El bar de la esquina

Antonio Reyes

¿Privatizamos o qué?

Hay una sangría en las administraciones de todo el país de dinero público que se desvía a bolsillos privados que abarcan muchos sectores

Hay un ave carroñera en el aire desde siempre que no pocos dan por bueno. Lo adoptamos y lo añadimos a nuestras vidas, un referente de cómo hay que hacer las cosas para que estas funcionen. Unos podrán decir que es por falta de capacidad de gestión de quien mande en cada momento, otros que las administraciones no tienen capacidad para tal empresa porque, ea, todo el mundo tiene derecho a comer. Con esta entrada triunfal a la que os tengo acostumbrados (el que ser ría cobra), escondo esa mina de oro a los que los buitres y demás depredadores siempre acuden, como las muñecas de Famosa al portal. En esta ocasión, a adorar las arcas públicas, donde ellos, expertos cazadores leoninos, saben moverse como serpientes entre hojas secas.

Hablaba con un amigo hace poco sobre este asunto. Yo, ante mis cortas luces sobre temas económicos, le puse el siguiente ejemplo: «Mira, fulanito. Supongamos que, por ejemplo, los autobuses urbanos necesitan seis millones de euros para que el servicio funcione, dinero que sale de las arcas públicas. Si un ayuntamiento decide privatizarlo, la empresa adjudicataria necesitaría esos seis millones más el beneficio empresarial, ¿no? Pues ahí está el meollo de la cuestión. ¿Quién paga ese beneficio? El ayuntamiento, nosotros. Entonces, ¿por qué tanto interés en privatizarlo todo si la gestión pública es más económica y, normalmente, también más eficaz?». Y él, erre que erre, que privatizar es la única solución. Yo, boquiabierto, no conseguía ver lo que quería decir.

Las empresas que se interesan por lo público se acercan porque saben que hay beneficios sí o sí, sin tener que invertir nada para armar el negocio. Porque, aquí sí, se monta el tinglado con dinero de todos para que luego lleguen ellos, con sus trajes y buenas palabras, a llevárselo calentito. Y, venga, a hacer caja con el beneplácito de la institución de turno. Todos lo sabemos, pero como siempre lo disfrazan de única solución a un problema que no es tal, recurren a eufemismos tan manidos que los hemos tomado como buenos. Ojo al más manoseado. ¿Estáis preparados para la gran revelación de vuestras vidas que estoy a punto de ofreceros? Respirad hondo porque os vais a caer con todo el equipo cuando os suelte las palabras que ocultan más de lo que dicen. Tres...dos...uno… «¡COLABORACIÓN PÚBLICO-PRIVADA!». Os doy un instante para asimilarlo, que os estáis empezando a poner blancos como si no supieseis de lo que hablo.



No hay privatización o colaboración público-privada que no sea más cara para la ciudadanía que si  fuese gestionado solo de manera pública. Cuando hay negocio detrás, los gastos se ajustan, llegando con esto a que dicho servicio empeore debido al margen empresarial. Que Jaén está sucia, el motivo es que la empresa privada cobra menos de lo que debería. O el gran ejemplo que tenemos en Andalucía y España: la sanidad pública. ¿Qué se podría hacer con la lluvia de millones que derivan a empresas privadas con el argumento de reducir las listas de espera que, por cierto, no dejan de crecer? Pues dar unas condiciones laborales dignas a nuestros sanitarios y un futuro esperanzador a esos vuestros hijos que deciden estudiar esta rama. Y, por supuesto, más esperanzas que tinieblas a los pacientes, tú y yo. Al contrario de lo que nos dicen, a la vista está que los servicios públicos privatizados van de mal en peor por ese margen empresarial del que os hablo. Los empresarios no están aquí para hacer labores sociales, no. Están para ganar dinero, como es lógico. Pero, ¿qué ocurre cuando somos nosotros los que les montamos el tinglado y luego sufrimos las consecuencias? Y en el caso de que estos servicios funcionen bien, que no tiene por qué ser al contrario siempre, ¿por qué se permite gastar más dinero de todos de la cuenta cuando una gestión pública ahorraría pasta que podríamos invertir en más servicios públicos o en mejorar cada año los ya existentes? Aquí no incluyo comisiones ni las corruptelas de las que no conseguimos desprendernos, que ese es un tema del que no conseguimos (¿ni queremos) desprendernos. 

Hay una sangría en las administraciones de todo el país de dinero público que se desvía a bolsillos privados que abarcan muchos sectores: centros y pisos de menores, sanidad (faltaría más), educación, empresas de prevención de riesgos cuando hay funcionarios que podrían hacer ese trabajo por formación o esas auditorías externas que también podrían hacer el personal público. Y otro caso más, sangrante como el resto: legislar a favor de la educación privada para hacerles la cama de manera sibilina, como está ocurriendo ahora con la subida de las notas de corte de muchas carreras, jugando a favor de la privada, donde sabemos que es más fácil llegar con notas altas a la selectividad. Dopados, que diría aquel. Estas estrategias políticas hace años que se conocen. Eliminan poco a poco el presupuesto de los servicios públicos hasta hacerlos inservibles. Es entonces cuando vienen con la necesidad de la colaboración público-privada para reflotar lo que ellos mismos han dejado morir a conciencia. Fácil, ¿verdad? Pues no queremos verlo. Las pérdidas las pagamos entre todos y los beneficios se los reparten solo unos pocos. A mis cortas luces, comprendo que una institución no debe ser una constructora ni poseer todos los medios para realizar cualquier proyecto, hasta aquí estamos de acuerdo. Pero cuando se trata de gestionar algo que ya existe, ¿dónde está el problema de hacerlo desde la parte pública para que nadie destroce ese servicio?  

En fin, otro desplante más que le hago a la inteligencia global. No sé si lo que he escrito tiene base demostrada fuera de este bar de barrio, donde los más lúcidos del plantel tenemos las soluciones para una vida mejor. El caso es que esto es lo que pienso. Con el dinero de todos es muy fácil especular cuando no es el político de turno el que se juega los cuartos. Es como una partida de Monopoly o un Risk malvado en el que los jugadores saben que si pierden, a su dinero personal no le pasará nada. Quizá sea ese el problema de fondo. Qué fácil jugar a la ruleta, donde te llevas el dinero cuando ganas y lo pone otro cuando pierdes. Así cualquiera coge las riendas de una institución, ¿verdad?