Decía Manu Sánchez, con la lucidez que dona al mundo siempre que abre la boca, que el gran éxito de la extrema derecha y de los milmillonarios que controlan las riendas del nuevo mundo, es haber convencido al pobre de que el culpable de absolutamente todos sus males es otro pobre. No consigues comprarte una casa porque se la dan gratis a otro pobre. Que la sanidad pública está como está por atender a tantos inmigrantes antes que a ti. Que no hay dinero para tener unos servicios públicos como nos merecemos porque se derrocha dinero en paguitas a los extranjeros, chiringuitos feministas... Una retahíla de estupideces que han cumplido su objetivo: que todos los ofendiditos que no tienen donde caerse muertos crean que los ricos a los que defienden no tienen nada que ver. Luego, tras comprobar estas pajas mentales que los anormales se hacen a diario, no te queda otra que pensar que en sus cabezas no hay nada, ni siquiera eco.
Pero mira tú por dónde, cuando los oyes hablar en los bares, las soluciones que esperan son las que llevan en sus respectivos programas esos partidos que critican. Quieren más vivienda pública, una sanidad para todos sin eternas listas de espera, ayuda a los jóvenes tanto a la hora de conseguir su primer empleo como para independizarse de los padres. Entonces, ¿qué sucede en sus mentes para que, cuando llega el momento, voten a partidos que priorizan los intereses de las grandes fortunas o de las empresas que se arriman a lo público solo para esquilmar recursos en su propio interés? ¿Qué estrategia diabólica han inoculado en el ideario popular para hacer ver que ellos se libran de cualquier culpa? Y ya que estamos, ¿por qué mantienen a politicuchos que nunca han luchado por nadie que no sean ellos mismos y a los que se la suda tu vida? Partidos que abrazan al capital más terrorífico, empresas y fondos que expulsan de sus casas a ancianos, familias y niños con grandes carencias sociales y económicas. ¿Eso es lo que queréis para este país? ¿En serio? ¿Ya no recurrís a aquello de «los españoles primero»? Pues qué queréis que os diga, patriotas, que es lo que parece, que con el simple gesto de votar dais alas a los verdugos. Pero a vosotros no se os puede decir nada porque nadie os engaña, ya que estáis debidamente informados a través de TickTock.
Cierto es también que los partidos de izquierdas dan una cara en las campañas electorales y otra muy distinta cuando llegan al poder. Dudan, ralentizan leyes que muchos esperamos, con el consiguiente desencanto de quienes confían en ellos para darle una vuelta a las mal llamadas políticas sociales. Demasiada lentitud cuando el pueblo espera soluciones para ayer. Si hay algo en España que ha llegado al límite, es nuestra capacidad de esperar. Una burocracia leonina y consentida para ralentizar plazos a posta, nos hace tanto daño que ha acabado con la credibilidad institucional de todas las administraciones. Todo para mañana, que las cosas se tienen que hacer despacio.
Y así nos tienen entre unos y otros, haciéndonos creer que nuestro futuro depende nada más y nada menos que de nuestro propio esfuerzo. Desde aquella frase famosa del youtuber Ibai Llanos en la que decía, «¿Tienes poco dinero? ¡Pues haz más dinero!», hasta los nuevos estoy gurús que se ganan muy bien la vida con manuales para el éxito personal, como «Encuentra tu persona vitamina», de la psiquiatra Marian Rojas Estapé. Este reduccionismo biológico, que se olvida de los factores sociales y familiares en la evolución personal de cualquiera, ha llegado para hacerle el trabajo sucio a los de arriba. Vamos, que con amor, esfuerzo y un empleo ya lo tienes todo en la vida. Los nuevos Mister Wonderfull patrios que lo reducen todo a una vida color de rosa que solo existe para unos pocos. Lo malo es que se olvidan de explicar la importancia de haber nacido en un hogar estructurado, del lugar donde vives, de tus amigos, de la cultura de tu entorno y de la economía doméstica. Esta estrategia de limitar los motivos por los que una persona no logrará nunca lo que sueña, es la piedra roseta en la que se basa el capitalismo y sus acólitos para decirte, «Ah, si no consigues hacer realidad tus sueños es porque hay otro como tú de pobre que se lo lleva crudo». O la máxima más neoliberal que existe: con tu esfuerzo llegarás donde quieras.
¿Y qué es lo que más me preocupa a mí? Lo de siempre. La indiferencia y la falta de empatía que demostramos hacia esas personas que gritan en silencio pidiendo nuestra ayuda. Lo vemos en las noticias y ni nos inmutamos, porque estamos vacunados contra tanta miseria y dolor ajeno. Nos hemos acostumbrado al sufrimiento humano y nada ni nadie logra revolvernos las entrañas. Antes, cuando nuestra situación económica era otra, más lamentable, nos enfadábamos por todo y pedíamos soluciones. Ahora, desde que disfrutamos de un empleo, un techo y podemos echar unas cañas, nos hemos vuelto unos burgueses de cartón mojado que han olivado con celeridad lo que nos haría mejores personas y vemos a los demás como parásitos. Sí, esta es la gente que más asco me da, la que critica a los que lo pasan mal ahora que ellos disfrutan de cierta comodidad. Ayer eran los pobres, hoy son los pilares que sostienen las teorías más agresivas del capitalismo.
En fin, yo a mi lema: no tenemos remedio. Somos malas personas. Y me duele mucho, demasiado. Yo mismo tengo en mi entorno a algunos de estos especímenes. Desde su comodidad familiar, económica y laboral, critican sin despeinarse a los que lo pasan mal. Que si los okupas, que si los podemitas, que si mira qué pintas, que si ese no tiene ni donde caerse muerto y mil y una lindezas que de no ser por la amistad que aún les proceso, y que me empeño en mantener porque creo que en el fondo no son así, ya los hubiese mando a tomar por saco. No quiero personas así en mi vida. Los aprecio, pero hay momentos en los que me ponen muy difícil mostrarles ese cariño.
¿Quiénes creéis que son los que harán un mundo mejor? ¿Musk, Bezos, Zuckerberg, los que escriben esos libros para decirte cómo podrás lograr tus sueños? No, queridos. Somos tú, yo, nuestros vecinos, amigos y quienes dedican su tiempo libre o empleos en hacer más llevadera la vida de los miserables. Nadie más. Pero ahí seguimos. Preferimos rendirnos al nuevo mundo que está por llegar porque tenemos que ir hacia adelante. ¿Y qué pasa con los que se quedan atrás? Te recuerdo que hay millones de personas que no tienen un techo ni un plato de comida esperando en la mesa. ¿Nos olvidamos de ellos? No hablo ya de todo el planeta, sino de nuestro propio entorno más cercano. No me cuentes milongas, que te veo con cara de decirme que siempre donas algún eurillo a causas sociales o que marcas la casilla de la renta. Nunca te has remangado para echar una mano a nadie, punto. ¿Y sabes qué? Que todos los sabemos, por mucho que te empeñes en ocultarlo o disfrazarlo.
Mira. Como primer paso no te voy a pedir que te vayas de misionero a África. Me conformo con que dejes de mirar a otros por encima del hombro. Sobre todo tú, mileurista, torpe y ¡clasista! ¿O es que ya no recuerdas cómo estabas anteayer?