El bar de la esquina

Antonio Reyes

Siempre han sido ellos

Si levantamos la cabeza los veremos oteando nuestras pésimas vidas desde sus castillos, riéndose mientras cuentan las víctimas

Como miembro microscópico de este destartalado planeta, alguien que lo único que pretende es llevar una vida más o menos decente dentro de los estándares que uno tiene sobre cómo debe ser una buena persona, lo único que puedo decir de un tiempo a esta parte es que pocas cosas de las que veo me hacen sentir bien. Sé que cada uno de nosotros tenemos una idea diferente y que cada cual siente que debemos ir por un camino o por otro. Pero, ¿es una idea que nace de nosotros mismos o hay agentes externos que contaminan nuestra visión del mundo? Vamos a ver si entre lo que digo y lo que piensas llegamos a algún punto en común.

La historia del hombre está plagada de desgracias y episodios que han destrozado vidas por el simple hecho de ser víctimas colaterales de planes que nada tenían que ver con el beneficio común del pueblo. Gobernantes varios a lo largo de los siglos solo buscaban su propio bienestar, mantener controlado al populacho a cambio de cierta protección que a la larga se convertía en sumisión.

Pisando el acelerador por los caminos del tiempo, el propio siglo XX nos ha mostrado que el guion no ha cambiado. Unos pocos arriba, el resto, abajo. Fabricaron la letanía malévola de que solo unos crean riqueza y los demás, si no trabajan para ellos y asumen las normas, son un problema. Nos volvieron unos contra otros mientras ellos disfrutaban de la contienda desde sus torres de vigía sin llenarse las manos de sangre. Aquella semilla que sembraron a conciencia sigue germinando y cada día tenemos pruebas de ello. Pero, ¿qué nos pasa entonces para que la rebelión siga dormida? ¿Tan fuerte fue el hechizo de aquellos brujos que han conseguido mutar nuestro ADN?



Fabricaron teorías económicas que la ignorancia de entonces nos hizo tragar sin agua, mantuvieron el control de nuestras vidas ante la falta de cultura que nos hizo esclavos porque así es cómo tenían que ser las cosas. No penséis que el panorama ha cambiado mucho a día de hoy. Nosotros, que sabemos de todo y tenemos claro quiénes somos unos y otros, hemos perdido la capacidad de hacer las preguntas correctas porque puede que lo único que nos interese de verdad sea obedecer, callar y que otros tomen las decisiones en nuestro lugar, que no estamos para tantos sobresfuerzos.

Si levantamos la cabeza los veremos oteando nuestras pésimas vidas desde sus castillos, riéndose mientras cuentan las víctimas necesarias que sus planes van dejando por el camino. Nos arrodillamos, adoramos a nuestros líderes como si de ello dependiera nuestro futuro. Para algunos, así es, por eso obedecen a ciegas. Quieren ser como ellos, tener sus propias legiones de fieles y probar las mieles del éxito, aunque eso suponga dejar atrás a los suyos. Mientras le dan una mano de pintura a sus viejas teorías económicas, apoyados por gurús a los que no les interesa la vida de nadie, nos colocan en el tablero de esa eterna partida con la que engordan sus cuentas menospreciando al resto.

De ahí que solo veamos a sus hordas en determinados lugares donde el rédito está garantizado. No a las puertas de un desahucio inhumano, no gritando contra el desmantelamiento de la educación pública, no luchando por nuestros sanitarios y la mejora del servicio de la sanidad de todos sino la que te puedas pagar, no ayudando a los más necesitados, no haciendo que la vida de nuestros mayores sea mejor incluso que la nuestra. Por el contrario, nos echan a la calle para hacer el trabajo sucio, siempre a costa de la sangre de otros, a gritar eslóganes vacíos y rancios tras oraciones que ni siquiera el Altísimo aprobaría, a reventar la vida de personas que huyen del horror y del hambre en busca de una oportunidad para ellos y sus familias.

Es en la intimidad, en esos momentos en los nos nadie nos ve ni nos oye, cuando sale lo peor de nosotros, aquel veneno que no comprendo cómo sigue en nuestro torrente sanguíneo y que en manada toma fuerza porque no nos sentimos bichos raros. En algún momento de la historia nos convencieron de que los más pobres son los culpables de todo lo malo que nos pasa y nos lo creímos. Así se salvan ellos, los de siempre, los de los castillos, los que nos echan a pelear como perros sabiendo que mientras nos desangramos entre nosotros, ellos siguen a lo suyo. Y en este asunto, en eso de «construir un mundo mejor», Europa, la de sí pero no, la de ea, es que… la ambigüedad permanente, no quiere echar una mano.

Torre Pacheco, las manifestaciones ante centros de menores, rezos a las puertas de partidos políticos, ataques a todo lo que no huela a españolidad de la buena (la de ellos), ese ansia por levantar muros donde no hacen falta, el odio visceral al color de la piel (bueno, a la cartera, más bien) o a quien decida amar a alguien del mismo sexo, la manía de llamar a todo «comunismo» (pero ojo con llamarlos a ellos fascistas), la falta de conciencia de clase que nos hace pensar que lograremos llegar a su estatus social. Cultura, eso es lo que nos falta. Leer, analizar lo que vemos y nos dicen, dudar de todo y de todos hasta que aparezca la pregunta adecuada.

No tengo esperanza ninguna en el ser humano, más allá de esas personas que se desviven por ayudar al vecino y dedican su tiempo libre a los que nos necesitan, por minúscula que sea la causa. Todo lo demás me produce vergüenza, asco y desprecio. ¿Por qué? Fácil. Mientras nos mantengan ocupados sacándonos los ojos entre nosotros, no veremos lo que hacen a nuestras espaldas: desmantelarlo todo en su propio beneficio mientras que el odio campe a sus anchas. 

No voy a pronunciar aquí palabras que no debo, no vaya a ser que mañana, si el panorama se vuelve azul camisa vieja, alguien llame a mi puerta y lo siguiente que vea sea un renacido Billy el Niño con los ojos inyectados en sangre patria. Yo, por si acaso, me voy callando hasta después del verano, que me ha parecido ver un punto rojo en mi sien.