Estilo olivar

Juan José Almagro

Oído absoluto

Necesitamos vivir de la esperanza invocando a la movilización de la Sociedad Civil para que seamos capaces de, además de votar, olvidar la polarización

Mi amigo Diego, que era un gestor cultural de primer nivel y un músico egregio, tenía oído absoluto. Dicen los que saben que por cada diez mil humanos nacidos hay solo uno con oído absoluto, que es la habilidad de identificar, reconocer y/o reproducir una nota musical específica al oírla sin necesitar la referencia de otras notas. Sin embargo, la preparación musical es necesaria para el completo desarrollo del potencial auditivo de una persona con oído absoluto para reconocer tonos, acordes y escalas con pasmosa facilidad, como Mozart que memorizaba las piezas musicales habiéndolas oído una sola vez.

Como los técnicos afirman que el oído absoluto puede ser entrenado incluso en la edad adulta, he decido tomar clases para, como ciudadano responsable y practicante que soy de la llamada por la filósofa Adela Cortina “Ética cívica”, propia de las sociedades democráticas y pluralistas, profundizar, enterarme y saber qué es lo que nos cuentan nuestros políticos -propios o foráneos- cuando se dirigen a nosotros, a los ciudadanos, para (¡milagro!) informarnos de lo que les parece y cuando les parece oportuno. Sin clases, lo confieso, soy y seré incapaz de averiguar que nos cuentan nuestros mandamases, si es que deciden que nos merecemos alguna explicación, porque en esas estamos. Va ser difícil, y el ejemplo lo tenemos en los recientes acontecimientos de interés general (apagón, problemas ferroviarios de toda índole, gastos en defensa y seguridad, etc.) de los que sabemos poco o nada, y el Gobierno también, o eso dicen.

 Como he escrito hace algunos meses y nos dijo Valentí Puig, estamos dirigidos por una generación de líderes sin sentido de la Historia, muy contentos de haberse conocido. Por eso necesito clases de oído absoluto y creer en la regeneración democrática que tiene y puede impulsar la Sociedad Civil, es decir, todos y cada uno de nosotros con nuestra fuerza transformadora que, unida, seria nuestro talismán. Creo en su necesidad y pertinencia si perseguimos un futuro mejor. Creo en el comportamiento ético sin excusas y en la responsabilidad que a cada uno de nosotros nos corresponde en este proceso porque creo en el derecho y el deber de ser responsables si queremos permanecer libres. La ética, el carácter, “esencialmente un saber para actuar de un modo racional”, en definición de Adela Cortina, no se regala. Se aprende. A cualquier institución (Gobierno, Autonomías, Ayuntamientos, partidos políticos, instituciones) que tenga como finalidad integrar a las personas, a los ciudadanos, en un proyecto común, se le debe exigir que genere confianza; y, además, que actúe con dimensión ética. Es decir, con transparencia sobre sus actos y comportamientos para dar seguridad a las personas, hombres y mujeres a las que esa institución dirige su actividad. Seguridad y confianza. La transparencia es en democracia una exigencia ineludible y, además, una obligación ética y estética, nunca una humillación.



Estamos confusos. Se ha difundido en la Sociedad, dice el filósofo coreano/alemán Byung-Chul Han en su último libro (“El espíritu de la esperanza”, Herder) “un clima de miedo que mata todo germen de esperanza, porque el miedo ha sido desde siempre un excelente instrumento de dominio”, y eso lo saben los políticos. Pero la democracia es incompatible con el miedo. Hoy, reinante Donald Trump, y con gentuza como Putin y Netanyahu en el poder, cuando ya nos da miedo hasta pensar, sabemos que donde hay miedo es imposible la libertad, y que el miedo -como la desigualdad y la corrupción- puede transformar una sociedad entera. Por eso, precisamente, necesitamos vivir de la esperanza invocando a la movilización de la Sociedad Civil para que seamos capaces de, además de votar cada cierto tiempo, olvidar la polarización, pedir a los políticos que nos expliquen las cosas como adultos; opinar, ofrecer apoyo y ayuda, hacer propuestas y comprometernos de consuno con la solución de los problemas que son de todos, que a todos nos ocupan y trastornan. Y, eso si, procurar elegir a los mejores. Hace casi un siglo, Antonio Machado, por boca de Juan de Mairena, nos enseñaba el camino: “Siempre será peligroso encaramar en los puestos directivos a hombres de talento mediano, por mucha que sea su buena voluntad, porque a pesar de ella -digámoslo con perdón de Kant- la moral de estos hombres es también mediana…/… Propio es de hombres de cabezas medianas el embestir contra todo aquello que no les cabe en la cabeza. A todos nos conviene, amigos queridos, que nuestros dirigentes sean siempre los más inteligentes y los más sabios”.

La transparencia debería educarnos para ser mejores ciudadanos, sobre todo en tiempos de crisis. Comunicar es involucrar a la gente, a todos, en el proyecto común porque los dueños de la información y de la “res publica” no son los gobernantes sino los ciudadanos que los eligen. Pero, aunque la cosa viene de antiguo y podíamos haber aprendido ya, nunca se ha mentido tanto como en nuestros días, ni de manera tan desvergonzada, sistemática y constante.

Además, no sé si los políticos se dan cuenta de que, a la larga, no merece la pena gobernar con la desinformación, la mentira o con falsos, perversos y excesivos elogios (otra forma de mentir) que siempre hacen peor a quien los recibe. Las mentiras se reconocen enseguida porque suelen ser de dos clases: “hay mentiras que tienen las piernas cortas, y mentiras que tienen la nariz larga. La tuya, por lo que veo, es de las que tienen la nariz larga”, le dijo el Hada a Pinocho. Y en ese trance nos encontramos...