Mediodía en la provincia de Jaén

Ana Cortecero

Comuniones a la andaluza y graduaciones a la americana

Opinión de Ana Cortecero


Finaliza mayo, este mes florido donde la primavera campea, las alergias fastidian y el verano amenaza. Un mes cuyas mañanas son -como diría M. Hernandez- “miel de puro y puro doradas”. Un mes festero donde la vida bulle en las calles, las comuniones hacen el agosto de muchos restaurantes y los estudiantes celebran sus graduaciones a la americana.

Recuerdo mi primera comunión a los siete años vestida de monja, con el hábito reciclado de mi hermano, que años antes la hizo de fraile. Imagino que el atuendo lo dictaba la moda de la época, pero la austeridad era la marca de aquellos tiempos y las familias eran invitadas a un rico desayuno con churros, dulces y chocolate. Nada parecido a los banquetes casi nupciales de las comuniones actuales, donde niños de diez años disfrazados de marineros y niñas vestidas de organdí, reciben suntuosos regalos entre los que no faltan los smartphones. Luego nos quejaremos de que nuestros hijos e hijas están enganchados todo el día al teléfono móvil y reclamaremos a las instituciones políticas y educativas que pongan coto a semejante adicción en las aulas.



Otro evento que marca el calendario de mayo es la graduación del alumnado de 2º de Bachillerato. No hay duda de que se trata de un momento importante, pues los últimos datos oficiales nos dicen que solo el 60% de los jóvenes de 18 años consiguen, en Andalucía, esa titulación. Es de recibo que semejante esfuerzo juvenil se merezca una celebración de gala, ocasión que la mayoría de las chicas escenifican como “puesta de largo” y casi todos los chicos aprovechan para llevar un traje, a veces por primera vez, de chaqueta y corbata.

Lástima que tanto brillo en la ropa, tanta beca en los hombros, fotos, diplomas en las manos y discursos tan alegres como nostálgicos queden, a veces, deslucidos por escenarios sin la megafonía adecuada, sin un mínimo atril donde sostener los papeles, en un entorno decrépito y un edificio escolar avejentado. Y es que aunque intentemos copiarlos, nuestros centros de secundaria tienen un presupuesto justito y no se parecen ni de lejos a los de las películas americanas.

En fin, como el que no se consuela es porque no quiere, felicitémonos de que nuestros jóvenes alberguen las mismas ilusiones que aquellos, y no necesitamos detectores de metales en los institutos para evitar que lleven pistolas camufladas. Porque siempre será mejor luchar contra los móviles que contra las armas.