Mediodía en la provincia de Jaén

Benita Campos

Jaén, no seas esclava y no olvides ser solidaria

La opinión de Benita Campos


Hace unos días reivindicamos en esta provincia la obra y la muerte del poeta Miguel Hernández y hoy quiero aprovechar su poema Aceituneros, himno de Jaén, conocido como Andaluces de Jaén, para mi artículo de opinión, un poema escrito entre marzo-junio de 1937. Y quiero recordar a quienes han hecho popular este poema musicándolo y cantándolo desde Paco Ibáñez,
Jarcha, Serrat, Rocío Jurado pasando por Carmen Linares, Raphael, Enrique Morente y jóvenes voces como Rocío Márquez, Lourdes Pastor y Ana Corbel.

Para mí, este poema que incita a la rebelión, a levantarnos sobre las piedras lunares, para que Jaén no sea esclava con todos sus olivares siempre que lo escucho levanto mi puño pidiendo que Jaén no sea esclava y que sea solidaria y veréis el porqué.



Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma: ¿quién, quién levantó los olivos?
Sabemos que quienes lo levantaron fueron nuestras abuelas y abuelos, nuestros padres y madres y yo en alguna ocasión también he sido aceitunera altiva, pero hoy quienes los levantan no es el dinero, ni el señor dueño del olivar, sino que sigue siendo la tierra callada, el trabajo y el sudor de
jornaleros y jornaleras que ahora vienen de fuera, que son migrantes, que se alojan en albergues y que en algunas ocasiones se quedan a vivir en nuestra provincia.

Y estos aceituneros, migrantes o no, son ahora los andaluces de Jaén, que nos llenan de riqueza nuestra tierra, con el sudor de su trabajo y hasta con sus vidas. De forma tan certera como inevitable después de casi noventa años, Miguel Hernández nos dice en su poema: Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma: ¿quién amamantó los olivos?

Vuestra sangre, vuestra vida, no la del explotador que se enriqueció en la herida generosa del sudor. No la del terrateniente que os sepultó en la pobreza, que os pisoteó la frente, que os redujo la cabeza. Árboles que vuestro afán consagró al centro del día eran principio de un pan que sólo el
otro comía. ¡Cuántos siglos de aceituna, los pies y las manos presos, sol a sol y luna a luna, pesan sobre vuestros huesos!