Estamos en tiempo de pagar impuestos, la primavera es la época elegida por la distintas administraciones para cobrarnos algunos de los más significativos.
El impuesto de circulación, el de bienes inmuebles o la declaración de la Renta se ponen en marcha en estos días para seguir manteniendo el estado social, que todavía disfrutamos.
Siempre he defendido un país con impuestos donde la imposición directa, que pague más quien más tiene, sea la norma.
Sin embargo en esta ocasión mi convicción como sujeto tributario, ha sufrido un revés rayano en el absurdo a manos del Servicio de Recaudación de la Diputación Provincial.
Hace un par de meses recibí un requerimiento para abonar el Impuesto de Plusvalía por la herencia de la vivienda donde resido. Hasta aquí ningún problema, salvo por el hecho de que el requerimiento venía con un recargo por no haberlo satisfecho con anterioridad a una fecha determinada. La fecha me llamó la atención, y rebuscando papeles descubrí que era la misma en la que el Servicio de Recaudación me denegaba una bonificación del IBI, por la instalación de placas solares, por no ser titular de la vivienda.
Hice los oportunos recursos señalando el contrasentido de considerarme titular a la hora de aplicarme un impuesto, y en cambio no hacerlo para aplicarme una bonificación.
La contestación, rápida y fulminante. “Esto es lo que dice la ley, se trata de dos procedimientos distintos y están bien interpretados cada uno de ellos”.
Nunca consideré que estuviese siendo objeto de una ilegalidad, pero el hecho cierto es que la interpretación de dos circunstancias diferentes en el mismo periodo de tiempo, sobre el mismo sujeto producían un contrasentido difícilmente explicable y lo que es peor, injusto, por muchas páginas que escriban los técnicos de turno.
Después de las maldiciones de rigor, me he sentido como el pobre que pidió limosna en una casa con dos puertas: la dueña salió por una de ellas y le negó la dádiva, el pobre continuó a la siguiente puerta y llamó de nuevo, salió otra vez la dueña y le espetó: ¡oiga que es la misma casa!, y yo el mismo pobre..
Vivimos en un estado de derecho regido por leyes que en su aplicación deben servir para impartir justicia, pero cuando esta no se alcanza o queda en entredicho, habrá que revisar las leyes.