El bar de la esquina

Antonio Reyes

Hope!

¡Ojo!, que paisanos jaeneros con cierta relevancia (solo ellos se lo creen) piensan que el catastrofismo climático es una invención

«Solo cuando trabajamos con la cabeza y el corazón a la vez, alcanzamos nuestro máximo potencial humano». «La mayor amenaza para el futuro de la humanidad es la pérdida de esperanza». «Es posible cambiar la situación climática en una generación».

Estas tres ráfagas de esperanza, palabra que da título a la fascinante y preocupante serie documental HOPE! (seis capítulos, de Javier Peña) y que se puede ver en RTVE Play, podrían ser un buen resumen de lo terriblemente crueles que somos con nosotros mismos. Porque, ¿cómo es posible que, en una sociedad supuestamente avanzada como la nuestra, haya personas que digan tales cosas? Pues sí, y llevan años, demasiados, advirtiendo del precio que pagaremos (que ya estamos pagando) si continuamos por este camino de autodestrucción. Las consecuencias ya las padecemos, pero parece que no hay más ciego que el que no quiere ver. Y de ciegos vamos bien servidos en este mundo. Negacionistas de encefalogramas planos que vomitan desde sus cerebros llenos de paja, que lo que los científicos nos cuentan es mentira, que el cambio climático no es más que una serie de pensamientos radicales, lo woke, la pesadilla de la famosa Agenda 2030. Personas estas para las que el cuidado de nuestro hogar, este planeta, es una invención de progres y comunistas. Y, ¡ojo!, que paisanos jaeneros con cierta relevancia (solo ellos se lo creen) piensan igual, que el catastrofismo climático es una invención y que lo woke es una teoría ideológica que combatir. 

HOPE! nos muestra con datos reales (sí, sí, reales, queridos), el precio, por ejemplo, que estamos pagando por el consumo desmesurado de carne criada en macrogranjas. Estas megafactorías del horror necesitan deforestar cantidades ingentes de terreno verde para el cultivo de los alimentos que dan de comer a cerdos y vacas para saciar nuestra ansia de hamburguesas y demás productos que se venden en las famosas cadenas internacionales de comida basura. Sí, basura, que no te engañen cuando dicen que «utilizan productos de cercanía». Es sabido que alimentar a tal cantidad de animales y de esa forma tan...tan inhumana (permitidme la osadía), requiere de una pérdida de masa forestal tan grande que es imposible recuperarla en años, con el consiguiente perjuicio del ecosistema de la zona en la que se lleva a cabo dicha deforestación. ¿Qué ocurre entonces para que ninguno de nosotros actuemos y tomemos conciencia de lo que estamos permitiendo y alimentando, si la ciencia nos alerta de que vamos por el camino equivocado? Pues lo de siempre, que pensamos que es mentira, patrañas de cuatro radicales que buscan desestabilizar economías o qué sé yo. Y claro, al haber permitido entrar en centros de decisión de poder a partidos políticos que no creen en la ciencia, pues más gasolina a la maquinaria que destrozará nuestro hogar planetario.



