No sé si nos damos cuenta de que, ya sea por la situación económica o tal vez por las secuelas que nos ha legado la pandemia, ya no nos comportamos como antes.
En muchos casos, esa tensión acaba aflorando, y, a veces, desconfiamos más de la cuenta los unos de los otros. En las relaciones personales no somos, desde luego, como hace años. Ni tampoco lo seamos, quizá, en nuestros puestos de trabajo.
Observamos demasiada desconfianza. Y, en el terreno laboral, ya no nos entregamos para dar lo mejor de nosotros mismos.
Siempre existen excusas para justificar nuestra conducta. La mayoría de las veces hay un buen motivo para explicar nuestro comportamiento: decimos que existe gente que lo hace peor que nosotros. Y eso es cierto, aunque también lo es que hay quien lo hace mejor. O mucho mejor, en buena parte de los casos.
Creo que no estamos en la mejor de las situaciones para tener esta forma de ser: la campaña de la aceituna va a ser muy corta y existe una amenaza grave de recesión. Tampoco las oportunidades que podían abrirnos nuevos mercados terminan de concretarse.
Por ello, ahora más que nunca, opino que no tenemos más remedio que cambiar el chip. Debemos empezar a valorar lo que tenemos y a mirar de forma positiva hacia las opciones de mejora que tenemos en muy diversos campos: Sería bueno que cambiáramos la queja por la asertividad, y que empezáramos a practicar la escucha activa y la empatía.
Tenemos un reto como sociedad, y es simple: consiste en dejar de pensar en lo malo que ya nos ha pasado, y en las amenazas que se ciernen sobre nosotros en forma de crisis económica o de recesión sectorial. Debemos cambiarlas, en su lugar, por todo lo bueno que, seguro, también nos tiene que venir muy pronto.