Nota del autor:
Por respeto a las familias afectadas por el trágico acontecimiento ocurrido hace unos días en nuestra ciudad y dado que continúa bajo investigación y sin datos contrastados, este artículo no abordará un suceso que nos ha conmocionado y que nos debería hacer reflexionar, pero responsablemente y en el momento adecuado. El tema que sigue es el previsto originalmente: el presupuesto municipal.
Después de ocho años sin presupuestos municipales, el simple hecho de que el Ayuntamiento de Jaén vuelva a presentar unas cuentas completas ya es, en sí mismo, una noticia. Y una buena noticia. No porque un presupuesto garantice automáticamente buen gobierno, sino porque la ausencia prolongada de presupuestos es siempre un síntoma de parálisis institucional. Gobernar sin cuentas es gestionar a trompicones. Por eso conviene empezar reconociendo lo evidente: tener presupuesto es mejor que no tenerlo.
También es justo reconocer el papel del concejal de Hacienda, Francisco Lechuga, que se ha arremangado para sacar adelante un documento complejo, condicionado por una herencia económica difícil y por una estructura municipal muy tensionada. El mérito técnico de presentar un presupuesto existe y no puede negársele al concejal, especialmente cuando el mismo alcalde, Julio Millán, durante su anterior mandato completo de cuatro años, fue incapaz de aprobar un solo presupuesto. Las ciudades deben tener memoria de sus responsables, para lo bueno y para lo malo.
Sin embargo, el problema no es que haya presupuesto. El problema es sobre qué se sostiene este presupuesto y qué ciudad dibuja para los próximos años. Y ahí empiezan las dudas de fondo.
Todo presupuesto se apoya, al final, en una idea muy simple: cuánto dinero entra y en qué se gasta. Si los ingresos fallan, todo lo demás se convierte en papel mojado. Y el presupuesto de Jaén para 2026 se apoya en dos grandes supuestos de difícil verificación real, por lo que se aproxima más a una cuestión de fe que de economía.
Una parte esencial del equilibrio presupuestario descansa sobre una previsión de incremento de la recaudación municipal basada en la nueva gestión delegada a Diputación, de la que ya hablamos por aquí y cuyo análisis se vuelve más actual si cabe. Es decir: se presupuestan ingresos que aún no se han demostrado estables, recurrentes ni estructurales.
El discurso oficial del Alcalde sostiene que el presupuesto de 2026 es “más realista” porque ha eliminado las fantasías de las ventas patrimoniales de 2017 (aparcamientos subterráneos, operaciones urbanísticas fallidas y suelos que jamás se vendieron). Esto es formalmente cierto: el capítulo de ingresos patrimoniales se ha normalizado. Pero aquí aparece la nueva sustitución del espejismo: lo que antes se inflaba por urbanismo, ahora se infla por recaudación.
La Intervención municipal es clara al advertir que los incrementos en los capítulos I, III y V de ingresos no tienen una base empírica sólida. Es decir, ni hay series históricas que justifiquen el salto previsto, ni hay aún resultados reales del nuevo modelo de recaudación ni hay garantía de que la morosidad estructural se reduzca al ritmo prometido.
Por tanto, no estamos ante un presupuesto “realista” en sentido estricto, sino ante un presupuesto que cambia de ficción: de la venta irreal de patrimonio pasamos al aumento hipotético de recaudación; del urbanismo milagro del PP pasamos a la recaudación milagro del PSOE. Además, ese incremento de recaudación no es un aumento puntual o menor, sino la pieza clave sin la cual el presupuesto pierde sentido. El problema no es querer recaudar más —eso sería incluso deseable—, el problema es presupuestar como hechos consolidados expectativas que todavía son solo hipótesis de trabajo.
Es el clásico problema de la administración local: primero se gasta sobre el papel, luego ya veremos cómo se cobra. Y cuando la recaudación falla, entonces llegan las modificaciones de crédito, los aplazamientos, los recortes silenciosos y las promesas que se trasladan al siguiente ejercicio.
En política presupuestaria, la prudencia no es pesimismo: es responsabilidad. Y este presupuesto muestra precisamente uno de los problemas señalados en la delegación de la recaudación municipal a la Diputación: convierte un presupuesto supuestamente realista en algo irreal en este momento. Como apunta directamente el CES con su advertencia: “Si no se materializan los ingresos previstos, se agravaría el déficit financiero del Ayuntamiento.” Traducido en términos políticos: no es un presupuesto saneado; es un presupuesto condicionado.
Y no olvidemos lo comentado ya sobre la delegación de la Recaudación. Cuando el Ayuntamiento pierde control sobre su principal fuente de ingresos y se convierte en cliente de otra entidad, sea otra administración o quien sea, la política fiscal local queda indirectamente subordinada a otro órgano, por lo que la capacidad de reacción ante crisis futuras se reduce. Y aquí aparece otro problema, ya que el Ayuntamiento ha dejado de tener red propia de seguridad, como es que el segundo gran soporte de este presupuesto son las transferencias externas: los fondos del Estado, de la Comunidad Autónoma, los programas de inversión y los fondos de cooperación.
