Ha muerto Leocadio Marín, quien fuera, entre otros cargos institucionales, alcalde de Baeza y presidente de la Diputación Provincial de Jaén.
Cuando se produce el adiós de alguien como Leocadio es conveniente dejar a un lado la cuestión ideológica y centrarse en la persona y en su forma de hacer política.
No olvidarse de la ideología que profesaba, porque eso evidenciaba un compromiso, pero sí dejarla en un segundo plano para que no se convierta en un paño que tape a la persona o en la excusa perfecta para verter la bilis que llevamos dentro. Unos más que otros, of course.
Si digo que Leocadio era un buen hombre, estoy seguro de que muchos baezanos compartirán esta consideración. De igual modo que convendrán en que fue uno de esos alcaldes, cada vez más escasos, que es patrimonio de todos sus vecinos.
Era una de esas personas que sabía escuchar y que conservaba sus ademanes de maestro, tanto en el gesto como en la oratoria; heredados probablemente de la semilla sembrada por aquellos maestros de la República, que tanto empeño pusieron algunos en segar. Y tan propios de aquel Juan de Mairena, alter ego de Machado.
Con Leocadio se va una forma de ser y una forma de estar en lo público y en público. Una manera de entender la política como un servicio al ciudadano y no un instrumento del que servirse en beneficio propio o de unas siglas como vemos ahora a diario.
En política, fue, pero también no le dejaron ser. Quedando claro que en ese ámbito debes cuidar siempre la espalda, la diestra y la siniestra, porque al verdadero adversario nunca lo verás venir de frente.
Leocadio te contaba el vínculo entre la jueza Alaya y Zoido, forjado mucho antes de que supiéramos de la existencia de los EREs, con el mismo tono y pausa que si hablara de la Toma de Granada o de la España de Cánovas y Sagasta. Y era capaz de impartir magisterio en un comité provincial de su partido, para aquellos que quisieran recibirlo, sobre cuál era y debía ser el papel de los jóvenes en las organizaciones políticas; primero, formarse, y después, los cargos. Como puede comprobarse, la tónica general sigue siendo la de paniaguados indefinidos.
También era de esos alcaldes que sabían que uno lo es las 24 horas e incluso cuando te sustituyen en el cargo sigues siendo alcalde.
Ahora nos ha dejado y uno quiere conservar de él esa imagen de bonhomía. Esa misma que se engrandece al compararla con otros políticos, porque es difícil imaginar a Leocadio en un programa de televisión de esos de máxima audiencia atacando a su partido o aferrándose a un cargo cuando te han pillado utilizando información privilegiada en provecho propio. En tiempos de mediocridad y obediencia ciega es fácil aventurar que, probablemente, Leocadio Marín ha pertenecido a una generación política en vías de extinción.
Esperemos que no sea así, pero recuerdan las palabras del replicante “Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Hora de morir”.