Carmina nemo legit

Joaquín Fabrellas

“Azar ileso” de Pedro Luis Casanova (La Isla de Siltolá, 2024)

Casanova continúa desde las retaguardias porque su poesía no se ha enfadado con él, le dicta cosas, versos y pausas, sobre todo pausas

 “Azar ileso” de Pedro Luis Casanova (La Isla de Siltolá, 2024)

Pedro Luis Casanova.

Casanova tiene la extraña capacidad de reconciliarme con la poesía actual. Y una de las últimas obras que también me ha reconciliado con la poesía, para que se hagan una idea, fue la obra completa de ese otro "maldito" de la poesía española no canónica, el muy olvidado, (¿qué buena poesía no lo es?) de Eduardo Haro Ibars.

No lo había leído demasiado, a Ibars, (ahora hablaré de Casanova), y su forma de proceder lírica golpea al lector durmiente, ahora que tanto aflora la poesía inerme, premiada, subvencionada, municipalizada, de los trágicos poetas "a la violeta", los cuales narran una experiencia maravillosa frente a una puesta de sol única una tarde de domingo en una playa atestada, recortando versos como quien redacta la lista de la compra.



Poesía del "enter".

Pero no Casanova, ay, no, Casanova es otro cantar.

A Casanova lo conozco desde el año 1997, tal vez antes, cuando los dos empezamos en ese mundo ajeno y extraño de la poesía local, cuando yo terminaba los estudios de filología en Granada y él era un joven profesor de Física y Química y empezaba a fatigar destinos lejanos.

Amigos comunes, maestros compartidos, conversaciones, experiencias. Lecturas públicas juntos, recuerdo aquella vez en que íbamos a leer nuestros poemas en público y él los olvidó en casa, y tuvo que coger un taxi para ir a recogerlos y volver exhausto.

Yo aprendí a leer con Pedro en la poesía del querido José Viñals, en los renglones extensos de Diego (Jesús Jiménez) que nos regaló nuestro otro Magister Damiani, ese Diego de voz estentórea, aprendimos a escribir con Juan Carlos Mestre y su poesía estremecida. Con Ferrer Lerín, que ya nos avisaba desde las alturas de los peligros de las aves carroñeras.

Yo he dejado la poesía finalmente, la fatigué tanto, que la poesía se va. También hay que reconocer que el autor muere como poeta, empieza a repetirse y a hacer el mismo poema una y otra vez, y ese es el momento en que ya no se debe escribir más poesía si somos honestos.

Casanova continúa desde las retaguardias porque su poesía no se ha enfadado con él, le dicta cosas, versos y pausas, sobre todo pausas. Largos silencios. Será su secreto.

Tanto tiempo ha pasado, y, sin embargo, de lo que nunca he dudado, y desde luego, con los amigos se aplica, si cabe, un poco más de dureza al leer la obra, porque hacemos una crítica más despiadada por la cercanía sentimental, por saber de dónde surge el canto que mece la lira y la mano del poeta.

Casanova siempre fue muy bueno, dominador de la palabra y del verso, ese verso largo, extenso suyo, casi narrativo, construido sobre sumas de versos que alargan el resultado hasta casi la retahíla, hasta las 16 o 18 sílabas, pero fuerza los versos hallando en ellos la música que los convierte en instrumento, en ritmo, porque el ritmo en Casanova es un asunto propio, miren si no esto:

"quemadura del sueño, acomoda el termómetro

en la nieve enferma de los nombres liberados por la negación.

La cal irrumpe en los metales y en las ruinas."

Los dos primeros versos están construidos sobre un patrón rítmico que tiende al anapesto, como muy bien enseñaba Hierro, tan querido por nosotros en nuestra juventud.

Casanova escribe lento, muy lento, es lo que debe hacerse en poesía, escribir muy lento, o no escribir, o si escribes, que el verso retumbe en tus oídos todo el día, como, por ejemplo, estos:

"Yo soy el alacrán que se despierta en las rutas del ciego".

O:

"A ese cerrado muladar que será mañana la alegría"

Estos versos me han salvado, voy a estar oyéndolos todo el día, retumban en mi cabeza, me dicen cosas nuevas cada vez, y cuando vuelva a leerlos ya me habrán dicho otra cosa, así se construye la buena poesía, con tiempo, en el tiempo.

Estos poemas de Casanova están fechados desde el año 2000, los más tempranos, hasta el 2019, el más reciente, en esa horquilla temporal, como el artesano ha ido escribiendo y tallando su poesía pulcra el poeta, desconfíen de quienes arman un poema en una sola tarde.

La mejor poesía es la que no está escrita, nos decía ese otro poeta radicalmente nuestro y querido, parafraseando a Wittgenstein, De lo que no se puede hablar, mejor es callarse, que nos avisaba del laberinto frágil de la memoria; su memoria es ahora la memoria fragmentada de la poesía andaluza que lo ha olvidado a él, qué inmensa ironía, la de Manuel Lombardo, ¿te acuerdas Pedro?

retumban todavía las palabras

en el aire nuestro y suyo de la desmemoria

Cuántos se han ido ya, pero están ahí: Diego, Guadalupe, Félix, Viñals, Hierro, yo sí me acuerdo de todo lo que nos dijeron y tú has seguido la senda correcta del hombre bueno.

Tu poesía, y su mundo propio y simbólico que tú has formado en torno a ella, es el futuro.

"No sé si sueño.

la casa cruje y yo estoy solo".