Detrás de la columna

Juan Manuel Arévalo Badía

La generación de la radio

El día 13 de febrero es la fecha elegida internacionalmente para celebrar el Dia de la Radio

Creo que hay una especie de genética identitaria entre el colectivo de mayores, la llamada generación boomer; los que nacimos entre los cuarenta y cincuenta del pasado siglo. Todavía la imagen televisiva no había llegado a los hogares, dado que la economía familiar media (salvo las minorías privilegiadas) no alcanzaba a tal dispendio.  Eso nos permitía generar un plus imaginativo sobre la imagen personal y única que le atribuíamos a las voces, que sonaban desde el aparato de radio.

Los concursos radiofónicos eran un medio de interacción en una época en que en España había mucho silencio impuesto. Lo normal era la asistencia en un escenario del auditorio que las emisoras disponía. Por diferentes razones, visitaba la emisora de radio Jaén y siempre me paraba en la planta primera para asomarme nostálgicamente, a aquel auditorio, ya ajado y silencioso.



Las radionovelas concentraban la atención en las tardes. Estaban dirigidas al género femenino, que se reunían ante la caja parlante para, en común, compartir las emociones y las lágrimas que producían aquellos relatos en las que hembras descarriadas sufrían toda clase de males deparados por el infortunio permanente. En mientras, ellas, las de verdad, pasaban puntadas a la camisa rota, el botón caído o los agujeros de los calcetines, llamados popularmente tomates.

Y todo se desarrollaba en un escenario imaginado por cada oyente: personal, único y diferenciado. Amarrosa; El hijo del Caíd.  No, no eran así. Miles de Amarrosas, de Hijos del Caid. Uno y una por cada oyente. A los niños, se nos largaba del grupo para evitar los momentos que podríamos denominar “escabrosos”. Sin embargo, había un serial radiofónico que a mi particularmente me encantaba. Matilde Perico y Periquín. Aquel niño travieso era el ídolo de la chiquillería de la época, acompañados de la vecina doña Asún y el repipi de Gustavín.

La imaginación al poder, rezaba una máxima de la Francia revolucionaria del 1968.

Menos imaginación o ninguna se necesitaba para escuchar el “parte hablado de Radio Nacional”

¿Y las voces?  La primera voz que sonó el 14 de noviembre de 1924, fue la de una mujer: María Sabater en la EAJ1 de Radio Barcelona.

Dándole una vuelta a nuestro dial de la memoria todavía suenan: Matías Prats, Pedro Pablo Ayuso, Elena Francis, Bobby Deglané, Alberto Olivares, Joaquín Luqui, José Luis Pecker, Encarna Sánchez, Juana Ginzo o Julio Ruiz

Y las mas cercanas en el tiempo de: Luis del Olmo, Iñaki Gabilondo, Pepa Bueno o Carlos Herrera.

Existía una estética del rincón de la radio.  La del propio aparato cuya caja daba ya una idea de la economía del propietario, pasando por su botonadura y número de emisoras que captaba, así como tipo de onda.  Algunas tenían un ojo verde que se cerraba o abría dependiendo de la calidad de sintonización, dando la sensación de vigilancia y observación y control de cuantos estaban frente a él. La frecuencia modulada todavía no había llegado, pero estaban la media, la corta, la ultra corta, etc. En algunas de ellas se podían captar las subversivas ondas de Radio España Independiente y La Pirinaica, cuyas emisiones se realizaban fuera de la España franquista, y en las que escuchaban noticias sin censura y se combatía con la voz a la dictadura.

El aparato de radio ocupaba un lugar preeminente en el espacio familiar y se adornaba con mantelitos de primorosas terminaciones, bordados o con tiras de ganchillo. Y encima de aquel aparato comenzaron a aparecer las españolísimas figuras de la gitana y el toro, que luego se mudaron a un espacio más grande: el televisor.

Pero esa es otra historia.