El pasado domingo, en la entrevista en «De bar en peor», terminé con la sensación de ser un pájaro de mal agüero. Todo lo que dije dibujaba un mundo y un futuro negro para la humanidad, sin esperanza. Pero, qué queréis que os diga. Lo sigo pensado a día de hoy y mucho me temo que mi visión de que estamos acortando a pasos agigantados nuestro futuro y que no queremos mejorar ni como personas ni como simples habitantes circunstanciales de un planeta que no nos pertenece, va in crescendo. Duele ver cómo las nuevas generaciones (con sus excepciones, por suerte) tampoco generan mucha esperanza. El consumo desenfrenado de ropa que no necesitan, de maquillaje, de teléfonos móviles, de calzado, de peluquería, McDonald o Burger King siempre llenos, las pizzas… «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Y lo peor es, que por mil veces que nos cuenten cómo se crían esos animales y el porcentaje de contaminación mundial que provoca esta industria, nos da lo mismo. Pero, ¿quién soy yo para decirte a ti las hamburguesas que puedes o no puedes comer? Yo, un don nadie, faltaría más. Pero podrías escuchar a quienes forman parte de ese grupo de personas que durante años han creado vacunas, medicamentos, nuevas herramientas para diagnosticar enfermedades y alargar nuestra esperanza de vida. ¿O es que recurrimos a la ciencia cuando estamos enfermos porque confiamos en ellos, pero si nos dicen que debemos cambiar nuestros hábitos y sociedad nos molesta y es entonces cuando prestamos atención a las cabezas llenas de paja que nos dicen que, en realidad, es el radicalismo climático el que mata? Pues esta es la realidad. La ciencia, los investigadores, solo cuando de remediar alguna dolencia se trata. Si vienen a amargarnos la existencia con teorías conspiranoicas de que el cambio climático es una realidad, que si no actuamos ya y de forma generalizada y coordinada nos vamos a la mierda, no, para eso no. Los científicos a la hoguera por blasfemos.

Que nos pidan a gritos que nuestra sociedad, nosotros, debemos cambiar cuanto antes para salvar el planeta, el futuro de nuestros hijos, el que nos quede a cada uno de nosotros, nos la sopla. Así somos, así seguiremos siendo. «Es como un billete de mil pesetas, que por muy arrugado que esté nunca pierde su valor intrínseco», decía Maqui Navaja, el último choriso que queda, el último profeta. Pues ese billete arrugado es nuestro nivel. Por mucho que las evidencias científicas nos aplasten, seguimos creyendo que nada de lo que nos cuentan ocurrirá. Así que he tomado una decisión importante, porque tengo que predicar con el ejemplo y ser consecuente con lo que pienso y escribo. Haré todo lo que esté en mi mano para luchar contra esos hábitos consumistas y perversos que nos llevan hacia el abismo y que, por suicidas, no estamos dispuestos a abandonar. Somos náufragos por vocación y convicción.  

Sé que es una batalla perdida de antemano. Yo, por si acaso, sigo en el empeño. Porque es imprescindible que el mundo del ecologismo, esa masa de investigadores y divulgadores preocupados por la humanidad, locos que creen que una nueva forma de vida es posible reduciendo la contaminación, eliminando las industrias que más contaminan y dando alternativas para que el empleo, por ejemplo, cambie a sectores más amables, se vean arropados, esta vez sí, por hordas de cuñaos preocupados por ti, por tu familia, por tus hijos, por tus nietos. Ya que tú no lo haces, alguien tendrá que velar por tu salud y la de los tuyos, ¿no crees? Ea, pues de nada.

Te voy a poner deberes para que compruebes a qué grupo de personas perteneces. A los que de verdad les preocupa este mundo y el futuro de los suyos o al de los que se la suda todo porque lo único importante es el ahora y el yo. Piensa en lo que comes, de dónde vienen esos alimentos y qué se necesita para su producción. Haz lo mismo con la ropa que compras y analiza de verdad si necesitas un armario repleto de prendas que te pones tres veces al año. Cuando tengas los resultados de ese mini estudio, analízalos y saca tus conclusiones. Será entonces cuando, quizá, descubras que el mundo está como está por tu culpa. Sé que no lo harás porque ya nos conocemos y sabes los resultados de antemano y entonces me dirás aquello de «yo solo no puedo hacer nada». Pues de eso mismo se trata, de ir sumando «yoes» para convertirlo en un gigantesco «nosotros». Porque nadie en este mundo se salva solo. Hay mucha más fuerza en el grupo que en individualismo. Eso sí, ese poder nace de cada uno de nosotros.

Por favor. Échale un ojo a la serie HOPE! Espero que se te revuelva el estómago y te haga reaccionar. Yo siempre dudo de nuestra capacidad de cambiar para bien, pero sé que en lo más profundo de mi falta de fe en el ser humano hay un rayo de ESPERANZA.