Los datos no pueden ser más demoledores. Nos encontramos ante la peor cosecha de aceite de oliva del siglo. Sí, por 601 toneladas ganamos a la producción de la campaña 2012/2013. Incluso podemos afirmar que es la peor, con diferencia, desde la 1995/96. Entonces, es verdad, hubo menos aceite producido. Pero es que por esos años había 200.000 olivos menos plantados que hoy en día están a pleno rendimiento. ¿Esto ha hecho que se disparen los precios en los lineales? Ni mucho menos, por más que insistan algunas voces interesadas en hacernos comulgar con ruedas de molino.
La realidad es que hay menos aceite, que los costes de producción se han disparado y que el precio que finalmente paga el consumidor no llega, ni por asomo, al olivarero de a pie. Los productores siguen sin tener rentabilidad porque los beneficios se quedan en las partes altas de la cadena. Siempre es lo mismo. Al agricultor le llegan las migajas. Y ahora es más sangrante, incluso, que cuando se vendía en origen a 2 euros y la distribución hacía su agosto con la venta a pérdidas. Es mucho más sangrante porque al agricultor le han aumentado los ímputs hasta un 200% en algunos casos. Y eso lo sufre en sus espaldas el productor, porque el resto de eslabones que mantienen la cadena sí han repercutido sus costes en el precio final.
Con todo, esta campaña ya está hecha. El aceite que hay es el que hay. El juego no da más, porque en marzo habrá una producción muy residual, si es que la hay. El problema vendrá la próxima campaña, cuando no tengamos fruto en los árboles por una pertinaz sequía que algunos sólo consideran cíclica. Los negacionistas del cambio climático siguen empecinados en darle la vuelta a la tortilla según su conveniencia. Que el consumo cae, es porque el precio está elevado, no porque no hay aceite. Curiosamente ahora no entra en juego esa ley de la oferta y la demanda que tanto defienden cuando les interesa. Que ha habido menos cosecha y la próxima será incluso peor porque no llueve, no hay problema, es un ciclo pasajero y volveremos a ver esos dos millones de toneladas que llevan años augurando.
Lo malo es que el cambio climático sí ha llegado para quedarse y el olivar, como todos los cultivos, tiene que adaptarse a unas mejores prácticas agrícolas. Algo en lo que la PAC tiene mucho que decir y más todavía a partir de 2027. Porque, si nadie lo remedia, todo tendrá que hacerse más sostenible. Pero, ojo, desde una triple vertiente, porque no vale sólo con la medioambiental. También tiene que ser económica y social. Y para eso el regadío es clave, por lo que ahora más que nunca se necesitan infraestructuras que garanticen el almacenamiento del agua cuando llueva o nieve. Pero, sobre todo, hace falta un reparto más justo y social de un recurso finito. Si no, nos veremos abocados producir en impresoras 3D.