Porque el triángulo de la creación literaria lo forman estos tres vértices: escritura, edición y lectura. Sin lectores, no hay nada. En realidad, si alguno de esos factores falta, el edificio se cae.
Muchos de los que se lanzan a la aventura de escribir una novela, se olvidan de este acto nutricio de la lectura: primum legere deinde scribere.
Por otra parte, la lectura se ha convertido en una actividad placentera en ocasiones, bien. Lo que no debe ser es la lectura como narcótico, leer antes de dormir, o, peor, leer para dormir. Mientras que el libro, se ha convertido en un objeto de lujo, tenerlo, en ocasiones, representa una señal de estatus, no económico, sino cultural.
El que lee se distingue de la masa, (porque no usa ordenador, ni televisiones o móviles para hacerlo), la lectura se ha convertido, en cierta manera, en una actividad revolucionaria porque el lector no sigue los patrones establecidos por las rígidas normas que dicta la analfabeta tecnología, al menos, durante ese tiempo en que dura la acción de leer. Y cada vez es más difícil encontrar un hueco que dedicar a la lectura, ya que estamos intricadamente conectados, nos molestan cada pocos minutos los múltiples avisos de los dispositivos móviles que se multiplican a nuestro alrededor. Correos, recordatorios, alarmas, mensajes, alertas, compras… el hombre actual debe estar siempre ojo avizor. Lo dicta la sociedad macluhaniana en la que estamos inmersos. De la Edad Media de la Lógica aristotélica, el Renacimiento del Lenguaje y la gramática, para llegar al S XXI de la imagen, donde es más importante el medio que el mensaje.
Leer, además, siempre comprende una reflexión posterior sobre lo leído, y eso es determinante para decidir qué es una buena lectura y qué no. La reflexión es otra de las grandes ausentes en este cóctel actual de la sociedad contemporánea: sin tiempo, sin pausa, sin paciencia, síntomas todos de una sociedad capitalista hiperproductiva.
Los ignorantes siempre acaban gastando dinero porque no se pueden entretener con nada, es lo que manda la sociedad de masas: compra, vende o invierte. Hazte rico.
El que lee “no hace nada” productivo.
El lector disfruta solo y se abstrae momentáneamente del mundo. Es un egoísta. (Ustedes están ahora mismo leyendo esto en lugar de estar comprando o mirando vídeos interminables). Y además, no comparte su experiencia con nadie.
Nada más personal que la lectura de un libro. La lectura nos identifica, mientras que la máquina nos iguala, nos impide soñar, la máquina obliga, la lectura señala un camino. Es, a veces, desagradable compartir con otro, un mismo libro y que no comparta la belleza de la música de un determinado endecasílabo o un episodio decisivo del Quijote.
Esto te sustrae del mundo, y en eso, se parece mucho a la labor de escritura, ambas acciones se complementan. La edición sigue siendo un accidente.
Es raro leer en este mundo de zombis.
Solo veo gente por la calle que ya no se mira al andar, parece que el otro solo nos molestase al pasar; los otros solo miran lo que le dicen las grandes empresas tecnológicas. Humanos programados avanzan por la calle con la mirada fija y perdida.
¿Cuánto tiempo hace que no escuchan a alguien cantando o silbando por la calle?
Nadie mira a nadie, los jóvenes solo se miran en los espejos cóncavos de su propia e inhóspita imagen, reflejada de un dispositivo móvil, ellos, cada vez, existen más en las redes sociales, y menos en este mundo analógico, por ello no interaccionan con nadie. Subyugados a un mundo de falsas esperanzas en el que ellos y ellas son estrellas desconocidas en un mundo alternativo. No tienen responsabilidades reales con el resto, porque no existimos en su mundo artificial, ya nadie sabe mirar las cosas, simplemente porque no existen más para ellos.
Todos atrapados en una imagen ficticia de nosotros mismos.
Nadie silba ya, nadie te mira por la calle. Nadie contempla.
Nadie existe.
No sé si todos esos síntomas tienen que ver con el hábito de la lectura, pero, lo complicado de esto es determinar qué tipo de lecturas te mejoran como lector, y te permiten escribir mejor.
Hay, como en todo, que diferenciar. No es lo mismo escuchar a Bad Bunny, un ente creado por las grandes plataformas musicales, (sic), que escuchar a un músico formado en la cantera de conservatorios de sólidas formaciones artísticas y estéticas, no todo vale.
