Detrás de la columna

Juan Manuel Arévalo Badía

Bit Bit

No sé si realmente se transcribe así este sonido (onomatopeya) emitido por el avestruz correcaminos que burlaba una y otra vez al astuto coyote de los...

 Bit Bit

Foto: EXTRA JAÉN

Correcaminos.

No sé si realmente se transcribe así este sonido (onomatopeya) emitido por el avestruz correcaminos que burlaba una y otra vez al astuto coyote de los dibujos animados. Por exigencia del guión, por la estupidez intrínseca o por el deseo irrefrenable del mamífero carnicero, el coyote acaba fracasando siempre. Entonces el espectador considera terminado el divertimento. Al igual que este can aullador, otros, del género bípedo, persiguen a un bit, bit diferente, impulsados por un deseo menos animal; más del género ¿sapiens? Bajo la premisa de constituir en virtud el beneficio material corren admirados tras el avestruz del bitcoin. Mi vida laboral en el sector bancario y ser observador de todo lo que hay tras el dinero me enseñó entre otras cosas lo de “los duros a tres pesetas”. Un gran escenario de miserias. Lo del calderoniano Segismundo “ A reinar, fortuna vamos….”. La crisis de los tulipanes, las especias de la Compañía de Indias, y las versiones más hispanas del “toco mocho” o la “estampita”, tiene como fondo el enriquecimiento rápido, sin esfuerzo. Es ese momento en que nos creemos ungidos por la varita del dios Mercurio, para hacer el mejor negocio de nuestra vida. La globalización de las redes nos permite conocer y aprender, para dejar de ser ignorantes y pese a ello, esa genética de la avidez, de hacer la pirula al tonto, a la Hacienda Pública, a los mercados, nos pone un escalón por encima del coyote televisivo. La ambición, supongo, debe de poner una venda bien hermosa para no darse cuenta que se entra en un marco de mercado desregulado que no responde siquiera a la ley de la oferta y la demanda y en el que grandes fondos de inversión tiran el anzuelo para recoger cuantiosos beneficios, a costa de las pérdidas de miles de incautos. Pero también tiene su morbo: el de la genética defraudadora y eso en este país cotiza, sobre todo cuando se vacila en la barra del bar de ser experto navegante en el mar de la opacidad. Hubo una época de fiebre inversora, allá por la década de los 80, en la que mucha gente acudía a la Bolsa de valores, doctorada por los “charts bursátiles” que aparecían en las secciones sepia de los diarios de mayor tirada nacional. En este caso el mercado estaba regulado, la codicia, no. En aquel trabajo cotidiano de pasar órdenes de compra y venta a la Bolsa, la erótica del beneficio embriagaba, y la carne al igual que el bolsillo se mostraba débil, pero alguien nos repetía a diario: el último duro que lo gane otro. Bit bit.