Carmina nemo legit

Joaquín Fabrellas

Demasiados libros

Publicar mucho no quiere decir que se lea mucho o que se escriba bien

Se equivocan  aquellos que piensan que no se escribe demasiado en España actualmente.  O aquellos que defienden que los best sellers excusan su propia aparición porque venden mucho. Publicar mucho no quiere decir que se lea mucho o que se escriba bien. Ni siquiera que se lea bien, porque la escritura tiene que ver principalmente con la lectura, y con el tiempo empleado en ella. Y me explico: tuve un venerable profesor en Filología, don Manuel Morales Borrero, del que se decía que no leía más allá de la poesía del Modernismo, llegaba hasta Rubén y los Machado. Aquello nos parecía a los jóvenes estudiantes una exageración, pero tal exageración, ahora, en mi madurez, me parece acertadísima.

Ha habido grandes autores en el siglo XX, pero conforme nos vamos acercando al fenómeno literario en la actualidad, ya sea lírico o narrativo, las obras dejan de ser importantes porque se repiten a sí mismas, copias calcadas de copias malas; tal vez sea por el efecto de lo que Baudelaire, como crítico de arte, llamó el “vértigo del tiempo”, es decir, necesitamos una distancia estética para contemplar con precisión lo que se está produciendo a nuestro alrededor.



Sin embargo, estamos en el mundo de la celeridad, de lo que sucede ahora, y lo que fue ayer, no cuenta. Nos gustan los grandes titulares, los juicios directos sobre política, literatura, economía o medicina: el hombre moderno sabe de todo, de papas y de Trump, de Gaza e Israel,  y si no, lo fingirá, acostumbrado a bregar en redes sociales o a consumir cientos de programas de seudo información especulativa, en los que nuestra opinión personal, queda relegada a los márgenes informativos. No aportamos nada en el marasmo de la sociedad digital, apenas números inconclusos en un magma manipulado.

Y repito, se publica demasiado y mal, sin tener en cuenta que un mal verso te lo recordarán toda tu vida y que un mal libro, mal publicado, mal diseñado,  y con cientos de erratas va a ser tu losa el resto de tu carrera literaria,(sic), en unas ediciones autopagadas y mal distribuidas, si no es por ti, entre tus amigos.

En Reino Unido, no tienen problema en admitir la mala calidad de sus poetas diletantes: le pusieron nombre y rostro al peor poeta de la lírica inglesa, William Mc Gonagall , autor del celebérrimo Tay Bridge Disaster, el peor poema de la lírica inglesa, al pobre Mc Gonagall lo contrataban para todo tipo de saraos y la gente se reía de él y de sus actuaciones y declamaciones, (se cuenta incluso que, en una obra en la que interpretaba a Hamlet, no quiso morir como mandaba Shakespeare). Quizá los británicos tengan más desarrollado el gusto estético. O lo tuvieron. Léanlo, se puede hacer por redes sociales. Creo que el pobre Mc Gonagall nunca se dio por aludido y vivió feliz, pero esa es otra historia.

Hoy en día, casi no se percibe ese gusto estético en la sociedad, que te lleva a saber hacer autocrítica, y esto, nos evitaría mucho papel gastado.

La belleza, en la actualidad, se ha kardashianizado, es decir, importa más la forma que el fondo, como el ocio, que se caribenizado, en pos del ruido, no de la diversión, y así consecutivamente. La lírica se ha comercializado en detrimento de la calidad, ante las ganas fervientes de figurar en una sociedad expuesta continuamente a un afán de protagonismo infantil.

La poesía ya no se mueve por la calidad, si no, miren los catálogos insufribles de las otrora grandes editoriales, sobreviven por premios pagados a pachas con Ayuntamientos que pretenden fomentar la figura de un escritor vernáculo.

Habéis matado a la poesía de quererla tanto, se os ha roto el juguete.

