El bar de la esquina

Antonio Reyes

Los destinatarios

Los destinatarios son los que tienen la suerte de disfrutar de un empleo, tener donde vivir, tomarse una caña, abrir el grifo y que salga agua

Y tras descifrar el relato y explicar las estrategias para controlar las principales vías de información actuales, vamos, sus propias ratoneras a las que les han modificado los algoritmos para que nuestras posibles denuncias sean censuradas mientras ponen alfombra roja a insultos de diferentes colores, hoy toca referirse a los destinatarios, a los que van dirigidas sus soflamas con tintes dictatoriales. 

Los que comen migajas a precio de oro, los de las hipotecas concedidas de milagro, los de las «telarañas en la alcancía». Esos somos la mayoría. La moto vendida ha sido dirigir nuestra atención hacia el personaje, que no miremos el resultado de las políticas. Y así, a diario, escuchamos cómo se habla de «lo mal que me cae este o aquel político», sin tener ni pajolera idea de las leyes que se promueven en el Congreso. Porque, seamos honestos por una vez. Hablar de política hablamos todos, unos más que otros. La base real de lo que digamos es otro tema. Escuchas a gente capaz de pegarse dos horas cascando, creyendo que está sentando cátedra, cuando lo único que demuestran son sus capacidades de decir cosas sin sentido y generalidades, repetidas hasta la saciedad y copiadas del laboratorio de eslóganes de los partidos a los que siguen. Pues ahí los tienes: los destinatarios. Ellos son el objetivo de sus mensajes de odio y miedo. Crean escenarios que no existen, los apropiados para que sus políticas destructivas tengan un buen sustrato en el que echar raíces. Eso y que cuando no hay argumentos para rebatir decisiones políticas, pues a inventárselos, que los corderitos se lo creerán todo.

Los destinatarios son esas personas que tienen la suerte de disfrutar de un empleo, tener donde vivir, tomarse una caña de pascuas en ramos, abrir el grifo y que salga agua. Y solo con estas cuatro cosas, voilá, ya creen que son clase media. Ahí radica el éxito del mensaje: han logrado hacernos pensar que cuando dicen «clase media» se refieren a nosotros. Pero, hombre. Es una osadía decir lo que dices, estaréis pensando. ¿Seguro? A ver, angelitos míos. Estoy seguro de que cuando hablamos de algún tema tenemos toda la información necesaria para que no nos desmonten los argumentos, ¿verdad? ¿O hablamos solo a base de titulares? Leer, lo que se dice leer, leemos poco. Hace mucho tiempo que no se hace política porque las reglas han cambiado. Ahora, quien más quien menos, tiene un coach de esos en sus equipos que les dicen por dónde tienen que ir los tiros para lograr los objetivos. Conocedores como son de nuestra nula capacidad de análisis, les basta algún eslogan cutre y barriobajero para tenernos en el bote. Y mentir, mentir mucho. ¿En serio? «Me extraña, porque con nuestro nivel de conocimiento social y político es prácticamente imposible que alguien nos la meta doblá. ¿Qué no? Sujétame el cubata, José Luis». Y otra vez que se obra la magia, otra vez que a los que parece que resulta imposible engañar muerden el anzuelo.



Reconozco que estas falsedades, manipulaciones y planes estratégicos centrados en la mentira y el engaño, no son más que la estrategia que les hemos servido en bandeja a los nuevos lobos, gracias al descontento general por la falta de medidas que deberían estar haciéndonos a todos la vida más fácil y que los partidos de siempre parecen haber olvidado. Es aquí cuando surge lo peor de nosotros: racismo, xenofobia, homofobia, aporafobia. «Eh, perdona, que yo no soy todo eso que dices». Cierto. Se me olvidaba añadir que también eres clasista, que piensa que por tener la vida más o menos resuelta ya eres de clase alta. Venga, que nos conocemos todos.

Los mensajes calan porque nos importa una mierda la vida de los demás. No pensamos en el conjunto ni queremos hacerlo, ya que el sobreesfuerzo nos podría provocar un ictus. «¿Que salga yo a la calle a manifestarme por la sanidad pública, por las pensiones, por una educación no sectaria, para evitar que desahucien de sus casas a personas vulnerables? ¿Estamos locos? Eso son cosas de rojos, de comunistas». Tan hipnotizados nos tienen, tan bien han hecho su trabajo haciendo creer que el capitalismo agresivo y el neoliberalismo es lo mejor para todos, que no nos damos cuenta de que son la raíz de nuestros males. Nosotros, a lo nuestro, a seguir la zanahoria colgada del palo, a mirar el dedo en lugar de la luna, a no ver el bosque que se abre detrás del árbol. Al final, tenemos lo que nos merecemos.

Este es el mundo en el que vivimos. Y, no, no es solo que no me guste esta idea, sino que la odio con todas mis fuerzas. Odio a los buhoneros, a los borregos, a los siervos, a los que hoy nos venden la solución a un problema cuando fueron ellos quienes lo crearon.

No sé si será la edad, pero cada vez que aparece un nuevo ejemplo de todo esto que escribo, se me revuelven las tripas y doy un paso más en mi poca esperanza en el ser humano, sea lo que sea eso. A este paso, me veo viviendo (ay, qué lástima. Ojalá pudiera permitírmelo) en una casita, alejado de tanto ruido provocado que solo busca lo de siempre: el bien de cuatro, con nuestra bendición y complicidad, antepuesto al de todos.