatos sin funciones. el frigorífico ya no conserva. El coche eléctrico está con batería baja. El dinero, ¿ dónde dejé el dinero? La tarjeta es un trozo de plástico de colores que no sirve, y el bizum no está.
El teléfono no nos comunica con nuestra familia, el móvil y todas sus Apps, congelados. Los dependientes camino al hospital. Todo esto ocurre hoy, Cuando sabemos y planeamos todo, elaboramos millones de protocolos. Pensamos que somos los mejores. Nos reíamos de los que no son digitales, de los que nacieron hace 80 años, pero vemos que estamos más limitados. No sabemos qué dependientes somos, hasta que un día, como ayer, nos abre los ojos. Nos acordamos de lo importante que son las cosas sencillas un buen asado a la lumbre, un guiso al gas o simplemente un cuento que te recita tu madre o padre, y aun mejor si es mi abuela. Buenos días.