Y digo que se publica mal porque se escribe mal. Si alguien se puede llamar poeta, (poeta, casi nada), es porque tienen un compromiso con la poesía inherente desde pequeños, y porque conoce muy bien sus mecanismos internos de producción.  La poesía no te mejora como persona y difícilmente ayuda a los demás, precisamente por ese carácter inútil es sumamente importante, porque no vale para nada, como no vale una canción, que no te salvará la vida.

Es como criticar a Rothko por decir, sin razón alguna, que solo pintaba colores, pero no se ha visto su obra figurativa previa. Rothko no improvisa en su pintura, hay un largo camino de evolución personal que lo lleva a la producción de cuadros de gran formato, en donde ensaya una nueva forma de ver los colores. Algo similar le sucedía a Picasso. No se improvisa un buen cuadro, no se improvisa un buen poema, porque a nadie le sucede un soneto.

La poesía es perfección, y si no, debe acercarse lo máximo a ella. El poeta debe conocer los mecanismos de escritura de la misma, o evitarlos, cada cual es libre de escribir como quiera, pero no me vale que tú, hombre aburrido de mediana edad, con una neurosis importante de protagonismo  social, te dé por escribir, de la noche a la mañana, tus memorias insignificantes sobre tu trayecto vital, que a nadie importa, solo porque te aburra tu tedio. La poesía no es tedio ni la literatura es autoayuda. La escritura tiene que ver con un profundo enraizamiento personal basado en millares de lecturas que hemos sabido aprovechar a lo largo de tu vida, pero si solo has leído a Bécquer tenderás a repetirlo.

Alguien debe decir esto: hay demasiados libros como hay demasiados poetas, todo el mundo tiene acceso a un boli y a un papel, como todos los niños nos hemos creído en algún momento del partido que teníamos posibilidades de ser grandes futbolistas. Pero no, y eso no se soluciona escribiendo más, sino leyendo mejor, y tratando de criticar lo que haces y para qué lo haces.

Cuando algún amigo me dice que quiere publicar un libro, le pregunto: “¿para qué?, ¿piensas que, de verdad, lo que vas a decir, no la ha dicho ya alguien antes?”

Hay varias personas que me han retirado el saludo, por fortuna para mí, porque no les ha gustado mi dictamen sobre unos poemas infames, o “poetas”, que, después de publicar su obra, tras una lectura correctiva mía, me han intentado vender ese mismo libro que yo ayudé a corregir.

La gente está confundida. Es normal, son malos tiempos para la lírica, y, en general, para todo.

No somos capaces de gestionar los fracasos. Poetas que han debido corregir un soneto porque pensaban que el soneto era tan solo escribir 11 sílabas seguidas y listo, ay, almas de cántaro.

Si Cervantes, con buen criterio, reconoció que era un mal poeta, ¿seremos nosotros mejores que él?

Quizá no estemos destinados a ser escritores, a nadie le da por hacer un puente, o por hacer calceta para superar su crisis de la mediana edad.

Cuando algunos me dicen que no encuentran editorial, sin saber que dedicarse a la literatura es aceptar el fracaso, les hablo de García Márquez, de Vargas Llosa, que fueron rechazados muchas veces hasta publicar sus grandes obras; les hablo de Antonio Machado, que apenas publicó dos libros de poemas y nunca ganó un premio literario; los premios son para los caballos de carreras, no para los poetas, leed a Hölderlin, o a Keats, muerto a los veintisiete y una de las mejores voces poéticas en lengua inglesa.

La gente tiene prisa, mucha, quiere dejar impronta porque se saben insignificantes, y eso jode.

Quiero mandar un mensaje de esperanza a aquellos que no encuentran editorial con un manuscrito acabado antes de ayer, como dijo Borges: “¿has tratado de escribir algo bueno?”

Hay muchos libros malos. Y hay poco tiempo para perderlos con ellos.

Decía Hölderlin en Hiperión:

«¡Qué cerca cree tener la meta el hombre en su juventud! Es el más hermoso de todos los engaños con que la naturaleza ayuda a la debilidad de nuestro ser.”

Como si nuestros más íntimos deseos se fuesen a confundir con la realidad.