Desde el adarve

María Dolores Rincón

La historia maestra de la vida

El destino de los tópicos, en la mayoría de los casos, se resuelve en un uso casi espontáneo y sin reflexión sobre la profundidad de su significado...

 La historia maestra de la vida

Foto: Miancema

Restos del poblado ibero de Iliturgi.

El destino de los tópicos, en la mayoría de los casos, se resuelve en un uso casi espontáneo y sin reflexión sobre la profundidad de su significado. Es lo que suele ocurrir con el epíteto ciceroniano referido a la Historia, magistra vitae. Al enunciarlo intuimos un magisterio que se proyecta hacia su futuro y casi siempre con un significado ejemplar y positivo; pero no siempre tiene que ser así. La Historia como exposición y reflexión sobre el pasado nos advierte también con sus ejemplos negativos sobre lo que deberíamos esquivar. Así se intuye en el dicho quien no conoce su historia está condenado a repetirla.
Algunas historias de pueblos concretos se podrían convertir en paradigma de comportamientos imitables o evitables. En particular, refiriéndose a la Historia de Roma, decía Ortega que era un buen paradigma de aquel magisterio al que hacía referencia Cicerón. Argumentaba diciendo que la civilización romana ha sido la única que nos ha ofrecido la oportunidad de poder contemplar el desarrollo completo de su ciclo vital, desde un pasado humilde con pañales de leyenda, a un declinar irrumpido no tanto por los bárbaros como por la barbarie de los cultos. En verdad, su ciclo completo convierte a Roma en la piedra de toque en donde acrisolar el momento evolutivo en el que se encuentra otra civilización. Este argumento debería aportar razones suficientes para interesar a todos en su estudio.
Pero siguiendo con el tema de los tópicos, no son pocos los que se han segado de los poemas de don Antonio Machado. Entre ellos, se nota la ausencia de los versos: Ni el pasado ha muerto / ni está el mañana, / ni el ayer escrito.
El pasado sigue vivo en la medida que en nosotros pervive más o menos acrisolado a través de una cadena de sucesiones. El ayer no está acabado de escribir, y lo que es más importante, ni está el mañana escrito. El mañana por escribir, y para hacerlo con creatividad, con novedad, la Historia nos presta sus lecciones.
Corresponde a los historiógrafos y a los arqueólogos, acercarse al objeto de estudio sine ira atque studio, es decir sin animosidad ni simpatía, por utilizar las palabras del historiador Tácito. Este ejercicio de imparcialidad ha supuesto siempre un esfuerzo de objetividad difícil de alcanzar. No siempre el estudioso ha sabido desprenderse de sus propios intereses y se ha sustraído a la ideología propia o imperante. En algunas ocasiones, no ha sido capaz de actuar sin seguir esquemas contemporáneos o categorías anacrónicas cuando no anti-históricas para justificar sus conclusiones. De esta manera la Historia magistra vitae se ve adaptada a los curricula que le imponen sus discípulos.
Muchos imperios y sus ideólogos fueron poco atentos a la lección que proporcionaba Roma, cuando intentaron emular dominaciones precedentes sin percibir el germen de autodestrucción, que crecía con su ampliación territorial ajustada a unas instituciones válidas en otras circunstancias. Hubo casos en los que, para evitar cuestionar la realidad histórica, esta fue esquilmada y se extrajeron lecciones y modelos concretos, con la incapacidad de quienes la analizaban de ejercer una reflexión amplia de su conjunto. En nuestro tiempo en el caso de la Historia de Roma, de manera también parcial, hay quienes aplican la lupa de los imperialismos para desenfocar o dejar en la oscuridad aspectos que nos han configurado; conquistas ciudadanas de las que todavía participan nuestras democracias; principios jurídicos que son raíz de los ordenamientos con los que regimos nuestra convivencia; rudimentos estéticos a los que de continuo acuden nuestras manifestaciones artística; monumentos literarios de los que mana una fuente inagotable de temas, esquemas y planteamientos difícilmente desapercibidos; una lengua que nos proporciona los instrumentos para pensar, comunicarnos, e imaginar, y lo más importante, una concepción del ser humano, centro y señor del cosmos, al que nada de lo humano le puede resultar ajeno. Por eso interpretar, en este caso, la Historia de Roma, solo como un imperialismo cruel y avasallador sin explicarlo como una fuerza poderosa enfrentada a otra de idéntico potencial bélico, pero con concepciones diferentes de la ciudadanía, del arte, de la literatura, de la religión, del ser humano, no deja de ser una forma sesgada de interpretar la historia de una manera muy simple en donde solo caben dos bandos: los buenos y los malos. Calificación de buenos o malos a partir de las categorías que nos brindan situaciones y acontecimientos de nuestro pasado inmediato como si se tratara de situaciones idénticas. En este sentido, cabría preguntarse si es fruto de la acostumbrada hipérbole andaluza o, un recurso pedagógico poco atinado, utilizar la referencia al terrible bombardeo nazi de la población civil e indefensa de Guernica, para hacer comprender, en sus “justos términos”, el asedio y destrucción por los romanos de una ciudad ibera, fortificada y apoyada por el poderoso ejército cartaginés como ocurrió en Iliturgi.