Las diferentes y numerosas prótesis que ya forman parte de mi cuerpo (llevo más de mes y medio en el dique seco) me han llevado a considerar la conveniencia de que, cuando llegue el momento, en lugar de una visita al tanatorio sería oportuno y ecológico “descansar” en el punto limpio que corresponda para aprovechar las estupendas piezas de titanio, cerámica y otras hierbas que me han ayudado a tener rodillas y caderas en condiciones aceptables, facilitando mi movilidad y permitiendo desplazamientos ágiles y sin dolor. Espero que así sea y que, a los efectos oportunos, se considere este artículo como una adenda a mi testamento.
Pero, más allá de temas personales, hoy quería reflexionar sobre Trump y sus secuaces; por extensión, los políticos que solo piensan en conservar el poder y ejercerlo despóticamente, ya sean reyes, dictadores, déspotas, jefes o presidentes del gobierno, primeros ministros o vaya usted a saber, y que sólo saben mirarse el ombligo (yo, mi, me, conmigo) y actúan en consecuencia; es decir, hacen lo que les da la gana imponiendo su santa voluntad, orillando y saltándose los límites de la ley, aprovechándose (personal y familiarmente) del cargo y de las prebendas que conlleva y, en definitiva, imbuidos de una inconmensurable ambición de poder creyendose el centro del Universo. Sin reconocerlo, están trastornados por el síndrome de Hubris o Hybris: ego desmedido, soberbia, desprecio de la opinión ajena, visión distorsionada de la realidad, falta de reconocimiento de los errores propios, corrupción, irresponsabilidad, arrogancia, desequilibrio, indecencia y chulería. Así son las cosas. Los griegos decían que “aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”.
Nadie duda de que estamos viviendo una nueva crisis de la Razón con costes altísimos. Por ejemplo, lo que se llama Posverdad, que no sólo consiste en negar la verdad sino en falsearla, negando incluso su prevalencia sobre la mentira. Es cierto, como hemos repetido tantas veces, lo que dijo el historiador de la ciencia Koyré, que así es la condición humana: “el hombre se ha engañado a sí mismo y a los otros. Ha mentido por placer, por el placer de ejercer la sorprendente facultad de decir lo que no es y crear, gracias a sus palabras, un mundo del que es su único responsable y autor”. Pero ahora ocurre algo más grave: se niega autoridad a la Razón, y se niega, sobre todo, la autoridad de los hechos, dejando que imaginaciones o deseos prevalezcan sobre lo fáctico. Y no son tanto las “Fake News”, que tanto utiliza el todavía presidente Trump, afirmando como cierto lo que es falso, cuanto los llamados “Hechos Alternativos”, una invención que nos persigue desde el primer mandato de Trump y que ha hecho fortuna. Todos sabemos que los hechos alternativos no son hechos. Son falsedades. Pero, como escribe Mariam Martínez-Bascuñán (“El fin del mundo común”) los hechos alternativos suponen el inicio de algo diferente: la propia distinción entre lo verdadero y lo falso había dejado de existir. Es como si la Verdad se hubiera vuelto irrelevante, algo de lo que nos advirtió Antonio Machado cuando irónicamente dejó escrito que “se miente más de la cuenta por falta de fantasía: también la verdad se inventa”
La Posverdad se ha convertido en el deporte de moda, adobada por el uso peregrino e infame de la Inteligencia Artificial. Sonia Contera, española y catedrática de Física en Oxford, nos advierte en un aviso para navegantes: “Una de las cosas más terribles de la IA es que nos invita a dejar de pensar”. Seguramente para que dejemos de pensar es por lo que trabajan los autócratas como Trump y sus fervientes seguidores. Como miente todo el mundo, los políticos -y los que no lo son pero ansían el Poder- se están creando realidades inexistentes y realidades artificiales. Se desprecia la Verdad y se ignora la autoridad de los hechos y de las pruebas, empíricas o históricas, un método que ha proporcionado a Occidente los mayores progresos de la historia y ha servido para crear sociedades mucho más justas. Hace falta una Sociedad Civil -nos toca ponernos a la tarea- con líderes éticos y ejemplares, que tengan nobleza de espíritu y sepan huir de adulaciones y tentaciones, y que piensen en los demás y, sin egoísmos, escuchen un disco de Sabina, récord de ventas hace treinta años: “Yo, mi, me, contigo…”