Paseamos una gélida mañana de un domingo de invierno por la ronda Muñoz Molina. El cristal del aire nos permite divisar con nitidez la cadena de sierras que vigilan desde la orilla sur del Guadalquivir nuestra mal llamada Ciudad de los Cerros.
Y entre Úbeda y las sierras, ese asombroso mar de olivos, un paisaje único al que la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores, la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos y las Cooperativas Agro-Alimentarias de Andalucía le discuten que sea declarado por la Unesco Patrimonio Mundial Inmaterial porque esta figura de protección les impondrá “evidentes limitaciones y obligaciones” algunas tan ‘injustas’ y ‘severas’ como conservar, mantener y custodiar estos bienes protegidos por la Unesco, garantizando la salvaguarda de sus valores; evitar cualquier
contaminación visual o perceptiva, comunicar la realización de cualquier obra o intervención en este paisaje a la Consejería competente, e incluso recoge el derecho de la Consejería de Cultura a inspeccionar estos bienes.
Antiguamente, el cultivo tradicional del olivar respetaba la biodiversidad y era totalmente sostenible; eso sí, no era tan rentable como el que hoy consiste en plantar miles de hectáreas para, de manera intensiva o superintensiva, esquilmar el campo a base de exprimirlo hasta límites inaceptables, gastando el agua que no tenemos, y saturarlo de productos químicos como plaguicidas, fungicidas, herbicidas y fertilizantes químicos que aseguren la producción cada
año. Hoy día, lo más parecido al cultivo tradicional es el ecológico, elegido por agricultores conscientes de que el futuro del olivar depende de que se imponga un modelo de olivicultura rentable pero a la vez comprometido con la naturaleza; un cultivo respetuoso con el medio ambiente, el mismo que se pretende no solo mantener, sino fomentar con la inclusión de ese infinito y estático ‘mar de olivos’ andaluz en la Lista de la Unesco.
Estas organizaciones agrarias consideran “innecesario imponer restricciones y limitaciones a un sector productivo como el olivar” bajo el pretexto de “conservar un paisaje y una cultura por la que ya velan sus legítimos propietarios”. Unos propietarios que para acabar con la degradación de nuestros campos, la erosión galopante de nuestro territorio, la sobreexplotación de nuestros acuíferos y la contaminación de nuestras aguas superficiales y subterráneas hablan de ‘mejorar las condiciones productivas’, las infraestructuras -especialmente las hidráulicas- y todo aquello que redunde en la ‘rentabilidad del cultivo’, es decir, ás intensivo y superintensivo. Al que no quiere caldo, dos tazas.
La inclusión del Paisaje Cultural del Olivar Andaluz en la Lista del Patrimonio Mundial debe fomentar e incentivar el cultivo sostenible y ecológico y penalizar el que tanto daña nuesto entorno natural. Los agricultores deben convencerse de que la única manera de garantizar a medio y largo plazo su futuro, y con él la economía de Jaén, es que sus olivares respeten el medio ambiente y se laboreen de manera sostenible. El cultivo intensivo y superintensivo del olivar sin cortapisas es pan para hoy y hambre para mañana.