De la misma manera, no todas las lecturas son iguales. Yo distingo las lecturas de libros por placer, no hay nada malo en ello, (cuánto he disfrutado de El conde Montecristo o Viaje al centro de la Tierra) y las lecturas de libros que conllevan vivir una experiencia con el personaje: recuerdo todavía claramente el asco que sentí en la fiesta a la que asistió madame Bovary en Yonville, y donde era el objeto de la crítica de todos. (Casualmente Emma Bovary es una gran lectora de malas novelas sentimentales, que la condujeron, como a don Quijote, a imaginarse situaciones que luego nunca ocurrirán, el famoso bovarismo de Emma). Yo he vivido eso.
Siempre ha habido demasiados libros malos en el mundo desde la invención de la imprenta, si bien, en el siglo XVI, fue el turno de las novelas de caballerías, Amadises y Palmerines y sus sagas, lo cual espoleó el ansia imaginativa de un viejo hidalgo decadente y empobrecido, para, en el siglo XVII, dar paso a las muchas novelas de aventuras, con poca calidad literaria, pero muy famosas en los lectores de la época, destaca Los trabajos de Persiles y Segismunda de Cervantes. En el XVII se sucedían las obras dramáticas fantásticas, que también escribiría Lope, o las continuaciones del Lazarillo de Tormes, o gran cantidad de novelas picarescas. Todo el mundo se apunta a lo que funciona bien, de ahí que actualmente se siga escribiendo tanta novela histórica, dirigida a un público mayor y burgués.
La lectura es poliédrica, las redes sociales son unidireccionales y acaban todas en una transacción económica.
La lectura debe formar parte de nuestra educación sentimental, no debe ser inerme, ni dejarte indiferente. Y lamentablemente, esto cada vez ocurre más. De ello tienen la culpa las editoriales y los agentes, que exigen determinados temas a los autores: terrorismo, la guerra civil, el empoderamiento, las novelas de detectives, y estipulan correcciones con los autores para que nada suene fuera de lo normal.
El libro como producto en la cadena alimenticia, en los grandes almacenes, libros narcóticos, libros para trenes y salas de espera.
Si acaso, porque la lectura está en franco retroceso, las nuevas generaciones no leerán más que en dispositivos, obras creadas para el disfrute en masa, no para ser crítico con lo leído.
La lectura te devuelve al mundo, o te coloca en él, te hace reflexionar sobre el corazón de las personas desde la atalaya de tu retiro. Leer no te hace mejor, pero sí te optimiza, (al menos sabes qué no te va a gustar y así no perder el tiempo), aunque no sea rentable ni monetizable, afortunadamente, es por eso, que todos los magnates tecnológicos de furibundas fortunas rechazan la lectura, porque no ofrece un beneficio económico directo, quizá a muy largo plazo, es cuando se entona el festina lente.
Yo rechazo su riqueza.
La lectura es una forma de vivir lo que nunca vas a vivir.
Una buena lectura se distingue de una mala en que el autor ha leído mucho: leerlo todo. Tal vez no se trate de eso, porque no se puede leer todo, pero sí se puede leer muy bien lo que se ha leído, eso dijo Borges, que no había leído mucho, pero sí había leído muy bien lo (muchísimo) que leyó.
Muchos excelentes autores, por pudor o por modestia, afirman no haber leído mucho, pero es una falacia, porque si hay una actividad secreta, es la escritura, pero aún más secreta es la escondida actividad de la lectura, y además no interesa a nadie, (la lectura, en realidad, es mucho más natural que la escritura).
Digamos que la escritura es una forma de metabolizar lo leído y lo reflexionado sobre esa lectura. No sabemos por qué se produce la escritura.
Conozco a excelentes lectores que jamás escribirán. Amigos filólogos que tienen las herramientas para escribir un buen cuento, tal vez anodino, se sienten muy expuestos al hacerlo. Todo escritor es un exhibicionista, menos Salinger, claro.
Aplican el criterio personal de saber que no van a mejorar en nada el nivel de la literatura. Estamos en unos tiempos en los que se muestran los sentimientos de forma consciente y casi obscena, programas lacrimógenos aburridísimos. Hace no mucho, hablar de tus propios sentimientos estaba prohibido por las buenas costumbres sociales, hoy, todo el mundo predica lo que siente en cualquier lado que se lo permita.
Hemos prostituido los sentimientos, porque todos sentimos igual, pero pensamos que no, que nuestro sentimiento identifica a la humanidad entera con el pesar personal, y no tiene nada que ver.
Ser escritor porque puedes ayudar a otro, es una de las grandes falacias del autor, escribir no ayuda a nadie, ni siquiera a uno mismo. O, escribo porque soy el encargado de transmitir el conocimiento escondido, es otra de las grandes falacias creativas. Porque mi historia es necesaria a los demás.
