Detrás de la columna

Juan Manuel Arévalo Badía

Con la toga al cuello

Nos sentábamos a tomar café o un cubata, con quien llamábamos afectuosamente “el magi”: Joaquín Martin Canivell

Era difícil ver antes en la prensa fotos en las que aparecieran las puñetas de los togados, salvo excepcionales ocasiones de actos de apertura de año judicial u otros acontecimientos magnos de la judicatura. Hoy, un día sí y el otro también tanto el papel como los digitales nos regalan estas imágenes con la misma habitualidad que las páginas de la liga de futbol. El colectivo judicial (jueces, fiscales, secretarios) constituía un cuerpo social cerrado y excluyente, a cuyo grupo social de relaciones solo accedía una parte muy seleccionada de ciudadanos (lo digo en masculino, para que quede claro el género) de cierto renombre en áreas económicas, artísticas o empresariales. Tuve la suerte en mi juventud de dar con un caso “rara avis”, con el que un grupo de veinte añeros maduros y desafectos al régimen, nos sentábamos a tomar café o un cubata, con quien llamábamos afectuosamente “el magi”: Joaquín Martin Canivell, ya fallecido, compartía la desafección política, pero le adornaba su cercanía, sencillez y humor. Se le notaba haber estudiado varias carreras de humanidades y su permanencia en Harvard. Un gran jurista, Magistrado del Tribunal Supremo y Juez del Tribunal Internacional para Yugoslavia. Un mirlo blanco, en aquellos años setenta, mal visto, o soportado por su entorno profesional, pero admirado por quienes veíamos la posibilidad de que figuras como él, pudieran ser un revulsivo futuro de la judicatura. Viene a cuenta este preámbulo por el estado de desasosiego que en el entorno de mundo judicial ha creado el Proyecto de Ley Orgánica para la Ampliación y fortalecimiento de las Carreras Judicial y Fiscal. Un cuerpo al que se accede con un sistema viciado de casta cerrada mediante oposiciones anacrónicas en las que la memoria de papagayo, prioriza frente al razonamiento. Curiosamente vemos como sagas de apellidos, generación tras generación, copan los puestos judiciales, que, a base de preparadores de la misma casta judicial, pasan años cantando los temarios. Para eso hace falta apellido y bolsillo. Sustituir el sistema por Centros Jurídicos de Preparación y quitarles a esos preparadores una ganancia extra ¿declarada? les ha puesto las puñetas con los bordados erizados como carne de gallina. Si además le añadimos que podrán acceder mediante becas aquellos que, sin capacidad económica, pero con excelencia de estudio jurídico, se abre la puerta a la democratización de acceso al poder judicial en todas sus ramas. Eso supone un ataque frontal a una estructura monolítica y clasista que pasó la transición de rositas.  Recordando a Cervantes, ladran, luego cabalgamos.