El 12 de febrero, martes, como en otras muchas ocasiones, fui invitado a la presentación del Informe de Percepción de la Corrupción 2024 (IPC) que nos ofreció en Madrid la Fundación Transparencia Internacional. La verdad es que, salvo honrosas excepciones, de la noticia y del Informe han dado cuenta pocos medios de comunicación, probablemente porque sabedores de que la corrupción está tan arraigada entre nosotros que no puede erradicarse (o no quieren acabar con ella), los ciudadanos y muchos medios han decidido pasar. Hay una actitud cínica y canalla en esta forma de convivir con una de las mayores lacras que arrastramos los humanos y la sociedades, democráticas o no. Estamos abocados, decía Machado, “a una gran catástrofe moral de proporciones gigantescas, en la cual solo queden en pie las virtudes cínicas.” La ciudadanía da muy poco o ningún crédito a los compromisos ‘firmes’ de acabar con la corrupción que nos prometen bajo juramento, y lo que haga falta, políticos y gobernantes, pero se conforman, y eso también es cinismo; ciudadano, pero cinismo, que, como recoge la RAE, es actuar con desvergüenza o falsedad descarada.
A lo que íbamos. En el Índice de Percepción de la Corrupción 2024, España baja cuatro puntos y desciende diez posiciones sobre el Índice de 2023. Con estas calificaciones, según nos cuenta Transparencia Internacional, España se sitúa en la posición 46/180 del ranking global del IPC, junto con (ojo a los compañeros…) Chipre, República Checa y Granada que ocupan nuestra misma posición y una por encima de Fiji, dos puestos por encima de Omán y dos puestos por debajo de Portugal, que este año desciende cuatro puntos. España desciende así diez puestos en el ranking mundial con respecto a 2023. Por otro lado, y para rematar la tarea, nuestro país baja del puesto 14/27 al 16/27 entre los estados miembros de la Unión Europea. Hemos sido superados por Letonia y Eslovenia y compartimos puntuación con Chipre y República Checa. Casi nada.
Transparencia Internacional nos confirma que no se ha observado un retroceso significativo en la legislación anticorrupción, sin embargo las políticas anticorrupción no han tenido un progreso sustancial. El retroceso de cuatro puntos en el Índice de Percepción de la Corrupción en España obedece a varias causas y a una combinación de factores que reflejan, de una parte, un estancamiento de las políticas y reformas anticorrupción en el ámbito nacional y, de otra, el importante desmantelamiento de ciertas estructuras anticorrupción a nivel autonómico. Es decir, tenemos las normas, pero como es sabido las leyes por si solas no resuelven los problemas; si acaso apuntan soluciones, pero hace falta mucha voluntad política -que no aparece en ningún sitio, más allá de falsas proclamas- que ha desaparecido, y no alcanzo a conocer las razones, salvo la desvergüenza y el descaro. Lo grave no es que la corrupción exista; lo perverso es que, como ha llegado para quedarse, ahora parece que la aceptamos y nos parece lo más natural del mundo. Olvidamos que el único antídoto/vacuna que existe contra la corrupción, además de leyes y voluntad política, pedagogía e inyecciones de virtudes cívicas, es la transparencia, una exigencia (lo hemos olvidado) de las sociedades que aspiran a ser democráticas y avanzadas. La transparencia, aunque no nos guste, aunque moleste a los mandamases, es un nuevo imperativo social.
Cuando tras la presentación del IPC salía de la sede de la Fundación Ortega y Gasset, muerto de vergüenza por los resultados y maldiciendo la poca vergüenza de los que nos dirigen en la vida pública o en el mundo de los negocios por su inactividad y mentiras en la lucha contra la corrupción, me acordé de que Antístenes, fundador de la escuela cínica en el siglo IV a.C., consideraba que el filósofo debía vigilar al político porque “tan peligroso es dar una espada a un loco como poder a un malvado”. Y recordé también al nobel de Economía en 2015, el escocés Angus Deaton, que nos advirtió en sus trabajos sobre pobreza y bienestar social que la corrupción no solo corrompe la democracia, puede con la Sociedad entera. Y no le falta razón.