Aurea mediocritas

Nacho García

Vuelta la burra al trigo

Parece que la vida es un continuum, excepto para docentes y discentes, cuya temporalidad y existencia están acotadas de septiembre a junio

Este verano he leído por ahí que la vida, desde su perspectiva temporal, y en la mayoría de los casos, es una sucesión repetitiva de acontecimientos determinados por factores ambientales que influyen en nuestra cronobiología y, por supuesto, en el devenir de nuestra existencia. La vida fluye en el universo, no tiene principio ni fin. La vida es un proceso de cambio continuo y dinámico. ¡Qué cosas!

Parece que la vida es un continuum, excepto para docentes y discentes, cuya temporalidad y existencia están acotadas de septiembre a junio (una minoría a julio). Diez meses de cosecha (con más o menos frutos) y dos de barbecho, encima con varios periodos de inactividad (puentes, Navidad o Semana Santa) en medio. No parece un ciclo lógico y menos aún en este mundo con mentalidad capitalista (acotado por cierres trimestrales y anuales) y resultadista, dominado por la idea de productividad y sumiso al poder basado en la riqueza.



Este ilógico ciclo educativo es objeto de escarnio y maldecir en junio, en septiembre y periodos no lectivos. Los docentes están expuestos a burdas burlas y chanzas chocarreras (desde el tradicional: “trabajas menos que un maestro escuela” al actual: “¡Y los profesores qué, otra vez de vacaciones! ¡Luego dicen que viven mal!), así como a críticas injustas y menosprecio de su labor, supongo que será por mero desconocimiento de la misma o por la tópica generalización prejuiciosa. Y eso por no hablar de las faltas de respeto a su estatus y continuas injerencias en su trabajo. Es decir, el profesorado no tiene el necesario reconocimiento ni respaldo social.

La mayoría no sabe que, hoy en día, la verdadera docencia (la que se afana en transmitir conocimiento, o sea, en enseñar) tiene algo de clandestinidad y resistencia. Se desarrolla al margen de esa educación helicóptero instaurada en la sociedad y de esa maligna pseudopegagogía imperante, ambas sujetas a la mercantilización del saber, cuya consecuencia más evidente es la progresiva privatización de algunas enseñanzas, subrogadas a entidades con intereses espurios. La verdadera docencia lucha contra la ley del más fuerte, que desposee a los sectores más desfavorecidos del derecho universal a la educación, alejándolos progresivamente del espacio público.

Una inmensa minoría de docentes de verdad actúa al margen de las normas, inmune al chantaje de un sistema que con cantos de sirena trata de imbuir el nuevo mantra competencial, empobrecedor por reduccionista. Una inmensa minoría de docentes irreductibles se amotina en sus aulas cada día, agitando conciencias e invitando a pensar y soñar a su alumnado. Son docentes que invocan el verdadero humanismo de Erasmo (cuyo nombre ha sido vilipendiado con tanto viajecito) y se oponen a la idea del conocimiento-mercancía, que ha de ser permanentemente evaluado bajo parámetros cuantitativos para que no se devalúe ni pierda rentabilidad. Son docentes que rechazan la idea de una escuela como mera proveedora de servicios, con clientes en vez de alumnos.

Al final este artículo se ha convertido en un alegato en defensa de una profesión cada vez más denostada. Que sí, que a la gente se le llena la boca de elogios, pero luego con la boca chica… “que no es criticar, que es referir, “que no es con malicia, no te lo tomes a mal, que era broma”. Que sí, que en sucesivas legislaciones se habla de la autoridad y del prestigio del profesorado, pero a la hora de la verdad, nada, es decir, el profesorado tampoco recibe un verdadero reconocimiento institucional, más allá de celebraciones huecas y alharacas vacías. Ha empezado otro curso, ya resuena ese runrún atávico en torno al papel del profesorado y el devenir siempre errático de la educación. Se siguen socavando los cimientos…