Las palabras sin hechos son como una raya en el agua. De las palabras e intenciones proferidas en Jaén se podría escribir una enciclopedia: la de la desesperanza. Recuerdo en los tiempos pretéritos de mi vida laboral en la banca, las palabras de un miembro de la alta jerarquía: “a los empleados hay que tenerlos cabreados. Así rinden más”. Esa teoría general pudiera cumplirse en otras áreas de la geografía hispana: en Jaén, no. Me parece bien que quede aclarado, la necesidad de una estación intermodal, para forjar una ciudad a medida del ciudadano, alejando (por el momento) proyectos de extrarradio vinculados a movimientos de reclasificación de terrenos y especulaciones urbanísticas, tan del gusto de los “cuquis y agustines” y demás tropas de la economía farisáica.
El proyecto viene con un plus de zonas verdes, tan necesarias para la habitabilidad de la ciudad. Todo en su conjunto, tal y como lo plantean tiene un buen aspecto. Sin embargo, y al amparo de la cabecera de este artículo, es una cuestión de urgencia, con necesaria fecha de vencimiento, como las antiguas letras de cambio o los pagarés. El derecho mercantil, habilitaba una figura mediante la cual, al día siguiente de su término y en caso de impago se efectuaba el llamado, protesto notarial, que abría la vía judicial para el cobro ejecutivo de la deuda. Desde 1992 el gobierno estatal y autonómico tienen un débito con el progreso de Jaén. El aislamiento de las comunicaciones por ferrocarril, es vergonzoso. Tanto como los discursos que han venido explotándose en boca de políticos y agentes sociales,: “necesitamos un cambio de modelo productivo”. Aplico a ello lo que decía en la caída del régimen soviético su ministro de asuntos exteriores Shevarnasdze: <