A ver, que yo me entere. ¿Nos gusta que nos mientan? Es así, ¿no? Porque, si no es así, que alguien me explique por qué cuando algún periodista se empeña en conocer la verdad de las cosas o desmentir falsedades, salen a la palestra las hordas de haters profesionales para darles leña. En resumen, lo que sucede es que por mucho que se grite desde un lado del espectro ideológico, parece ser que lo que quieren es lo contrario, alguien que les esconda la verdad para afianzar su ideología. ¿Van por ahí los tiros o me equivoco?
A estas alturas del cuento, está claro que los bulos, falsedades, mentiras al fin y al cabo, llegan siempre desde el mismo bando. Si esto ocurre, es porque no hay militante o simpatizante que proteste ante lo que representa esta estrategia: saber que sus acólitos son tontos. De verdad, ¿a nadie le preocupa tal desfachatez? ¿Os llaman imbéciles a vuestra cara y no os molesta? Pues entonces debe ser este el motivo por el que cuando alguien intenta desmontar mentiras os lleváis las manos a la cabeza y los asociáis a voceros al servicio del comunismo ese al que siempre recurrís.
Lo gracioso de todo esto, es que esta gente que se empeña en destruir bulos y desvelar el porqué de sus estrategias, también quiere que a vosotros no se os mienta, por difícil que resulte de creer. En este tablero de juego, donde unos y otros utilizan sus armas para llegar al poder, hay un elemento que solo una parte de los jugadores han dado por bueno, aceptando con ello que, en realidad, les gusta que les mientan. Y, al final, no nos queda más remedio que pensar que compartimos vida con personas de mentes vacías, así que cuando intenten ponerse chulitos con sus retahílas de frases hechas y datos falsos, os recomiendo que no les hagáis caso. Para ellos, la verdad es la mentira y arriba es abajo. Ahorrad saliva, que se está poniendo a precio de oro.
Pero no quiero dejar pasar este espacio para reivindicar la verdad, aunque esta nos duela, porque es la única manera de que, al menos, lo que ocurra sea realmente lo que vemos y leemos. Se han derrocado gobiernos con mentiras y después los culpables no han pagado por ello. Se manipula la opinión pública con noticias falsas para llevar a ciertos políticos a lo más alto y tras comenzar su andadura, se ha demostrado que sus votantes fueron unos incrédulos. La mentira sale gratis y está al alcance de cualquiera. «La verdad os hará libres», «Nada me produce más alegría que oír que mis hijos practican la verdad (Juan 1:4)».
Sirva este salmo responsorial para dar un giro necesario hacia las redes sociales y esos mal llamados «creadores de contenido», personas que sin base real y ni intención de tenerla, sueltan auténticas barbaridades. Y ahí están nuestros jóvenes, creyendo lo que dicen estos predicadores que saben que solo soltando parrafadas absurdas lograrán miles de seguidores. Y he aquí la cuestión, el meollo del problema. ¿O acaso no os han enviado a todos algún un vídeo de TikTok donde alguien espeta una estupidez y el receptor lo toma como cierto? Ea, a mí también, casi a diario. Que si lo woke es un invento de la izquierda, que si el cambio climático es mentira, que si pagar impuestos es una manera de robarnos… Menudo escenario. Aunque parezca inaudito, el mayor reto de los últimos tiempos es luchar contra la mentira y contra los que no quieren conocer la verdad. ¿El porqué? Joer, no paro de iluminaros el camino (para la siguiente cobro). Pues porque entonces se desvelarían como personas sin nada en sus cabezas. En este sentido ha ocurrido siempre. Hay millones de personas que necesitan que les mientan, porque lo cierto es, al contrario de lo que esperaría, que no saben caminar sin que alguien los lleve de la mano. Porque desvelarles la verdad supondría hacer estallar por los aires su ideología y las lagunas que esta tiene. El odio al diferente, al pobre, al inmigrante, al rojeras de turno, al que grita advirtiendo sobre el cambio climático… Poner la verdad delante de los ojos de esta gente supone, automáticamente, un paro cardíaco, una subida de azúcar o un espasmo cerebral. Les llegaría la tormenta perfecta en forma de preguntas, precisamente esas que hace años dejaron de hacerse. «No me jodas. ¿Y si lo que dice esta gente es verdad? ¿Qué hago yo ahora con todo lo que he soltado en charlas con amigos o en redes sociales?». Miedo al ridículo de retractarse, de reconocer que han vivido dejándose engañar.
Cuando se pongan a explicarnos quiénes son los malos del mundo, de dónde llegan las maniobras orquestadas para enriquecer siempre a los mismos, cuando os hablen de libertad, de cómo está montado el sistema económico y sus desgracias y, a renglón seguido, os deleiten con sus soluciones, en ese mismo momento, apoyad vuestro codo en la barra, bebed un trago y preparaos para asestar la estocada final diciendo: «pero, ¿no es toda esa gente a la que tú votas y admiras? ¿Cómo puede ser entonces que a quienes critiques sean esos políticos que nunca han podido hacer nada, ya que el sistema económico y los grandes centros de decisión han estado siempre gobernados por tus amados líderes? Anda, piénsate dos veces las cosas antes de decirlas, que igual son ellos los que llevan toda la vida engañándote». O, mejor aún. Deja caer esto y que les explote la cabeza: «¿Cómo es posible que digas que no hay libertad, que vivimos en una dictadura, que no se puede criticar nada y tal y cual, si las parrillas de las televisiones más vistas y los principales periódicos están llenos de gente que se expresa con total libertad sin que los lleven presos por levantar la voz? Y una última cosa, cuñao. ¿No te parece extraño que quienes añoran la dictadura digan que vivimos en una? Venga, dale una vuelta mientras voy pidiendo otra ronda, que tengo que estar en todo». Y por añadir una pincelada más: ¿nadie se da cuenta de que las mentiras, bulos y falsedades, además de quienes buscan rentabilidad en las desgracias ajenas, vienen todos del mismo espectro político? Sí, sí, justo en el lado contrario de donde habitan todos los que los cuñaos critican.
Su estrategia hace años que es nítida. Primero, desestabilizar lo público para abrirle las puertas a lo privado como solución única. ¿Eslogan? Seguro que lo conoces: colaboración público-privada. Segundo, rebajar poco a poco los fondos a, por ejemplo, la sanidad o la universidad de todos, para justificar el reguero de millones o licencias a nuevas empresas privadas, la mayoría propiedad de fondos de inversión plagados de esas personas que solo ven números, no personas. Lo realmente preocupante es que nos han conseguido hipnotizar para hacernos creer que es la única manera de que lo público funcione. Pero, mañana, cuando tengas que buscar universidad para tus hijos o un buen médico para tus padres, mayores ya, te tocarás la cartera y comprobarás que no hay nada de esto para ti ni los tuyos. Quizá ese día te des cuenta de que te han engañado como a un chino.
Recuerdo, para terminar, algo que todos sabemos y que hemos podido comprobar alguna vez en la vida: dile a alguien la verdad que no quiere escuchar y te habrás ganado un nuevo enemigo. Ese odio se multiplicará si lo que desmarañamos es algo que quería ocultar. Es triste comprobar que la verdad no nos hará libres, sino más peligrosos. Al menos, aquellos que sacan rédito de la mentira.