Y aquí el problema no es local, sino estructural. El contexto político y presupuestario estatal es altamente inestable. La reciente caída de la senda de déficit, el bloqueo de la planificación económica estatal a medio plazo y la incertidumbre sobre nuevos presupuestos generales hacen que muchos de esos ingresos hoy no estén garantizados con la claridad que se transmite en el documento municipal.
No olvidemos algo esencial: Jaén no es una isla. Depende de decisiones que se toman muy lejos de aquí. Si el crecimiento económico se frena, si hay ajustes fiscales, si se bloquean fondos, el impacto llegará a la administración local de forma directa.
En resumen, y empezando por el lado de los ingresos, el presupuesto de Jaén presentado por Julo Millán, así planteado, solo es viable si la recaudación sube como se promete, las transferencias externas se mantienen o aumentan y la economía no se desacelera. Es decir, si todo sale bien al mismo tiempo. Y cuando un presupuesto solo funciona en escenarios ideales, lo que tenemos no es un presupuesto sólido, sino un ejercicio de optimismo contable.
Es decir, una cuestión de fe, en el que, si el aumento de ingresos no se materializa al nivel previsto, las primeras partidas que sufrirán será las sociales, seguidas por las obras comprometidas y las infraestructuras necesarias, etc., porque ni siquiera plantea una estrategia alternativa de ingresos propios menos volátil por si no cumpliera la recaudación masiva o el nivel de transferencias estatales.
Por otro lado, es aspecto más preocupante del presupuesto del PSOE y JMM es que, más allá del equilibrio contable, no afronta de manera decidida los grandes problemas estructurales de Jaén, como si no quisiera mirar el desempleo crónico, el juvenil o el de larga duración, la pobreza estructural y los barrios con alta vulnerabilidad social, el acceso a la vivienda digna (ni la rehabilitación de la vivienda ni el alquiler social), la desigualdad territorial entre zonas de la ciudad, la debilidad del tejido productivo, el envejecimiento de nuestra población ni la expulsión de los jóvenes.
El presupuesto habla más de obras, de mantenimiento, de funcionamiento administrativo, que de transformación social y urbana real. Es un presupuesto que gestiona la ciudad que ya existe, pero que no termina de construir la ciudad que debería venir. No se adivina un nuevo modelo de ciudad ni se afrontan los problemas existentes ni los que llegarán. Al contrario, casi que supone un refuerzo para el modelo existente, el que ya conocemos y nos ha llevado a esta situación. Por mucho que se nos hable de inversiones, repasando la lista uno ve los mismos proyectos de los que se lleva hablando años, que no cambian para nada nuestro Jaén y siguen la misma línea de fracaso comercial, urbano y económico. Y habría que saber si esa es la apuesta de Julio: reforzar el modelo de ciudad del PP.
No hay una apuesta clara y contundente por un gran plan de empleo local, ni una política de vivienda ambiciosa ni un reequilibrio serio entre barrios, ni una estrategia fuerte contra la pobreza urbana o la industria inexistente. Y eso, en una ciudad con las heridas sociales que tiene Jaén, no es un detalle menor: es una decisión política.
Por último, el otro gran elefante en la habitación es la situación financiera del Ayuntamiento. El presupuesto no resuelve el problema de fondo: lo prolonga hacia el futuro. No se cuestiona de raíz el modelo de endeudamiento, no se produce una renegociación estructural potente, no se redefine el marco financiero. Se gestiona, se estira, se redistribuye en el tiempo. Eso permite respirar hoy, sí. Pero no libera a la ciudad mañana.
El riesgo es evidente: que dentro de cinco, seis u ocho años volvamos a escuchar el mismo discurso: “La herencia recibida…”; “La deuda nos asfixia…”; “No hay margen para la inversión social…” Y entonces alguien volverá a presentar unos presupuestos valientes, responsables y realistas. Exactamente como ahora.
Este presupuesto merece reconocimiento por existir. Eso ya es algo en Jaén. Merece respeto por el trabajo técnico que conlleva. También. Pero no merece un aplauso acrítico. Porque se apoya en dos cimientos frágiles: una recaudación aún no demostrada y un contexto estatal profundamente incierto. Pero sobre todo porque no afronta con valentía los grandes problemas sociales y estructurales de la ciudad. Y porque no resuelve el problema financiero: lo traslada hacia adelante.
Jaén necesita menos presupuestos “posibles” y más presupuestos creíbles, prudentes, sociales y estratégicos. Menos fe contable y más política con mayúsculas. Y ese es el problema. Quizá dentro de ocho años estemos escribiendo otro artículo parecido. Ojalá no. Pero si se sigue gobernando sobre expectativas, parches y aplazamientos, la historia en Jaén ya nos ha enseñado cómo suelen terminar estas cosas.