El bar de la esquina

Antonio Reyes

Polvo y piedras

Qué pena de especie, qué pena de mundo, qué pena de raza, qué pena del futuro que tenemos por delante por ser como somos

Lo han vuelto a hacer. Han repetido la historia, pero esta vez en sentido contrario. Los genocidas siguen con su plan de exterminio porque el resto del mundo se lo permitimos. Ni un trozo de pan para Gaza, ni una gota de agua para esos malvados «terroristas». Y, si pudiera ser, quitadles todo el aire que ahora respiran. Que desaparezcan de este mundo, que no quede rastro alguno de lo que una vez fueron. Venga, que después todo son prisas. Tenemos que abrir Israel al mar y afianzar los planes que papá USA tiene para nosotros. Ya sabéis, ese mega proyecto abominable que convertirá lo que antes fue un hogar en playas y resorts para ricos. Ricos que pisotean sin escrúpulos los cimientos de un pueblo que solo pretendía vivir sus días en paz. Pero, ¿quién puede lograr tan ingenuo destino si viven junto a los que han estado eliminándolos año tras año?

¿Y Europa? ¿Cuál, la de los lunes, la de los miércoles o la de «a mí que me registren? Europa se ha convertido en un «yo qué quieres que haga si en la Casa Blanca hay un tipo sin miedo y con muchas ganas de gresca». Entonces, ¿qué hacemos ahora que los genocidas han secuestrado un barco en el que viajan paisanos nuestros, español incluido? ¿No sería motivo suficiente para cargar contra ellos o los dejamos hacer? ¿En serio? ¿Miles de muertos y aquí seguimos, encogidos de hombros y mirando al suelo? ¿Es esta la Europa con la que algunos soñaron en su momento? Mierda de mundo, mierda de personas, mierda de occidente. Siguen muriendo de hambre, mujeres, niños y ancianos a los que se les ha segado de un tajo la posibilidad de ver alguna vez a su pueblo libre, sin ataduras, sin el miedo constante de saber qué les pasará mañana.

Y, no, no es una guerra. En un conflicto armado hay dos partes que se defienden, dos bandos matándose entre ellos. No es lo que ocurre en Gaza. Hay una apisonadora sin frenos que no parará hasta haber expulsado al último niño de una tierra seca de lágrimas e hinchada de horror y sangre. Les roban hasta la posibilidad de dormir la vida eterna enterrados justamente en lo que un día fue su tierra prometida. Cuando las excavadoras lleguen para construir hoteles de cinco estrellas, balnearios frente a la playa y casinos, arramblarán con todo lo que esté en su camino. No se les concederá siquiera el dudoso lujo de descansar en paz allí donde un día hubo miles de familias a las que ya les costaba tirar para adelante por sentirse eternamente en el punto de mira de un estado opresor.



Adiós a los niños y niñas que despertaban cada día para ir a la escuela, a los padres que rebuscaban comida hasta debajo de las piedras, a las madres que guiaban a sus familias hacia un futuro a todas luces incierto. Adiós a todos esos libros que aún tenían por leer, a cantar a sus bebés una nana, a brindar con té recién hecho por el nuevo año, a esa nueva historia para saber de dónde viene su pueblo y, ya no, hacia dónde iban. Adiós a los latidos que llenaban de vida las calles empedradas y polvorientas porque a los de las armas y el odio les parece que ya es suficiente. Adiós a las escuelas y hospitales, que los niños que sobrevivan esculpan en el barro un futuro que no cuenta con ellos. Ahora, miles de sábanas envuelven cuerpos inertes que alfombran una tierra seca de esperanza y húmeda de sangre, rojo derrota, rojo humillación, rojo exterminio, rojo indiferencia, rojo desprecio, rojo soledad, rojo desamparo.

Que alguien me diga qué mundo hemos construido entre todos, por qué callamos, por qué giramos la cabeza cuando se nos pregunta por Gaza. A veces pienso que alguno de los supuestos países desarrollados debería sufrir en sus carnes algo parecido, porque solo cuando padecemos una desgracia aparece nuestra empatía hacia el semejante. Pero, claro. Nos han dicho que Gaza es tierra de terroristas y de extremistas islámicos, así que, ni pan, ni tierra ni futuro para ellos. Hemos apadrinado el terror y no nos conmueve ni lo más mínimo. Si sufren, por algo será. Y ojo con llamar asesinos o exterminadores a los asesinos y exterminadores, porque corres el riesgo de que te llamen antisemita radical, como cualquier ser humano de Gaza. Cómplices del horror y la masacre, eso es lo que son las personas que se alinean del lado de quien porta las armas y corta toda ayuda humanitaria para dar una posibilidad de supervivencia a toda esa pobre gente. Porque para que haya un genocidio, basta con guardar silencio y cruzarse de brazos, esperando que sea la divina providencia quien solucione el problema.

Occidente calla, occidente patea piedrecitas cuando parte del mundo pide que se levante y haga que Israel pare el exterminio del pueblo gazatí. Pero no, no lo haremos. Mientras USA nos amenace con aranceles y alterar la economía mundial, ¿quién va a poner el grito en el cielo cuando ni siquiera tenemos los pies en la tierra como deberíamos? Si ir contra un gobierno genocida es ser antisemita, en este caso lo soy hasta la médula.

Qué pena de especie, qué pena de mundo, qué pena de raza, qué pena del futuro que tenemos por delante por ser como somos. Ni piadosos, ni clementes, ni pacíficos, ni samaritanos. Todo lo contrario. Somos una plaga para nosotros mismos, una marabunta cuyo odio no conoce límites. Al pobre, eso sí, porque aquí todos soñamos con tener otra vida de lujos, no como la de esos inocentes que mueren aplastados por su vecino ante nuestra más absoluta indiferencia.