Las bolsas de sustitución de profesorado de Latín y Griego están vacías. De hecho, llevan vacías un tiempo. Las lenguas clásicas son desde hace tiempo lenguas moribundas, aunque se haya respetado su estatus y se hayan estudiado por ser consideradas parte de nuestro acervo cultural. Sin embargo, progresivamente, se las ha ido arrinconando en los sucesivos currículos hasta su ocaso actual y la próxima extinción definitiva. Entre todos las mataron y ellas solas, inmensamente solas, se van muriendo, pese a la lucha de tantos profesionales durante tanto tiempo.
Y no sólo las lenguas clásicas, sino las Humanidades en particular y lo humano en general siguen vaciándose, desvaneciéndose, difuminándose. Ya sólo importa lo tecnológico, aunque no siempre sea lo mejor ni lo explique todo. Ya sólo importa la ingeniería de datos, lo algorítmico, aunque no demuestre ser mejor ni lo explique todo. Ya sólo importa el beneficio económico (de unos cuantos) y el ajuste de cuentas (a la mayoría), aunque genere desigualdad y provoque un reparto injusto. En esta sociedad se da más importancia a la producción (sin importar las condiciones laborales) que al productor. Grandes ganancias y mucho gasto, pero vidas low cost y existencias artificiales.
En la antigüedad se daba más importancia al sujeto de las acciones que a las acciones mismas, lo cual se reflejaba en las lenguas clásicas (construidas en torno al sujeto, porque primaba el agente y no tanto las circunstancias) y en las Humanidades. Hoy en día, la Historia, la Filosofía o la Literatura ya no enseñan nada, ya que nadie quiere aprender ni memorizar, es algo obsoleto y prescindible. Justo hoy en día, cuando más falta haría recordar para no volver a cometer errores, conocer el pasado para no volver a tropezar.
Una de las consecuencias del declive de los saberes clásicos, en particular, y de lo humano, en general, es el imperio de dos leyes atávicas que desgraciadamente aún asolan a la Humanidad: la Ley del Talión y la Ley del más fuerte.
De una manera irracional, todavía presenciamos, atónitos e impávidos, la ejecución animalesca del ojo por ojo, diente por diente, que sacia la sed instintiva de venganza con una violencia desproporcionada. ¿En qué momento una matanza provoca como repuesta una masacre indiscriminada que degenera casi en un genocidio? Y encima, con un cinismo inhumano, se legitima tan cruel represalia. Cada vez que vemos unas noticias, parafraseando los versos de Quevedo, vivimos en conversación con los difuntos y escuchamos con los ojos a los muertos. ¡Cuánto odio!
De una manera irracional, tras tanta evolución, el poder y la fuerza, no la inteligencia, siguen determinando la existencia, controlando la moral y las normas sociales. Mandan los malotes, priman el engaño y la vanidad. Las noticias instilan un aroma pestilente a prepotencia, se hiede la podredumbre moral de algunos mandatarios abusones. Las redes propalan el hedor de ideologías ultras, las masas ya no se rebelan, el pueblo se consuela con nuevos tipos de opio. Ni pandemias ni apagones nos sacan ya del marasmo emocional y del inmovilismo intelectual. Ya nadie llama a la insurrección, sólo protestas políticamente correctas.
Como decía el himno de Vetusta Morla: “dejarse llevar suena demasiado bien”. Conformismo en sociedades acomodaticias y anestesiadas por el mundo virtual. Conciencias acalladas con una mal entendida solidaridad tramitada por manos ajenas, gubernamentales y no gubernamentales. Quejas con la boca chica por nimios problemas egocéntricos y etnocéntricos, derecho al pataleo e indignación impostada. No pasa nada, “to er mundo e güeno”. Hemos invertido el “nihil humanum…” de Terencio. Cada vez lo humano nos resulta más ajeno.
Ciertas paranoias hasta ahora distópicas se hacen realidad. Los robots (no olvidemos su etimología, del checo “robota”, que significa “servidumbre”) y los bots (su abreviatura), empiezan a gestionar demasiado, más allá de su primigenia función imitativa para tareas automáticas. Hace tiempo que no se circunscriben a imitar, sino que son programas generativos, incluso creativos, sin apenas control ni limitaciones. Los automatismos empiezan a desrealizar la vida (ya veremos si la IA puede con la Muerte), lo virtual se impone. Más pronto que tarde la servidumbre será humana, por ahora ya existe bastante dependencia, si no adicción. Signa temporum.