Hubo un tiempo cercano, cuando las calles de las ciudades se quedaron desiertas, silenciadas por la pandemia que aún nos azota, que este Jaén siguió con su latido tranquilo, ajeno al dolor y el miedo que se guarecía en los hogares de la ciudad.
Tal vez un hombre, alguna mujer, en cualquiera de aquellos días tristes salió a pasear por este Jaén hipnótico que te atrapa y te fija como un poste a su decadente idiosincrasia. Y entre el vacío cotidiano de sus gentes en calles y plazas pudo disfrutar de la ciudad despojada de sus vecinos y comprobar, sin el ruido inquieto del día a día, que Jaén es como tantas otras capitales, ni mejor ni peor, ni más bella ni más decrépita, ni más acogedora ni más inhóspita. Tiene una catedral, como todas las ciudades, un viejo barrio que camufla su pasado en el olvido popular, decenas de plazas llenas de veladores, pocos parques, muchos baches y un conjunto histórico silencioso y silenciado.
Se reencontró ese jiennense errante con su pueblo en los días en que todo el mundo estaba encerrado en las casas. Paseaba cada mañana por sus calles libres del virus mortífero de los vecinos recorriendo los lugares que enseñó a amar a sus hijos y fue glorioso disfrutar de cada uno de los rincones sin la distorsión impúdica de sus gentes, sin el grito de la queja plañidera de los prescriptores de banderas y trincheras apolilladas. Jaén es como tantas otras nobles y pequeñas villas, quiere ser un libro de pasta dura sin percatarse de la versatilidad de su formato de bolsillo. Pretende ser Madrid, Berlín, París, pero no lo es. Es aún mejor. Durante décadas sus moradores se han empeñado en ser quienes no son. Una ciudad como Jaén solo precisa convertirse en el hogar de todos, de norte a sur, de este a oeste, desde el subsuelo al cielo, desde la miseria a la holgura mental. Nada más. El resto es solo artificio, carne muerta que alimenta a los gusanos del camposanto urbano entretenido en la intrascendencia, en el aburrimiento.
Durante este tiempo, como el vecino errante, Jaén Genuino también se resistió a dejar de pasear por su conjunto histórico y de ahí nacieron iniciativas como los personajes jahencianos, una larga lista de hombres y mujeres que configuran el patrimonio humano de esta ciudad y que contribuyeron a hacerla tal y como es.
Pero no sólo Jaén cuenta con jahencianos, también disfruta y padece otros personajes, los jiennenses, algunos de ellos respetuosos y amantes de su conjunto histórico y de su ciudad, y otros muchos, ajenos aún, por desgracia, a su verdadero hogar, el que florece alrededor de su casa, de sus cuatro paredes vitales.
Después de todos estos años trabajando por el conjunto histórico y reclamando a las administraciones mayor atención al patrimonio, hoy queremos, en nombre de todos los personajes jahencianos que nos hicieron ser como somos, reclamar a los otros personajes, los jiennenses, para que de una vez por todas valoren la pequeña y genuina ciudad en la que viven, la cuiden, la amen y dejen de convertirla en la escombrera de sus vidas, en el basurero en el que han convertido muchas de sus calles y plazas.
Somos todos los personajes jiennenses quienes debemos aspirar a convertirnos en ilustres jahencianos, para que, no la historia ni la memoria colectiva, sino nuestra conciencia, nos permita dormir tranquilos sabiendo que cuidamos nuestra ciudad como los que es, nuestro hogar, nuestra humilde y noble morada. Un Jaén Genuino habitado por personajes jahencianos.
Vuelve Jaén Genuino en todo su esplendor. Atentos.