Esa muestra del sentimiento en público se desarrolló con el Romanticismo, con la dictadura del ego, erigir al Yo a un lugar mesiánico: yo digo lo que siento por todos vosotros. Y eso ha calado mucho en la mala literatura. Claro, esto surge tras la revolución industrial que había depositado en lo material demasiada importancia y había empezado a desplazar la importancia del hombre en la sociedad del siglo XIX.
Los buenos poetas no hablan de sus sentimientos, hablan de los sentimientos de otros.
Cuando Machado dice: “Al alto Espino donde está su tierra”. Creo que no se puede condensar mejor la pena, la tristeza por la pérdida, el recuerdo de tu propia esposa difunta en un poema que trata solo de la muerte y donde no se nombra a la muerte, a través de la primavera y su ciclo estacional en conversación con un amigo.
Machado no deja, ni por un momento, un atisbo de dolor, ni de muerte, ni de desdicha o autocompasión en su poema. Ya ha habido muchísimos otros poemas que hablaban sobre ello. El poeta que se autocompadece en su poesía, o escribe lo feliz que es, o describe lo que le rodea es un mal poeta.
Pero Machado había leído, de hecho, ávido lector, principalmente, a otros autores anteriores y conocía a Rubén Darío, del que había estudiado todo, y en su época francesa, leyó a los poetas franceses: Baudelaire, Verlaine, Rimbaud. Y esto se nota en esa musicalidad machadiana, y había estudiado además la filosofía de Henri Bergson.
No hay poesía sin filosofía, y se había formado en un sistema educativo que vino a ser destruido por la guerra: la Institución Libre de Enseñanza, la cual, preparaba a los alumnos de otra manera, quizá no para la vida práctica, (Machado fue bastante desastroso en ese aspecto, llegando a licenciarse muy tarde), sino en la vida intelectual. Hasta que entonó eso de: “A mi trabajo acudo, con mi dinero pago”.
Ahora los sistemas educativos no educan a los estudiantes en el puro placer de la lectura, no es rentable. Gamifican las jornadas para que los estudiantes no se espanten, pero queda poco rastro del conocimiento al que antes se aspiraba.
Leer a Machado es leer a gran parte de la lírica europea. Leer a T.S. Eliot, coetáneo de Machado y ambos, sin saberlo, compañeros en las aulas de Bergson en París, es leer la tradición medieval inglesa y los poetas metafísicos ingleses y americanos, leer la modernidad de Pound, de Cummings, y escuchar la voz de su mentor, el filósofo de origen español George Santayana.
Leer a Cernuda es leer a Machado, pero también a Hölderlin, al que tradujo, y la lírica alemana, y la modernidad de Eliot, todo está conectado.
Cioran adoraba a San Juan, Schopenhauer a Calderón y Gracián. Unamuno a Kierkegaard.
Y Borges, “el que no había leído mucho”, había estudiado la lírica inglesa, la alemana, tradujo a los poetas románticos, reinventó el Quijote en sus lecturas, trabajó los Edda islandeses, leyó, hasta la saciedad al venerable Beda, o la poesía ultraísta española, (su hermana, la pintora Norah Borges se casó con el escritor sevillano Guillermo de Torre y además, ilustró el primer cuento publicado de Cortázar, La casa tomada), y también estudió Borges la tradición argentina del gaucho Martín Fierro o la línea popular de Evaristo Carriego. Practicó además la novela policiaca con su íntimo Bioy Casares en Seis problemas para don Isidro Parodi. Donde se hacía parodia además de Chesterton, de Poe, y de Conan Doyle, no está mal para no haber leído mucho.
Las listas son interminables, pero créanme, que una buena lectura, es la que contiene otras muy buenas lecturas dentro de ellas. Lectores y escritores que se han formado en el gusto estético de no repetir lo ya dicho, o no escribir lo ya escrito, y sobre todo, han sido capaces de saber cuando algo está obsoleto o no. Igual que hay buenos escritores, hay también buenos lectores, pero cada vez hay menos buenos lectores.
Hay, eso sí, compradores de libros.
Hablar de tus sentimientos no es nada nuevo.
Se lee desde la sensibilidad, y la sensibilidad también se construye desde el gusto estético.
Se lee desde la más absoluta independencia personal, desde la libertad, y se lee porque otros han leído, tal vez mejor, o mucho mejor que nosotros.
Sigan el rastro. Solo somos enanos a hombros de gigantes.
Y, sobre todo, ¿para quién escribimos?