Aurea mediocritas

Nacho García

Carestía

Sin duda alguna, la carestía más alarmante en nuestros días es la emocional

En el reciente examen de Lengua Castellana y Literatura (recordemos que siempre es el primer examen, el primer día, a primera hora, algo que se podría revisar y modificar alguna vez, ya que incide sobre los resultados año tras año, debido al nerviosismo propio del debut en el trascendente proceso; perdón por el desahogo, este paréntesis es demasiado largo y no es el asunto principal que nos ocupa) de la Prueba de Acceso a la Universidad, se preguntaba al alumnado por el significado de la palabra “carestía”, en concreto, “carestía de la vivienda” como uno de los causantes de la precariedad y desigualdad que contribuyen al problema estructural de la pobreza en España.

La palabra “carestía” tiene una doble acepción en el Diccionario de la Real Academia. La primera entrada hace referencia a la “falta o escasez de algo”, o sea, es sinónima de penuria, escasez, privación o carencia. La segunda acepción hace referencia al “precio alto de las cosas de uso común”, es decir, es sinónima de encarecimiento, subida o alza. La desambiguación contextual del término era complicada y tanto una acepción como otra podrían ser válidas a ojos del alumnado, ya que definían perfectamente el problema de la vivienda denunciado en el texto, una situación de mercado en la que la escasez produce precios altos, esto es, la carestía provoca carestía.



Leemos estos días en los medios que en este país hay una escasez de vivienda casi endémica desde 2010, pese a haber millones de apartamentos vacíos o de uso esporádico, amén de 400.000 casas vacacionales. Diversas son las causas y múltiples las consecuencias, una de las cuales es el anómalo encarecimiento de la vivienda, que se ha disparado al 12,2% en el primer trimestre de 2025, la mayor alza en 18 años. En fin, una cuestión interesante para que los futuros universitarios expresasen su opinión sobre un problema que sufrirán en el futuro, aunque sus preocupaciones ahora sean otras.

La anfibología de esta palabra me ha hecho reflexionar sobre si otras carestías, en Educación, Sanidad y Servicios Públicos en general, se deben a la falta de interés, a la escasez de inversión o al alto precio de las cosas de uso común. Las carencias estructurales y la privación intencionada de recursos públicos son evidentes y están provocando una progresiva privatización de servicios, así como un consecuente encarecimiento de las prestaciones, con un alza sistemática de los precios. Cada vez más universidades privadas, cada vez más hospitales y clínicas privadas, cada vez más seguridad privada, para quienes puedan permitírselo o para quienes quieran endeudarse hasta las cejas sin ser preciso. Se supone, o, más bien, se vende la idea de que vienen a cubrir unas necesidades existentes, convertidas en exigencias inaplazables, generadas artificialmente sobre datos manipulados ad hoc para una sociedad consumista, con fobia a la incertidumbre y unas expectativas muy alejadas de la realidad, una sociedad que se cree mentiras propias y ajenas. Sigo pensando que, si se invirtiese (acepción de “asignar capital o emplear recursos”) decididamente en lo público y se gestionase con convencimiento y honestidad, concienciando a la ciudadanía de la importancia para el estado de bienestar, se invertiría (acepción de “cambiar o sustituir el sentido de las cosas”) el actual paradigma economicista por un modelo más humanista. Soy un iluso, lo sé.

Otra carestía preocupante es la del sector productivo primario, donde continuamente aumentan los costes en origen, pero no los precios finales. Esto sume a agricultores, ganaderos, pescadores o mineros en la ruina, expuestos a la voracidad de multinacionales, esclavos de esa malsana productividad con mucho trabajo y poca rentabilidad. Aquí en Jaén, donde residimos, bien lo sabemos por el aceite. Si hay mucha producción, los precios caen estrepitosamente. Si hay poca, los precios suben escandalosamente. Al final, con este mercado tan continuamente tensionado, o carestía (déficit) o carestía (alza). “Jaén, levántate ya, sobre tus piedras lunares…

Pero, sin duda alguna, la carestía más alarmante en nuestros días es la emocional. Cada vez más personas sufren carencias anímicas, víctimas de la espiral de exigencia, prisa y soledad de esta sociedad competitiva. De hecho, España es el país con mayor consumo de tranquilizantes del mundo, algo que sólo palía o parchea el problema, pero no lo soluciona. Esta cuestión se ve agravada por la escasez de psicólogos clínicos en la sanidad pública (con una ratio muy inferior a la europea), una carestía (déficit) de profesionales que provoca la carestía (encarecimiento) de la oferta privada, que no todo el mundo puede permitirse. De ahí las soluciones desesperadas en terapias alternativas (biodecodificación, mindfulness, reiki, holismo,...), libros de autoayuda, incluso chats on line, que auxilian mucho, aunque no siempre pueden revertir ciertas situaciones.

En fin, ya ven, la reflexión lingüística sobre la precisión léxica de un término aparecido en una prueba ha desembocado en un articulillo, con luces y sombras, sobre la inquietante carestía (el lector decida la acepción) de la vida.